jueves, 28 de octubre de 2021

I(t) will survive

Siendo adolescente, me iba al estadio olímpico de CU con mi primo Lorenzo, apenas unos años mayor que yo, a ver los partidos de futbol americano colegial cuando jugaban los Pumas. Él había estudiado en la Prepa 4 de la UNAM y se volvió un fanático del equipo, transfiriéndome  a mí ese fanatismo. Llegó incluso a recibir el ovoide de manos del legendario mariscal de campo de los felinos Joaquín Castillo cuando ambos estudiaban en dicha preparatoria y practicaban en el equipo de la escuela. Por cierto, conoció también a Enrique Borja, coetáneo suyo.

Poco tiempo después, a principios de 1969, me apersoné nuevamente en el estadio, pero esta vez a presentar el examen de admisión a la Facultad de Ciencias de la universidad para cursar la carrera de actuaría. Imagínense la cantidad de aspirantes que solicitaban entrar ahí como para llenar las gradas de semejante inmueble, y no sé cuántas sesiones más del mismo estilo habrá habido para terminar con la primera fase del proceso de selección.

A las pocas semanas llegó un telegrama a mi casa donde se me informaba que había sido aceptado para cursar en la UNAM mis estudios superiores. Entonces no había muchas opciones, o era ahí o era en alguna otra universidad que no ofrecía la amplia gama de carreras de nuestra máxima casa de estudios, y, por supuesto, no con la experiencia centenaria de ésta. Los “fifís” pululaban en el campus universitario por doquier, nunca mejor aplicado el calificativo de “neoliberal” a la universidad que entonces. Yo, para no ir más lejos, provenía de la prepa de la Universidad La Salle, donde estuve becado durante mi educación media superior.

En la UNAM, finalmente, supe lo que era la libertad, el espíritu crítico y el rigor científico. Me sacudí todos los traumas que se acumularon durante mi formación básica y media superior en escuelas confesionales de primera, debo decirlo. Fui testigo de los continuos embates que la universidad recibía de sus enemigos, entonces más que nunca. Los ataques en Lecumberri (enero de 1970) de los presos comunes contra los estudiantes ahí recluidos por los sucesos del 68, el exilio de éstos al Perú, su regreso al país justo para ser víctimas, otra vez, de una masacre, la del Jueves de Corpus de 1971, la toma por varios meses de la Torre de Rectoría por Mario Falcón y Castro Bustos, que provocó la caída del rector Pablo González Casanova en 1972, y la llegada de Guillermo Soberón Acevedo en su lugar a una sede alterna: el CIMASS, donde yo estaba becado por mi querida universidad para realizar mi trabajo de tesis, que me valía, además, como servicio social, y que me alcanzó, todo ello, para ser designado como el mejor estudiante de México en actuaría, con lo que correspondía, mínimamente, a haber tenido los mejores maestros de México, de uno de los cuales, Guillermo Torres Díaz, hablé ya muy elogiosamente en este mismo espacio, pues era un sabio.

Magínense ustedes, parafraseando al asno, si a todo lo anterior y cosas peores ha sobrevivido la universidad, qué no será de esta nueva embestida del fósil que quisiera convertir a la UNAM en otra Universidad Autónoma de la Ciudad de México u, horror de horrores, su reciente engendro Universidad para el Bienestar Benito Juárez García.

Y de la sabandija servil y rastrera que “gobierna” la Ciudad de México, ¿qué podemos decir? Traidora que muerde la mano que le dio de comer al llamar hipócritas y conservadores a quienes osamos defender a nuestra alma máter, a la que defienden incluso quienes no estudiaron ahí. Una sucia grilla que se enorgullece de haber hecho politiquería de la más baja estofa cuando “estudiaba” en la universidad. Su única obsesión es el poder, de aquí su obsequiosidad con el burro que no rebuzna porque sería bilingüe.

Vamos, si mi amadísima UNAM sobrevivirá hasta a éstos, no me queda más que decir por ella, junto con Gloria Gaynor: https://www.youtube.com/watch?v=ARt9HV9T0w8 . 

miércoles, 20 de octubre de 2021

Causal de divorcio

Poco antes de casarme con mi primera esposa, todavía novios, fui a recogerla a su casa. Ella era muy impuntual, por lo que ya sabía que tendría que esperar a que estuviera lista. Me hicieron pasar a la sala y me dejaron a solas. Consciente de que estaría ahí un buen rato, me atreví, como en otras ocasiones, a levantarme del mullido sillón donde me encontraba cómodamente instalado y colocarme frente al piano Steinbach que tenían en el lugar, sentarme en su banqueta, y comenzar a ejecutar una pieza popular.

En el ínter, a un minuto de concluir mi interpretación y sin que  me percatara, hizo su aparición mi novia silenciosamente y, para no interrumpir, esperó recargada en el marco de la puerta del comedor, que comunicaba con la sala donde yo me encontraba.

