No es por la decepción que me provocó la derrota de mis Pumas -equipo de origen, ya que de la UNAM provengo- en el torneo Guard1anes de la Liga MX, después de todo el León es el equipo de mi adopción, vamos, el segundo de mis quereres. Yo más bien creo que es la edad, pues ah, cómo me aburre el futbol, o soccer, más bien, porque el americano sí que me encanta y apasiona.
Entonces, no, no es la edad, sino el peloteo insulso a que nos ha acostumbrado la ínfima calidad de nuestro balompié, en el que hasta el clasificado en el lugar número doce del torneo regular tiene oportunidad de proclamarse campeón. He ahí la explicación. Ese peloteo a que nos sometieron ambas fieras en los dos partidos finales no es algo ajeno a lo que presenciamos todo el año, torneo tras torneo. El tiempo perdido es otro de los factores que contribuye a hacer de este deporte algo digno del mejor bostezo. Alguna vez Imagen Televisión intentó el ejercicio de medir el tiempo efectivo de juego en los partidos que transmitía. De los 90 minutos de juego, aquel difícilmente rebasaba los ¡52! Y esto, antes del VAR, que ha venido a empeorar las cosas. ¡Qué horror!
Además, el ritual para los tiros libres es insufrible. En lo que el árbitro pita la falta, amonesta, discute con los jugadores, pinta sus rayas con Comex, reconviene a la barrera y da el pitazo de autorización para reiniciar el juego, fácilmente se pierde un par de minutos, que el silbante nunca compensa. Lo mismo pasa en los tiros de esquina o en cualquier jugada a balón parado.
Recuerdo un día que estaba “viendo”, junto con mi hijo Raúl, un Monterrey-América desde la Sultana del Norte, yo en duermevela y el júnior ya completamente jetón, pero mi estado de semiinconsciencia permitió que me percatara que el “Chupete” Suazo tomaba el balón y con un certero disparo anotaba para los regios. Como por instinto, me levanté del sillón y grité: “¡Goool!”. Acto seguido, Raúl salió de su profundo letargo, se levantó también como impulsado por un resorte y, aún más fuerte que yo, coreaba: “¡Gooooool!”… sin haberse percatado de un carajo.
Si a lo anterior añadimos la irritante falta de ética de nuestros futbolistas -simulando faltas, fingiendo lesiones, haciendo tiempo, apresurando el paso en un cambio cuando van perdiendo y de rodillas cuando van ganando, escupiendo todo el rato (aun en esta época de pandemia), mascando chicle todo el tiempo (como el “Chapo” Montes, que yo creo que nació con él en la boquita)-, digo, si añadimos todo esto, lo que nos queda es un muy pobre espectáculo. Los jugadores de futbol soccer son de los deportistas más tramposos del orbe, ya quisiera yo verlos haciendo teatro en la NFL o en la NBA o en la ¡NHL!
Con el añadido de tener que chutarse todo esto -nunca mejor aplicado el término- por TV desde casita, con la insultante publicidad invasiva a que ya nos tienen acostumbrados los patrocinadores, ocultando partes sustantivas de la pantalla o toda ella con sus odiosos anuncios.
Lo anterior, no es privativo del futbol nacional. Y díganme si no aquellos que hayan tenido la suerte (mala) de presenciar la última final de la Champions entre el Bayern y el PSG, simple y sencillamente ¡nem-bu-ta-les-ca!
Mejor nos cambiamos al deporte oficial del actual régimen, que es lo único honesto que les conozco, pues nunca ha presumido de ser apasionante -me refiero al beisbol, no a la 4T, que es todo lo contrario y desata las más bajas pasiones-, sino cerebral, apenas adecuado para nuestro Gran Líder.
Pero hablaba yo del León. Para mí su coronación resultó, con todos estos ingredientes, tan emocionante como si un paisano del terruño hubiese ganado un campeonato nacional de bridge a puerta cerrada.
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