Después de que la LXV Legislatura dictaminara la iniciativa de reforma al Poder Judicial de la Federación (PJF) del presidente Andrés Manuel López Obrador, éste dijo, en su último informe de Gobierno el domingo 1 de septiembre ante un Zócalo pletórico que lo aclamaba, que solicitaría al nuevo Congreso (LXVI Legislatura) de mayoría calificada de Morena y aliados que el lunes 2 aprobara fast track dicha reforma, ya que planeaba promulgarla -tan dado al simbolismo como era- dos semanas después, lunes 16 de septiembre, día de la Independencia de México, una vez que pasara también el cedazo del Senado, donde no le sería difícil conseguir los tres o cuatro votos que necesitaba para tener igualmente mayoría calificada en esta Cámara, como de hecho ocurrió al unírseles sendos pares de priistas y emecistas convenencieros.
Desde el mismo lunes 2 comenzaron las corridas contra nuestra moneda y los desplomes de la Bolsa Mexicana de Valores (BMV); las primeras, por la huída de capitales golondrinos que aprovechaban las altas tasas de interés que se pagaban en México, y los segundos por el comprensible temor de los inversionistas al ver en riesgo sus capitales.
Pero esto no fue nada comparado con el pánico que se desató el 16, día de nuestra “gloriosa” independencia y de la promulgación de tan malhadada ley en el Diario Oficial de la Federación, con una devaluación de nuestra moneda cercana al 70% y un hundimiento de la Bolsa del 25%, que se logró atemperar por el cierre anticipado de operaciones, no así de la moneda, por más subastas de dólares que el Banco de México llevó a cabo.
Todo lo anterior con las consabidas inflación, carestía e incremento de las tasas de interés para tratar de paliar la huída de capitales. La tan temida crisis financiera había llegado.
Como siempre, esta hecatombe se ensañó “primero con los pobres” (haciendo mofa del eslogan de AMLO), pues la inflación representa el más cruel e inmisericorde impuesto que éstos deben absorber.
Los medios y gobiernos extranjeros no daban crédito a lo que se estaba viviendo en México y nos condenaban a una segura e inhumana venezolización, que para ratificarla era ya acompañada por una creciente emigración de compatriotas.
Es increíble la tragedia que puede ocasionar un solo hombre en su afán de venganza: aniquilar un Poder contrapeso del Ejecutivo, el Judicial, porque muchas de sus iniciativas de ley fueron rechazadas por ser claramente anticonstitucionales o porque se vulneraron los procesos legislativos. Pero en especial, el odio que sentía el ex presidente López Obrador por la presidenta de la Corte, Norma Lucía Piña Hernández, no se explica más que en el interior de una mente muy enferma.
Ahora, este ambiente letal es el que deberá afrontar la nueva Presidenta de México, doctora Claudia Sheinbaum Pardo, que ha de estar arrepentidísima de haber querido llegar, como fuera, a posición tan ingrata.
Ojalá pronto dé visos de independencia y buen juicio, no va a ser fácil, y que iniciemos 2025 con momios más favorables.
¡Qué desgracia, caray!
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