Para
mi amigo Arnoldo Kraus, in memoriam
El viernes 25 de julio de 2025, Arnoldo me escribió, tomando como pretexto el artículo que le había enviado: “Muy bonito y humano tu texto. Te felicito abrazos. No estoy bien, tengo cáncer de colon”. De inmediato le respondí: “Me dejaste shockeado, mi querido Arnoldo. Poco se puede decir en estos casos, excepto que me duele en el alma que le pase esto a un buen amigo. Un cariñoso y solidario abrazo.”
Una semana después, el viernes 1 de agosto, al no tener noticias suyas, quise saber de él mediante un mensaje en el que hacía referencia a mi radioterapia y que finalizaba así: “Sinceramente espero y deseo que para ti exista también una terapia igualmente efectiva, que aunque no deja de ser una chinga, te mantenga con nosotros muchos años todavía. Tu amigo que te estima, Raúl.”, que él no respondió sino hasta otra semana después, el viernes 8 de agosto: “Querido amigo: Me da gusto que todo vaya favorable para ti, me emociona leerte. Yo ahí voy, ahí la llevo, día a día. Me dio mucho gusto recibir tu correo y leer tus lindas palabras. Te mando un fuerte abrazo. Arnoldo”.
Por ello me conmocioné hasta la lágrima hoy domingo en la mañana al leer en El Universal, periódico en el que Arnoldo colaboró durante muchos años, que ayer sábado 30 de agosto había fallecido.
Recuerdo
que hace dos años, cuando mi ánimo andaba más bajo que nunca -que ya es decir-
a causa del cáncer que me detectaron, lo contacté y quedó de llamarme por
teléfono al día siguiente, pues iba a estar en la presentación de uno de sus obras,
Adiós, Glinka, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara,
sobre la muerte de una mascota y el correspondiente duelo que esto representa
para toda una familia, pues Arnoldo, defensor acérrimo de la eutanasia, fue
siempre un apasionado de estos temas, además de brillar con intensidad en la
academia, la medicina y la escritura. Erudito en el difícil y delicado "arte" de la bioética.
Cuando me llamó, platicamos largo y tendido sobre mis indecorosos deseos, y al final me conminó a atenderme en la medicina privada, si lo que me aterraba era caer en las manos del Seguro Social, que en esos días salía de una severa crisis por la descompostura de sus máquinas de radioterapia y su atención era caótica.
En cuanto a las otras posibilidades, me dijo que antes que nada habría que pensar en la familia, para la que una determinación de esta índole podría resultar devastadora, además de que no conocía a nadie en León que me pudiera orientar a este respecto, pero que esta era una decisión crítica que debería ser consensuada por el círculo más íntimo.
Adiós, mi querido Arnoldo, ¡te vamos a extrañar!