De repente, en plena ejecución, empecé a sentir una inquietud espiritual profunda, una carga en el alma insoportable, por lo que, ni tardo ni perezoso, me incliné ligeramente hacia la izquierda, levanté la nalga derecha con discreción y emití un sonoro zambombazo de Padre y Muy Señor Nuestro: ¡Prrrrrrt!, y, aliviado, reanudé la ejecución donde la había dejado y puse punto final a la misma.

Lucinda, mi novia, hizo entonces su incursión en la sala desde el comedor, no dejando de aplaudir sonoramente y de gritar a todo pulmón: ¡Bravo, bravo! Yo, profundamente avergonzado, intrigado y nervioso, me puse en pie como con un resorte y la inquirí con voz trémula:

- Ho-ho-ho-la, mi vida, aquí estabas… ¿es-es-cuchaste toda la melodía?

A lo que ella, impertérrita, respondió:

-No, sólo un pedazo. 

A la larga, ésta fue una de las principales causales del divorcio que terminó con nuestro fragoroso matrimonio de casi cuatro años de intensidad: pedorrea crónica (lat. pedorrhoea chronica).

sábado, 16 de octubre de 2021

Koala

Cuando uno se obsesiona por algo o por alguien no para hasta conseguirlo u obtener el rechazo definitivo. Tal fue mi caso con el libro Koala, de Lukas Bärfuss, que no encontré por ninguna parte. Novela corta de 170 páginas, en rústica, que se anuncia como la historia en que el narrador va a dar una plática sobre un autor X en su pueblo natal, donde aprovecha para verse con su hermano (medio hermano) al que no ve desde hace tiempo y al que no volverá a ver nunca más, pues éste se suicida poco después. Fanático del tema como soy y por venir recomendado el libro por un escritor que respeto, lo conseguí finalmente en Mercado Libre al módico precio de ¡890 pesos con 74 centavos!, rusticidad incluida. Afortunadamente un error del proveedor hizo que la venta se frustrara y me devolvieran mi dinero. Pero, terco, ahí voy otra vez, y en esta ocasión el atraco sí se consumó, aunque para compensar el mal servicio previo y el desfalco, me lo hicieron llegar en tan solo un par de días.

El relato prácticamente comienza describiendo el fatal acontecimiento y con interrogantes del autor sobre las razones que su hermano tendría para cometer tal “despropósito”, y lo pongo entre comillas porque el autor entra en el tipo de disquisiciones que a mí tanto me gustan y que parecen justificar plenamente la decisión de su pariente. Luego acude a elucubraciones sobre el tiempo en que a su hermano empezarían a identificarlo con un koala y tal vez hasta asignarle el sobrenombre. Quizá haya sido mientras perteneció a los scouts.

Pero, súbitamente, el narrador pasa de esta historia a otra totalmente disímbola, sin conexión alguna aparente, y que abarca la mayor parte de la novela: la colonización por parte de diferentes cuadrillas europeas, ayudadas por nativos, de la Antártida, hasta llegar a descubrimiento de ese animal que parece ser todo un enigma: ¡el koala! Al principio, la carencia de ilación entre las historias me desconcertó y enojó. Era como pasar, terminados los comerciales televisivos, de un encuentro reñido de básquet en los cardiacos segundos finales del partido a otro de la temporada regular de beis. Frustrante, pues hasta el interés por la lectura se pierde.

Todo se arregla con el descubrimiento en el relato del koala, animal perezoso, con mil limitaciones, de vista corta, retraído, habitual de las altitudes arbóreas y de escasa utilidad, de no ser por su piel, que es lo que llevó al humano depredador a terminar con la especie. Y ese mismo exterminador, el hombre, lo hizo resucitar de entre sus cenizas para convertirlo en símbolo de toda una colonia. Esto es, lo rescataron de su pereza y lo pusieron a trabajar, aun después de desaparecerlo. Desgraciadamente, no pueden hacer otro tanto con el hermano del narrador, pues él posiblemente estaba harto de todo eso, pero nunca lo sabremos, ya que no dejó nota póstuma alguna, y todos conocían su baja autoestima.

“Y de pronto comprendí -dice el narrador- por qué se trataba de evitar hablar del suicidio. No era contagioso como una enfermedad, era convincente como un argumento incuestionable. Era una mentira que no se entendía a los suicidas, al contrario. Todos los entendían demasiado bien. Pues la pregunta no era: ¿por qué se suicidó? La pregunta era: ¿por qué siguen ustedes con vida? ¿Por qué no abrevian las fatigas? ¿Por qué no agarran ahora mismo la soga, el veneno o el revólver, por qué no abren la ventana, ahora mismo?”

