Después de mi fallido intento por
convertirme en catedrático en matemáticas de la UNAM en este crepuscular 2016,
volví a lo único que sé hacer más o menos bien en esta vida: leer, estudiar y
escribir pergeños como el que ahora intento, más lo primero y lo segundo que lo
último, en una proporción, digamos, de 95-5%. Leer de todo, no solamente
“buena” literatura, desde las abominables redes sociales, pasando por
periódicos y revistas, siguiendo con El
gran Gatsby, de Scott Fitzgerald; Tokio
blues, de Haruki Murakami; Norte /
Una antología, de autores varios; La
conjetura de Poincaré, de Donal (sic) O’Shea; Millennium III, de Stieg Larsson; De amor y de sombras, de Isabel Allende; Matar a un ruiseñor, de Harper Lee; Jane Eyre, de Charlotte Brontë; La
noche, de Guy de Maupassant; Nuestra
señora de París, de Víctor Hugo; Palinuro
de México, de Fernando del Paso; Filosofía
de la Física, de Tim Maudlin; Viaje
Sentimental por Francia e Italia, de Laurence Sterne; Los Pasos de López, de Jorge Ibargüengoitia, y terminando con La estructura de las revoluciones
científicas, de Thomas S. Kuhn, que es el libro que recién acabo de leer y
quiero comentar ahora. De los otros, han merecido artículos similares al presente
La conjetura de Poincaré, Matar a un ruiseñor, Palinuro de México y Filosofía de la física. Concluiré 2016
con la lectura de Emilio o la educación,
de Jean-Jacques Rousseau, aunque ya para qué, me digo yo. Le pedí a mi hija Caro
que me lo regalara, sin embargo, mucho antes de que yo emprendiera mi fatídica aventura
universitaria.
Me ubiqué en un solitario rincón de la
terraza superior al aire libre de un restaurante de Bulevar del Campestre para
dar término a mi lectura más reciente, ahí donde nada ni nadie me perturbaran,
después de una sobria comida consistente en un linguine al pesto, precedido por
un suculento taco de carnitas de pato en tortilla de maíz, acompañados ambos
por una copa de tinto shiraz, y rematada tan exquisita comida con un expreso
doble y un soberbio tiramisú. Junto con estos últimos, me dispuse a finalizar
el libro de Kuhn. Pasado un buen rato, el mesero se me acercó para comunicarme
que el capitán, probablemente enternecido por mi solitaria devoción y tal vez
preocupado por mi salud, me invitaba un digestivo; que si aceptaba, me traía la carta de los licores.
Así lo hizo y seleccioné un Martell, que me sirvió con un chaser de agua
mineral y otro ¡de coca cola!, habiendo optado, claro, por el primero. ¡Qué
forma tan deliciosa de culminar una enriquecedora lectura!
La
estructura de las revoluciones científicas, o simplemente La estructura, como se le conoce en el
medio, fue publicado en 1962, y en 2012 se celebró el medio siglo desde su
aparición con la cuarta edición en inglés y un Ensayo preliminar de Ian Hacking. En 2013, el FCE se hizo eco de
esta celebración con la cuarta edición española y una introducción del
traductor Carlos Solís. En 2015 se hizo la reimpresión a la que aquí nos
referimos. En 1969, a siete años de su publicación inicial, Kuhn escribió un
epílogo para ser incluido en la segunda edición inglesa de 1970: “En lo
fundamental –dice ahí el autor- mis puntos de vista permanecen prácticamente
inalterados, aunque ahora reconozco que algunos aspectos de su formulación
inicial han creado dificultades y malentendidos gratuitos… aprovecho la ocasión
para bosquejar las revisiones precisas”.
Yo iría un paso más allá, pues sin ser
científico, o precisamente por carecer de prejuicios en este sentido, me parece
que las tesis del autor son impecables y precisas, y siguen siendo actuales
incluso a cinco décadas y media de su aparición. Digo, porque tampoco soy
neófito en la materia, habida cuenta de ser un graduado de la Facultad de
Ciencias de la Universidad. Thomas Samuel Kuhn falleció hace poco más de cuatro
lustros, en 1996.
La tesis de Kuhn es que el proceso
científico es un mecanismo iterativo que parte de la ciencia normal, en el
transcurso del cual se presentan las anomalías de la ciencia, de donde puede
surgir a su vez una crisis, que culminará eventualmente con una revolución… para
volver a la ciencia normal.
En la ciencia normal, dice, el investigador
se dedica a la resolución de problemas, que él llama rompecabezas, ateniéndose
a paradigmas. Este rutinario proceder puede llegar a enfrentarse con anomalías,
de donde derivan los descubrimientos científicos. Piénsese, si no, en el
accidental descubrimiento de los rayos X por Roentgen y en el del oxígeno por
Lavoisier, cuando el primero “comenzó a(l) darse cuenta de que su pantalla
brillaba cuando no debiera hacerlo”, y el segundo “había realizado experimentos
que no producían los resultados esperados según el paradigma del flogisto”. “En
ambos casos, la percepción de la anomalía, esto es, de un fenómeno para el que
el paradigma no ha preparado al investigador, desempeñó una función esencial al
desbrozar el camino para la percepción de la novedad. Pero, de nuevo en ambos
casos, la percepción de que algo iba mal no fue más que el preludio de un
descubrimiento”. Ahora bien, “un paradigma es lo que comparten los miembros de
una comunidad científica y, a la
inversa, una comunidad científica consta de las personas que comparten un
paradigma”, sea éste teorías, leyes o creencias. El flogisto, por otra parte,
es una sustancia hipotética que representa la inflamabilidad, teoría en desuso
hoy en día.
Como decíamos, las anomalías pueden provocar
crisis, de donde surgen las teorías científicas. Así, por ejemplo, “la mecánica
cuántica surgió de toda una serie de dificultades relativas a la radiación del
cuerpo negro, los colores específicos y el efecto fotoeléctrico”. En este caso,
“la conciencia de la anomalía había durado tanto y había penetrado tan
profundamente que se puede decir con toda propiedad que los campos afectados
por ella se hallaban en un estado de crisis galopante”.
Finalmente, este proceso iterativo que
mencionábamos anteriormente desemboca en las revoluciones científicas, que como las
asociadas con Copérnico, Newton, Darwin o Einstein, representan un cambio de
paradigma, para así arribar de nuevo a la ciencia normal, donde ahora el investigador
se dedicará al armado de rompecabezas con la ayuda de este nuevo paradigma.
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