miércoles, 10 de octubre de 2018

Todo un personaje

Ya he relatado en ocasiones anteriores cómo las correrías de mi padre en el turismo y en la embajada de los Estados Unidos lo llevaron, y aun diría yo nos llevaron, a conocer y tratar a grandes personalidades, la menor de las cuales no es, por cierto, el mismísimo Secretario de Estado, en su momento, Henry Kissinger. Mi padre era una persona humilde y generosa, pero ello no obstó para que incluso este personaje se haya despedido de él diciéndole: "Señor Gutiérrez, cuando crea que pueda ser de utilidad para usted, no dude en contactarme". Esto no me lo platicó don Nicolás, sino que yo  fui testigo cuando se lo dijo una vez que lo hubimos dejado a buen resguardo después del Partido del Siglo, Italia-Alemania, en el mundial México 70 y, como recordarán, ya con unas cervezas de más Mr. Henry y yo.

Y casi lo mismo podría decirse de los astronautas de la Apolo 11, Neil Armstrong, Michael Collins y Edwin Buzz Aldrin, o de la secretaria particular de Jackie Kennedy, o de Sukarno, el primer presidente de una Indonesia independiente, o del legendario pitcher de los Dodgers de Los Angeles Sandy Koufax, ganador de tres premios Cy Young por decisión unánime (el primero en obtenerlo así y cuando el galardón era uno por toda la MLB y no por cada liga, como lo es ahora), o de los también legendarios Oliver Hardy y Stan Laurel, popularmente conocidos como el Gordo y el Flaco, o de Leo Carrillo, el súper famoso Pancho de la no menos conocida serie de televisión Cisco Kid, o de alguna Miss Universo cuyo nombre ya no recuerdo ahora, o de la Princesa Caramelo, que "inmortalicé" en algún relato anterior. En fin, de muchos de estos personajes conservé autógrafos que mi padre conseguía para nosotros, la gran mayoría de los cuales ha desaparecido con el tiempo, como lo han hecho quienes los plasmaron en papel.

Mi padre relataba con enorme placer y orgullo cómo Stan Laurel, el Flaco, lo complacía cuando le pedía que parodiara para él el famoso llanto que lo hizo tan popular en las pantallas, y cómo le pidió a Leo Carrillo, Pancho, que le enviara un saludo a sus hijos (nosotros) la noche que lo fuera a entrevistar Paco Malgesto en la televisión mexicana. Y ahí tienen a Paquito inquiriendo a Pancho si sabía hablar español, y él respondiendo: "Claro, me lo han enseñado mis amiguitos Coco, Ruly y Ceci, hijos de Nick, que me trajo a este estudio", o sea, mis hermanos y yo. Y ahí nos tienen a todos, incluida mi madre, desternillándonos de risa, producto de la pena y la emoción, ante el aparato televisivo por semejante osadía.

Con todo, nada se comparaba con la monumental responsabilidad asumida por mi padre a petición del Presidente de México Gustavo Díaz Ordaz durante la visita a nuestro país de Lyndon B. Johnson en 1968, una vez pasados los eventos protocolarios y cuando las familias de ambos presidentes se encontraron departiendo amistosamente en un salón de Los Pinos, ¡pero sin intérprete oficial! De inmediato Díaz Ordaz solicitó que se buscara a alguien, y no encontraron a nadie mejor que don Nicolás, que se hallaba ahí para la ocasión coordinando todo lo que tenía que ver con los traslados de Johnson y su familia en México. Mi progenitor se puso nerviosísimo, pues eso de ser intérprete "oficial" en un evento familiar al más alto nivel, literalmente, durante un encuentro binacional entre México y Estados Unidos, jamás lo hubiera soñado en su vida ni en toda la eternidad.

Una vez que hubieron presentado a mi padre con el Presidente Díaz Ordaz y percatándose éste del nerviosismo de Nick, le suplicó: "Don Nicolás, no se ponga usted así, esto es solo una charla informal, de familia, donde no se tratará ningún asunto de Estado, así que ánimo, no nos haga usted quedar mal".

El momento previo quedó inmortalizado en la foto que les adjunto, que apareció en la prensa de aquella época y donde mi padre es fácilmente identificable como el caballero de lentes que aparece justo a unos pasos del respaldo del asiento donde se apoltronó Lyndon B. Johnson, que aparece junto a su esposa Lady Bird Johnson, su hija Linda Baines Johnson (acuérdense que todos tenían que ser LBJ, para no desentonar con su rancho, así llamado, en Texas) y el propio Díaz Ordaz.

¡Gracias por estos hermosos recuerdos, Padre mío, tú sí que fuiste todo un personaje!

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