Novela altamente gratificante.

miércoles, 13 de octubre de 2021

"Yo ya no me pertenezco"

Cuánta megalomanía se esconde en la frasecita ésta. Como quien concede paternalmente: “Yo soy de todos ustedes, Yo soy todos ustedes, ¡Yo soy Dios Todopoderoso!”, y enseguida -para infinita vergüenza ajena de “todos ustedes”- sacar su pañuelito blanco y, agitándolo estúpidamente, repetir como tarabilla: “Ya no hay corrupción en México, se acabó la corrupción”, mientras Lozoya, corrupto entre los corruptos, cena en el Hunan y los sabuesos del “incorruptible” persiguen a científicos aterrados, más que culpables.

No dudo ni tantito que las voraces compañías energéticas se hayan enriquecido obscenamente -entre ellas, su “consentida”, Iberdrola- a costa de todos los mexicanos, y que los científicos hayan resultado, por decir lo menos, torpes y descuidados en el manejo de sus presupuestos, pero de aquí a reformar el mercado de la energía de manera tan lesiva que acarreará a todo el país ingentes daños que tardaremos una generación en corregir, si no es que de plano se vuelven irreversibles, y perseguir a nuestros científicos con una saña que ya quisiéramos que aplicara sobre sus impresentables hermanos, Lozoya y adláteres, media una maldad enfermiza.

Por qué mejor no regular el mercado de la energía; sí, sí, con tus aborrecibles CRE, CNH y Cenace, para lo cual tendrías que respetar su autonomía, y dejas de perseguir a nuestras mujeres y hombres de ciencia, que lo único que le pueden acarrear a México son bendiciones, para decirlo en el único lenguaje que parece que entiendes. Y conste que en este escrito me he referido tan sólo a un par de problemas, pero son incontables los que ha ocasionado tu supina ignorancia.

“Yo ya no me pertenezco, yo soy de ustedes”. Si ya no sabes qué hacer con tanta basura, no quieras endilgárnosla a nosotros, pues corres el riesgo de que, por asepsia, la incineremos.

viernes, 8 de octubre de 2021

Los socialistas son humanos

Recién se acaba de editar en formato digital el viejo libro (1940) de Edmund Wilson Hacia la estación de Finlandia (Penguin Random House, mayo de 2021), que trata sobre los avatares del socialismo desde la Revolución Francesa, y aún antes, hasta la entrada de Lenin a la estación ferroviaria de Finlandia en San Petersburgo, e incluso hasta “nuestros días”, entendiendo por estos los de la edición original del texto, pues cuando Wilson lo publicó aún estaba en el poder el sátrapa Josep Stalin y León Trotsky todavía no había sido asesinado en Coyoacán, México, en tan fatídico año. De aquí su epílogo, Resumen: la situación en 1940. El libro fue prologado magistralmente por el Nobel peruano Mario Vargas Llosa (septiembre de 2020).

Wilson relata la historia más desde el punto de vista humano que desde el ideológico o doctrinario, aunque un ensayo tan largo necesariamente incluye bastante de lo segundo. Es así como nos enteramos de la literal indigencia en que vivió Karl Marx prácticamente durante toda su existencia, siempre al amparo de su “discípulo” Friedrich Engels, cuyo padre era un industrial que en Mánchester tenía una sucursal de la que el hijo se ocupaba a regañadientes. En fin, Engels estuvo siempre a la sombra de Marx, a quien no sólo ayudaba económicamente, sino que intelectualmente su pensamiento estaba supeditado al de Karl. Aún después de la muerte de éste, tuvo que lidiar con la publicación póstuma de su legado, pues Marx no pudo más que publicar el primer volumen de su obra cumbre, El Capital, dejando a Engels el segundo y hasta un tercero que nunca se materializó. En fin, únicamente entonces fue que Engels pudo ser él mismo.

El libro versa principalmente sobre los “cuatro grandes”: Marx, Engels, Lenin, Trotsky, pero no por ello deja de hurgar en los intríngulis de las vidas de Michelet, Renan, Taine, Anatole France, Babeuf, Saint-Simon, Lassalle, Bakunin y tantos otros, incluido Vico, aun antes que todos ellos.

Me impresionó el pasaje en el que una de las hijas de Marx, Laura, decide junto con el marido Paul Lafargue que ambos se suicidaran una vez que estén cerca de agotar sus recursos económicos, lo cual ocurre cuando ambos rondan los setenta años de edad, y proceden a envenenarse sin mayores aspavientos.

Todo lo anterior, que se lee más como una novela, aunque no por ello dejen de proliferar los aspectos ideológicos de una doctrina totalmente obsoleta -que se justifican por la época en que la obra se escribió-, contribuye a hacer de ésta una lectura imprescindible.

