Siempre he creído que Enrique Krauze y su equipo constituyen una mafia dentro del ámbito cultural mexicano, dígalo si no la carta que publiqué en las páginas de su revista Letras Libres hace más de veintitrés años, el 30 de junio de 1999 (https://letraslibres.com/revista-mexico/de-mafias-buenas-y-mafias-malas/), y que honestamente pienso que permitieron por el discreto elogio que hago en el párrafo final de algunos de sus miembros.
Desde aquel lejano casi cuarto de siglo intenté publicar algo más formal en dicha revista, pero nunca me perdonaron. Por ejemplo, un escrito sobre Fernando del Paso en 2016 (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2016/10/noticias-de-del-paso-cuando-fernando.html), que luego el periódico local me publicó como un largo ensayo a página completa. La razón que me dio en aquella ocasión el editor responsable en México de la revista, Eduardo Huchín Sosa, fue, textualmente: “Estimado Raúl: agradecemos, primero que nada, el envío de tu texto. Lamentablemente no podremos publicarlo: es una lectura muy personal de la obra de Del Paso.” Por algún motivo, el escritor y poeta mexicano Rogelio Guedea se enteró de todo esto y me consoló: “no fue el tono personal lo que no les gustó, querido Raúl, sino que te hayas atrevido a decir que no te gustaba el sagrado Del Paso”. Actitud, la de Huchín, que contrasta también con la de Pedro Ángel Palou (“Muchísimas gracias, qué hermosa lectura del libro. Abrazo”) cuando comenté su novela México (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2022/08/bien-se-que-no-me-lees-paloma.html).
Acabo de leer de cabo a rabo el tabique Spinoza en el Parque México, de Enrique Krauze (Tusquets, 2022, 895 páginas), escrito en forma de una larguísima entrevista que el académico José María Lassalle le realizó al propio Krauze, “entrevista” que les tomó siete años y en la que ambos hacen gala de una apabullante erudición que lo hace a uno sentirse chinche. Buena parte del libro traza la biografía del director de Letras Libres y en la que llama la atención el hecho de que don Enrique no se haya equivocado nunca, ni el más mínimo reconocimiento de alguna falla -que no sean las de la administración de las fábricas de su padre, sostén de la familia- ni, consecuentemente, disculpa alguna. Krauze, dueño de la verdad absoluta.
Enrique Krauze y su interlocutor se dedican a denostar los abominables totalitarismos que marcaron indeleblemente el siglo XX: el nazismo y el estalinismo, y para ello analizan el pensamiento de los grandes intelectuales de todos los tiempos, judíos y no judíos, que dejaron su huella en este sentido y en muchos otros de la existencia humana. Sin embargo, se extraña que no hayan hecho lo mismo con los crímenes cometidos por los Estados Unidos a todo lo largo de su historia: México, Vietnam, Guantánamo, Panamá, Abu Ghraib, Chile, Irak y tantos más.
A final de cuentas, estos sabios escriben para ellos mismos y para grupos similares, y entre ellos se rebaten y se pelean. También de esto nos habla Krauze: sus disputas con Monsiváis y Aguilar Camín, principalmente, al igual que con muchos otros. No dudo que sus seguidores y suscriptores se cuenten por decenas de miles, pero, en última instancia, qué son estos miles comparados con el mundo de desheredados que infestan el país y dentro de los que me incluyo. Dueños son, también, de la cultura y las buenas maneras.
¿De verdad habrán hecho algo estos señores por el progreso del país, algo así como lo que Gabriel Zaid hizo por los negocios del padre de Enrique para salvarlos de la quiebra, y relatado también en el libro?
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