jueves, 5 de septiembre de 2019

La fútil existencia

El lunes 13 de mayo de 1974 se suicidó de un disparo en la cabeza el político, diplomático, escritor, poeta e intelectual mexicano de primer orden Jaime Torres Bodet, a los 72 años de edad. Recuerdo que al día siguiente la prensa informaba profusamente sobre tan penoso acontecimiento, señalando que debido al cáncer que don Jaime padecía había tomado tan fatal determinación. Lo que guardé por siempre en mi memoria fue la dramática y poética línea del mensaje póstumo que el escritor dejó y el periódico que leí reproducía, donde Torres Bodet afirmaba: “Ha llegado el momento en que a fuerza de dolor no puedo seguir fingiendo que vivo”.

Esta frase vuelve de vez en vez a mi cabeza y fue el caso hace unos meses, pero nunca me había dado a la tarea de buscarla, cosa que en esta ocasión intenté a través de Internet, pues era obvio que ahí la encontraría junto con el mensaje completo del poeta. Mi intento resultó tan banal como mi recuerdo, ya que lo único que encontré fueron menciones tan triviales como la que yo suelto líneas arriba. Lo que sí hallé fue una larga entrevista que Héctor Palacio le hizo en 1989 al también escritor Rafael Solana, que fuera secretario particular de Jaime Torres Bodet cuando éste ocupó la Secretaría de Educación Pública durante la Presidencia de Adolfo López Mateos.

La entrevista de Palacio formó parte del trabajo de investigación para la elaboración de su tesis profesional Obra diplomática y educativa de Jaime Torres Bodet, y apenas hasta hace poco se comenzó a conocer ampliamente. Esta entrevista lo tienta a uno a suponer que la mentada frase del poeta es apócrifa. Juzgue el lector si no de la siguiente cita in extenso de la referida entrevista:

Héctor Palacio: ¿Aparte de escribir sus memorias, a qué otras actividades solía dedicarse Torres Bodet en los últimos años de su vida?

Rafael Solana: Solamente escribía sus memorias. Aquí puedo decirle una cosa personal mía. Creo que don Jaime había ya proyectado terminar su vida al concluir sus memorias y que la prolongó un año más porque yo le hice notar que se necesitaba un último tomo más. Él decía que no se necesitaba porque a esa época que va entre el final de Tiempo de Arena (1955) y el principio de los otros volúmenes de sus memorias, aludía constantemente. Yo le insistía mucho en que no bastaba que aludiera, sino que tenía que organizarlo todo. Por fin lo convencí y se tardó un año en escribir Equinoccio (1974; en 1961 habían salido reunidos los primeros cinco volúmenes de sus Memorias) y el día mismo en que devolvió las pruebas a la casa Porrúa, fue cuando se suicidó.


HP: Usted escribió en el prólogo a su obra novelística, editada por EOSA, que él renunció a la vida por designio propio. ¿Por qué eligió esto?

RS: Él encontró que ya no tenía nada que hacer en la vida. Terminada su obra literaria con la redacción de sus memorias, terminada su obra administrativa con el remate de su segundo período [como secretario de Educación] y terminada su obra diplomática al cumplir 65 años de edad -que es la edad que se pone de límite a los embajadores-, encontró que no tenía nada que hacer. Su familia era solamente su esposa, no tuvo hijos, ni sobrinos..., algunos sobrinos, pero más bien del lado de su mujer. Entonces encontró que era ocioso seguir viviendo. Se ha dicho que padecía de cáncer o de alguna cosa; nada de eso es cierto. Yo estaba tan cerca de él que lo veía ir -lo acompañaba incluso- a ver a sus médicos, uno de los cuales era Césarman (Teodoro) que vive, otro de los cuales era el hijo de Marte Gómez, que vive también; otros eran los Cueto. Todos ellos viven y podrían decir, si fueran solicitados, que don Jaime lo único que padeció en el final de sus días fue una especie de fractura, una fisura en el coxis de un tropezón que dio dentro de su propia biblioteca y que lo obligó a guardar la silla de ruedas durante un corto tiempo y luego a caminar con un bastón durante otro corto tiempo; pero esto no lo afligía, su vida intelectual y mental era tan intensa como siempre.

Hasta aquí la cita.

Permítaseme concluir que si ya admiraba a don Jaime por su coraje para quitarse la vida en una situación tan adversa como la que yo suponía, ahora lo hago por partida doble al percatarme que sólo lo hizo por la futilidad de la existencia, al encontrar “que ya no tenía nada que hacer en la vida” y “que era ocioso seguir viviendo”. ¿Por qué aferrarse a vivir después de los 70, cuando es uno todavía lúcido y fuerte, y pretender la inmortalidad a los 80 o 90, que desgraciadamente son los años que la ciencia ha logrado añadir al final de nuestra vida, no al principio, valga la inane perogrullada?

Si ni aun a los 70 tiene uno la garantía, pues a esa edad, por ejemplo, mi madre murió con una salud totalmente devastada a lo largo de sus últimos varios años de existencia, ¿qué necesidad, digo yo -que estoy a pocas semanas de tan fatídico aniversario-, de retar más a Satanás?

¡Vámonos de aquí, carajo, pero ya!

2 comentarios:

Gabriel Jiménez dijo...

Buenas tardes, Raúl. ¿Cómo estás? Espero y deseo que muy bien.

Acabo de terminar de leer el artículo que público el periódico am ayer.

No es el primero que leo (de tu autoría), me agrada tu creación literaria, entre otras cosas, por extraña. Si. Tanto los temas como la forma de expresión me parecen raros y gratos por igual.
Ya habrá oportunidad de comentar puntualmente acerca de alguna de tus obras.

Lo que ahora me interesa es solicitarte, de la manera más atenta, que te mantengas con vida. Estoy seguro de que no es mucho pedir. Además estoy también seguro de que la época o etapa que vives es proclive a la bondad.

Para mí es importante que sigas colaborando con el periódico porque, de esa manera, puedo leer y reflexionar acerca de los tópicos y enfoques que le das a las circunstancias de la vida. Cosa que te agradezco.

Me gustaría conocerte en persona y tener una charla contigo, no sé si sea mucho pedir.

Te agradezco tu atención a este mensaje y por tu respuesta.

Atentamente.
Gabbónimo Patiño.

avidode-saber@yahoo.com

Héctor Palacio dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.