Para concluir con mi pergeño diré tan sólo que señala el autor del libro -bien avanzada la jornada de su periplo escritural- que una noche de su último invierno en Samara, leyó Lenin La sala número 6, de Antón Chéjov, y procede, Wilson, a un inclemente spoiling de la trama, y concluye que “Cuando Vladimir terminó la lectura del relato fue presa de un horror tal que no pudo permanecer en la habitación. Salió en busca de alguien con quien hablar, pero era tarde: todo el mundo se había acostado. ‘¡Experimenté la completa sensación -dijo a su hermana al día siguiente- de estar encerrado yo mismo en la sala número 6!’”

Comprenderán ustedes que, con spoiling y todo, era imposible permanecer impasible (sí, sí, ya sé que suena cacofónico) ante tal “recomendación”, y procedí de inmediato a comprar el libro y leerlo en poco más de dos horas, aun antes de terminar el que en ese mismo momento leía. ¡Qué maravilla! Me identifiqué hasta la médula con los dos personajes principales de este librito encantador.

No querrán que se los “espoilee” yo también, ¿verdad?

domingo, 3 de octubre de 2021

Aclaración

A petición de Manuel Martínez Fernández, esposo de Julia Tagüeña Parga, adjunto el correo que me acaba de enviar, en el que desmiente información que yo tomé de notas periodísticas en Reforma y El Universal.


En Dom, 3 Octubre, 2021 en 20:56, Manuel Martinez Fernandez <mmf@ier.unam.mx> escribió:
 
Para: Raúl Gutiérrez y Montero
Cc: jtag@unam.mx
Raúl, en tu mensaje hay un serio error. Nunca recibí dinero del Foro. Afortunadamente, sí he recibido dinero del CONACYT para muchos proyectos y Julia nunca ha estado involucrada en la aprobación de los mismos. 
Nunca ha existido conflicto de interés en su actuación. 
Te solicito aclares esta información falsa. 

Julia Tagüeña

Conocí a Julia Tagüeña Parga en 1969 cuando ambos éramos unos mocosos de 19 años de edad. Yo cursaba el primer año de actuaría y ella el segundo de física, los dos, en la Facultad de Ciencias de la UNAM. Como tal, ella era ayudante del doctor Arturo Fregoso Urbina, quien impartía la clase de cálculo diferencial e integral. La tuve como “mentora” todo un año, mientras cursaba Cálculo I y II en la universidad bajo la cátedra del doctor Fregoso.

Julia era una chica muy aprovechada, pues provenía de una escuela de élite en la Ciudad de México, llamada, precisamente, Ciudad de México, donde cursó su educación básica y media superior y conoció a su pareja de toda la vida, Manuel Martínez Fernández, con quien completó la misma carrera en la UNAM, casó y emprendió el viaje a la Universidad de Oxford, Inglaterra, donde ambos se doctoraron. Julia y Manolo se desempeñan actualmente como investigadores y académicos de renombre en el Instituto de Energías Renovables (IER) de la universidad en Morelos.

Tagüeña se desempeñó, además, como titular del Foro Consultivo en Ciencia y Tecnología del Conacyt. Dícese que en el transcurso de dicho rol, autorizó un millón de pesos para un proyecto que el marido encabezaba, lo cual podría constituir un flagrante conflicto de interés, del cual Julia debió haberse deslindado. No dudo en absoluto de ninguno de estos hechos, pero lo más que procedería sería una sanción administrativa por tan torpe proceder, no una flamígera acusación, por parte de nuestras impolutas autoridades judiciales y de procuración de justicia, de delincuencia organizada, lavado de dinero y manejo de recursos de procedencia ilícita.

¡Por favor!, si nada se ha hecho contra los dos pillos hermanos de presidente López Obrador, Pío y Martín, esos sí sorprendidos en flagrancia recibiendo recursos de procedencia no sólo ilícita, sino lavados y re-lavados y producto de no sé cuántos delincuentes organizados, no quieran chingarse a Julia por su estupidez de haber hecho cosas buenas que parecían malas.

¿Y qué me dicen del fiscal Alejandro Gertz Manero, que la persigue? Involucrado en los Panamá Papers por inversiones de dudosísima procedencia en paraísos fiscales, además de las denuncias por claro plagio intelectual en su contra que el valiente escritor y académico Guillermo Sheridan está llevando ante las más altas instancias del Conacyt, amén de la inequitativa, encarnizada, inmisericorde e inmoral lucha fratricida que “don” Alejandro está llevando contra su propia familia política, donde él es juez y parte.

Por lo menos, en descargo de mi querida Julia Tagüeña Parga, puedo decir que ella hasta galardonada ha sido por su brillante trayectoria académica y científica, y no en balde ha dirigido tres tesis de licenciatura, cinco de maestría y tres de doctorado en la UNAM en su área de especialidad, durante el largo periodo de treinta años que va de 1987 a 2017.

No meto las manos al fuego por nadie más que por mí, pero creo que los hechos hablan por sí solos.