viernes, 17 de junio de 2022

Aunque usted no lo crea

El libro que refiere Octavio Paz en La llama doble, Los tres primeros minutos del universo, de Steven Weinberg (Alianza Editorial, 2021), resulta tedioso y de difícil comprensión, quizá por ello Paz tan sólo lo refiere y no entra a comentarlo en mayor detalle, difícil tarea para alguien que no sea físico o cosmólogo. Sin embargo, Weinberg, Nobel de Física en 1979 y defensor a ultranza del materialismo científico, sugiere una hipótesis fascinante en el epílogo de su libro: a la expansión del universo sigue una contracción a sus orígenes, y vuelta a empezar, un nuevo big bang, expansión y contracción, y así eternamente, sin principio ni fin. “Aterrador”, ¿no es cierto?

Como la eternidad troca lo imposible en certeza, estaríamos encarnando y desapareciendo una y otra vez, no importa que para ello tuvieran que pasar billones, trillones o quintillones de años. Es más, estaríamos ya inmersos en esa vorágine sin darnos cuenta, pues al menos yo no recuerdo mis existencias anteriores. Weinberg encuentra asegunes científicos a estas sucesivas expansiones y contracciones del universo, pero apunta que los filósofos se sienten atraídos por ellas pues se evita así de manera plausible el problema del Génesis.

¡Escalofriante!

Otro libro sorprendente, delicioso de principio a fin ya que es de pura divulgación científica, es el del físico mexicano Shahen Hacyan, Relatividad para principiantes (FCE, 2011). El autor nos condena a vivir eternamente recluidos en un rincón de nuestra Vía Láctea y lo demuestra con un sencillo ejercicio: viajar al centro de la galaxia, a treinta mil años luz de distancia, les tomaría a loa tripulantes de una supuesta nave espacial moviéndose a una velocidad ligeramente menor a la de la luz (300 mil kilómetros por segundo) 40 años, de acuerdo a las fórmulas de la teoría de la relatividad de Einstein ( http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2008/01/relativa-facilidad-absoluta-belleza.html ), en tanto que para quienes les “esperaran” en la Tierra habrían transcurrido ¡sesenta mil años!, quizá ya con la raza humana extinta. De aquí el pesimismo de Shahen: “la imposibilidad de rebasar la velocidad de la luz parece que nos condena a permanecer eternamente en nuestro pequeño rincón de la galaxia, separados por enormes distancias de otros astros -salvo unos cuantos muy cercanos- y, quizás, de civilizaciones extraterrestres.”

Muy encomiables los esfuerzos de los equipos de trabajo del Hubble, el Webb, las naves marcianas y los viajes a la luna, pero no dejamos de ser una partícula despreciable de polvo en el infinito universo… que probablemente se contrae periódicamente a sus míseros orígenes.

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