lunes, 17 de agosto de 2020

Decadencia

Los hijos representan en buena medida la decadencia de uno. Yo tengo dos: Carolina, 42 años menor, y Raúl, 44. Quién me manda empezar tan tarde. El caso es que ambos son en la actualidad profesionistas exitosos: Caro, diseñadora de publicidad estrella por casi cinco años en Cuadra, empresa líder en la manufactura de artículos de pieles exóticas, y el júnior, ejecutivo fiduciario en Banco del Bajío por más de tres. Ambos millennials, y como tales, expertos en cuantas armas tecnológicas les pongan enfrente. Yo, a pesar de ser un “egresado” de IBM de la vieja guardia, nunca pude seguirles el ritmo.

Raúl, por ejemplo, es un experto en el manejo del riesgo. Y me lo demuestra con sus sofisticadas apuestas en eventos deportivos. ¡Nunca pierde!, y por más que me explica cómo le hace para obtener ganancias con el azar, jamás le entiendo y únicamente asiento falsamente cuando trata de hacerlo. Sería un magnífico agente bursátil o un diseñador inigualable de estrategias de inversión en cualquier institución financiera. Al final de cuentas fue a lo que se dedicó con mi amigo en Miami cuando lo envié allá una vez que hubo terminado su carrera. ¡Y mi amigo se ha hecho multimillonario con ello!

Carolina se cuece aparte, pues se ha hecho indispensable en Cuadra, además de que ha realizado decenas de trabajos como free lance, incluyendo algunos para las Naciones Unidas que le han redituado prestigio internacional e ingresos.

Pero sobre lo que quería llamar su atención es sobre mi decrepitut (como diría el Peje) y lo que Caro ha hecho en menos de un año para contrastarla aún más. La muchacha heredó mis genes para eso de la corrida y mi neurosis, de tal suerte que cuando comenzó a correr en serio en algún punto de este año, jamás imaginé lo que iba a ser capaz de conseguir, y pues sí, ha completado ya dos medios maratones personales: uno en el parque que tenemos enfrente de la casa y otro, el sábado pasado, en la presa de El Palote, en el que su promedio por kilómetro en 22 de distancia fue ¡casi un minuto menor que el mío en siete el día de hoy en el miso lugar! Si esto no es decadencia, que alguien me diga cómo llamarlo ton’s (otra vez, el Peje dixit). Claro, no es lo mismo tener 71 años que 29, ¿vedad?

Como quiera que sea, Elena y yo nos sentimos orgullosos de haber formado unos hijos de excelencia en toda la extensión de la palabra, y con eso basta.

Además, con mi vuelta a la presa el día de hoy, completé 7,735 kilómetros desde que corro ahí, ¡casi un quinto de la circunferencia de la Tierra!

Una vez dicho todo lo anterior, ya me puedo suicidar… digo, perdón, morir tranquilo.


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