Acabo de leer un esplendoroso ensayo del
reputado escritor y activista de los derechos humanos chileno Ariel Dorfman,
que actualmente reside en los Estados Unidos y es catedrático de la
prestigiadísima Universidad de Duke, en Carolina del Norte. El ensayo lleva por
título En busca de acuerdos literarios
para un nuevo Chile.
A propósito del héroe homónimo de la
novela del siglo XIX Martín Rivas, de
Blest Gana, Ariel apunta que “A los jóvenes chilenos se les había prometido que
si se comportaban como el buenito y bonito Martín Rivas, les lloverían
beneficios de toda índole.”, pero que “En vez de ello, sufren una educación
discriminatoria y desfinanciada; sus familias reciben una pésima atención
médica; sus padres se encuentran horrendamente endeudados, ganando salarios del
Tercer Mundo para pagar bienes de consumo con precios del Primer Mundo; y sus
abuelos viven miserablemente con planes de pensiones que fueron privatizados
por la dictadura. No extraña entonces que la corrupción y el lujo ostentoso de
la élite gobernante los enfurezca.”
En cuyo caso, Chile para los mexicanos…
sí que ha sido un ejemplo a seguir. Vamos, un ídolo con pies de barro o un
Singapur de petatiux. Pero ¿a partir
de dónde me perdí de la película chilena? ¿O será acaso que esta nunca fue tan
rosa y edulcorada como muchos nos la han querido vender siempre? Para Dorfman
todo empezó con el golpe militar de Augusto Pinochet en 1973, que convirtió al
país en un conejillo de indias para la aplicación de las ideas de Milton
Friedman y sus Chicagoboys, y que
prevalecieron en Chile aun después del restablecimiento de la democracia en
1990. “Ahora, 30 años más tarde –señala Dorfman-, es una de las naciones más
desiguales del mundo, con una desmedida brecha entre los súper ricos y el resto
de la población.” En una oportunidad anterior escribí a vuelapluma sobre este
injusto sistema que asola a países como Chile y su émulo México (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2019/12/cien-mil-millones-de-vias-lacteas.html), aunque al nuestro
quizá ya no por mucho tiempo más, pues con el imbécil que actualmente nos
gobierna… perdón, perdón, “pendejo y petulante” (Héctor Aguilar Camín dixit) (https://www.youtube.com/watch?v=F_d2z8-6Z2E), bien nos iría con que
llegásemos a estar tan mal como antes.
Por cierto, en 1986, IBM, como
patrocinador del segundo Mundial de futbol en tierras mexicanas, consiguió para
el empleado que así lo quiso abonos para presenciar los diez duelos que se
disputarían durante el torneo en el estadio Azteca, incluidos cuartos, semis y
la gran final, todo, mediante módicos descuentos por nómina. Yo solía llegar
con bastante antelación a los partidos, cuando el coloso de Santa Úrsula aún
estaba vacío. Una de esas jornadas se me acercó un caballero sudamericano para
entablar plática, al que de inmediato identifiqué como chileno por ese acento
tan peculiar de los andinos. Oiga, me dijo, qué tremendo abucheo le han propinado
al presidente de México en la inauguración, ¿no es cierto? Sí, le respondí
orgulloso, yo fui uno de los que más le gritó. Es que no es para menos, añadió
mi nuevo “amigo”, con esa tremenda corrupción que ustedes han padecido desde siempre.
Y de ahí pa’l real, me la pasé varios minutos despotricando contra toda la colección
de ratas sarnosas que había gobernado hasta ese momento nuestro país. El
chileno, consternado, no hacía más que asentir a cuanto yo decía, y añadía de
su propio peculio lo que seguramente no le constaba, pero había oído decir.
Hasta que me dije a mí mismo: y este
cabrón, ¿qué? Así como ustedes con su dictador, le espeté sin más. ¿A quién se
refiere usted -fingió demencia-, al general Pinochet? Sí, sí, a ese bruto
asesino. Bueno, bueno, es muy fácil opinar cuando no se conoce la historia –me aleccionó-.
¿La historia –pensé para mis adentros- o las trácalas de un sistema que te
permiten hacer a ti un viaje intercontinental para disfrutar de una banalidad
como el futbol? Debería usted leer –lo aleccioné a mi vez- lo que se escribe
fuera de Chile sobre los crímenes de lesa humanidad que se han cometido en su
patria y de los que ustedes poco saben por tener copado el tirano todos los
medios de comunicación y propaganda. Y poco a poco se fue alejando de mí sin
decir palabra, hasta que desapareció por completo.
Ariel Dorfman establece la diferencia entre
un libro de buenas costumbres del siglo XIX, Martín Rivas, no restándole los méritos de que este goza
indudablemente, y otro más reciente de Carlos Droguett, Patas de Perro (1965) –su obra maestra, según Ariel-, libro cercano
a la fábula en el que el héroe, Bobi, nace con patas de perro en vez de
extremidades inferiores, y los avatares que este tiene que pasar para defender
su autenticidad en contra de todo y de todos: gobierno, iglesia, escuela, ejército
y demás instituciones.
Después de pasar lista a toda una
pléyade de grandes escritores chilenos –los dos mencionados arriba incluidos-,
y todos más bien del tenor de Droguett que de Gana, Dorfman concluye su ensayo:
“Sería una maravilla digna de las
mejores novelas si esta doble crisis –de política y de salubridad– terminara
creando las condiciones para un matrimonio o por lo menos un romance trabajoso
entre Martín Rivas, con sus sueños burgueses moderados, y Bobi, con sus
implacables patas de perro, un experimento digno de imaginar, una nueva forma
de soñar nuestra identidad, tanto en la literatura como en la realidad, y no
sólo en Chile, sino más allá de sus fronteras lejanas.”
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