Me avergüenza confesar -después de 16
años viviendo en León, que cumplí el miércoles pasado, 17 de julio- que hace
apenas quince meses me hice socio de la mencionada biblioteca, aunque ya con
anterioridad la había visitado en diversas ocasiones, así que consultando su
catálogo en línea me enteré que tenían dentro de su acervo la ansiada obra y,
sin más, me lancé por ella. Sin embargo, no me percaté, a pesar de que la
información en Internet lo indica claramente, que la obra está “en reserva”, es
decir, existe solo una copia del material y, por lo mismo, esta no puede
abandonar el recinto. Un rápido cálculo me permitió estimar que tendría que
acudir a la biblioteca entre dos y tres meses diariamente, a razón de 25-30
páginas por sesión, los cinco días hábiles de la semana, para concluir la
novela. Digo, porque no nada más se trata de leerla, sino de entenderla
cabalmente, y Musil posee un estilo un tanto obscuro y difícil.
En fin, me iba a salir más caro el caldo
que las albóndigas, entre desplazamientos, pago de estacionamiento y, lo más
valioso de todo, tiempo. Así pues, decidí buscar el libro por todo León y
alrededores, pero fracasé, y me olvidé mejor del asunto. Tan fácil que hubiera
sido que me prestaran el ejemplar único de la biblioteca hasta por las tres
consabidas semanas y que yo manejara mi ritmo de lectura en casa, y así con los
dos volúmenes, uno tras otro, sin acaparar ambos. Quizá el tiempo de lectura
pudiera reducirse de esta manera a la mitad, pero no, en la Wigberto Jiménez
prefieren mantener este archivo muerto, pues sinceramente dudo que haya alguien
más que decidiera someterse al viacrucis que acabo de describir aquí. Y quién
sabe cuántas más obras se encuentren bajo las mismas circunstancias, pues no es
infrecuente toparse en el catálogo con la odiosa advertencia “en reserva”. Que
con su pan se la coman.
Me olvidé, pues. Pero como todo en esta
vida tiene sus ciclos, hace poco me volví a encontrar con la referencia y de
nuevo consulté los catálogos de Amazon y Google, ¡y esta vez ambos la tenían!,
y al mismo precio accesible que uno por lo regular encuentra en estos lugares.
Además, la edición es de Seix Barral, muy pulcra, y dentro de su reconocida
Biblioteca Formentor. Esta edición electrónica consta de 1853 páginas, que
obviamente requieren de tiempo, pero ahora que la termine, ya la estaré
comentando con ustedes, si no encuentro un tema mejor, pues siento que las
reseñas de libros resultan, en general, muy tediosas, por no decir francamente
aburridas.
Más que nada, lo que quiero destacar con
este escrito es el absurdo de los préstamos bibliotecarios, ya que tal parece
que se prefiere conservar estas obras inaccesibles al público, casi casi como
incunables, cuando lo único que constituyen son archivos muertos que
probablemente nadie, nunca, vuelva a leer. Vaya, oscurantismo mondo y lirondo.
Por ello mis opciones, antes de acudir a
una biblioteca, son los libros electrónicos y las librerías, en ese orden.
Además de que los de las bibliotecas parecen billetes en circulación, de tan
manidos y sucios. El ejemplar de Musil, en la Biblioteca Central, es la
excepción.
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