viernes, 31 de mayo de 2024

Murakami y el feminismo

Acabo de leer la extensa novela Kafka en la orilla, de Haruki Murakami, de género realista-fantástico, del que no soy muy afecto, pero que me mantuvo muy entretenido el par de semanas que le dediqué, a pesar de que una dupla de capítulos al final resultan francamente aburridos. La novela va urdiendo medio a fuerzas la historia de sus dos personajes principales: el anciano Nakata y el quinceañero Tamura, que se autodenomina Kafka Tamura por su admiración por el escritor checo, pero además le cuadra el calificativo, pues a lo largo del relato aparece esporádicamente “un joven llamado cuervo” para “dialogar” con y aconsejar a Tamura tras bambalinas, y el homófono checo kavka significa precisamente grajo, ave muy parecida al cuervo. Al final llegan a coincidir fortuitamente los dos, Nakata y Tamura, en la ciudad de Takamatsu, pero sin tratarse personalmente jamás, y cada uno concluyendo por separado su propia historia, con puntos indirectos de contacto vía otros personajes.

Pero a mí no me interesa esta vez hacer la reseña del libro. Quien la requiera, puede acudir a ChatGPT, que le proporcionará una a su gusto en breves instantes. No, lo que me llamó poderosamente la atención y me fascinó fue el episodio de las dos feministas de un organismo civil encargado de la vigilancia de instituciones culturales que llegan a la biblioteca, que diestramente maneja su veinteañero administrador, Oshima, ayudado por Kafka Tamura, al que aquél le ha dado asilo en el recinto al saber que ha huido del hogar paterno, para ver las condiciones que la biblioteca ofrece a las mujeres. Lo que primero llamó su atención después de una detallada inspección de todo el edificio fue el baño común. Cómo es posible que no haya un espacio dedicado exclusivamente a las mujeres para estos menesteres. Bueno, es una biblioteca pequeña, con no muchos visitantes, y hasta ahora nadie se ha quejado, les riposta Oshima, más apropiado sería que fueran ustedes a Seattle, sede de Boeing, a hacer la misma observación, pues sus jumbo jet son mucho más grandes que esta biblioteca y sólo disponen de baños comunes, a lo que las damas responden que su responsabilidad no son los aviones, sino las instituciones de cultura.

A la siguiente objeción: catálogos separados de autores, Oshima no tiene más remedio que aceptar que es una mala herencia del pasado, y que están trabajando para conformar un único catálogo, tanto para mujeres como para hombres. Y qué hay con los catálogos temáticos, ¿por qué no poner a las mujeres antes de los hombres? Dichos catálogos, les hace ver Oshima, están en estricto orden alfabético, y ninguna culpa tiene la s de ir antes de la t, o el 67 antes del 68.

Después de tantos dimes y diretes, una de las mujeres concluye, refiriéndose por supuesto a Oshima, que “Usted es un patético ejemplo histórico de macho falócrata”, y la otra: “Es decir, que usted es el típico macho machista”.

No obstante, las dos enmudecen cuando Oshima les muestra un carnet de identidad para, acto seguido, finiquitar: “Sin embargo, aunque tenga un cuerpo de mujer, mi mente es totalmente masculina. Yo, desde el punto de vista psicológico, vivo como un hombre. Por lo tanto, podría ser cierto aquello que ha dicho usted del ejemplo histórico. Tal vez yo sea un redomado sexista. Pero, aunque tenga este aspecto, no soy lesbiana. Mis preferencias sexuales se decantan por los hombres. Es decir, que aunque sea una mujer, soy gay. Jamás he usado la vagina, siempre practico el sexo anal. Mi clítoris es sensible, pero mis pezones no demasiado. No tengo menstruación. ¿Qué voy a discriminar yo? ¿Me lo pueden explicar?”.

Huelga decir que las mujeres salieron de ahí hechas una furia. En cambio, yo quedé entusiasmado, y dediqué un aplauso de admiración cerrado a Oshima.

Quizá ya vaya siendo hora que le den el Nobel a Murakami, eterno finalista, y como lo otorgan únicamente a vivos y él es coetáneo mío (1949), ya no queda mucho tiempo.

lunes, 27 de mayo de 2024

Perras católicas

A raíz de mi último escrito salió a colación Farca, mi compañero judío de secundaria en 1964, en el Colegio Cristóbal Colón, hace justo ¡sesenta años! Y no era sólo que el titular de segundo “B”, Jesús Villegas Redondo, quisiera obligarlo a ir a la Basílica de Guadalupe, sino que el titular de otro grupo y profesor nuestro de geografía y ¡civismo!, Celerino Salmerón, seglar fanático recalcitrante de derecha, incurría en francas agresiones a su persona, que no por indirectas resultaban menos deleznables.

Qué necesidad tuvieron los padres de Farca de inscribirlo en una escuela confesional católica y los directivos de ésta, hermanos lasallistas, de aceptarlo, supera mi capacidad de entendimiento. Quizá fuera que la fama del colegio los llevara a afrontar el reto y aceptar las reglas no escritas de mutuo respeto planteadas por ambas partes, pues el muchacho siempre se comportó a la altura durante los momentos de oración que acostumbrábamos entre una clase y otra, de pie, con gesto adusto y brazos cruzados.

Pero esto no bastó para que en una ocasión y sin venir al caso el maestro Celerino, durante su clase de ¡civismo!, derivara su plática hacia el judaísmo y lo tildara, lo menos, de intolerante, y nos sambutiera el rollo de que la ley judía, sin especificar cuál, por supuesto, conminaba a los suyos a no ejercer la prostitución entre ellos, que para eso estaban las perras (literal) gentiles, que profesan otra religión.

El pobre Farca no hallaba dónde meter la cabeza y únicamente la volteaba de un lado a otro para confrontar las miradas que se posaban sobre él, con un “no es cierto” apenas dibujado en sus angustiados labios. Cuando el orate se percató de la inquietud del grupo y sabiendo de la presencia de Farca, se limitó a decir que él se hacía responsable de sus dichos y nos conminó a guardar compostura, cuando su conducta apuntaba a que era Salmerón el único que no lo hacía.

Las dos grandes obras de Celerino Salmerón, que siempre nos presumía, son Las grandes traiciones de Juárez y En defensa de Iturbide, ambas editadas originalmente por Editorial Jus. Las dos compendian el espíritu reaccionario de su autor.

Algunas veces llegó a ser invitado al programa Anatomías de Jorge Saldaña, tan dado al show y la polémica, y para el que Salmerón resultaba un suculento manjar. En alguna de esas ocasiones coincidió con el pintor José Luis Cuevas y éste no salió de su azoro cuando aquél proclamó a voz en cuello que Sergio Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca, iba derechito en la resbaladilla del infierno, a propósito de quién sabe qué. Cuevas, enojado, se limitó a preguntar a Saldaña que de dónde sacaba esos especímenes, refiriéndose a Celerino, obviamente, e ignorando totalmente al sinarquista.

Sus dos hijos estudiaban en el mismo colegio al que yo asistía y donde su padre “enseñaba”. Incluso uno de ellos aseguraba que su padre estaba loco de atar.

sábado, 25 de mayo de 2024

¡Cómo te odio, Dios mío!

Estaba desbocadamente escribiendo un artículo en tercera persona con tan irreverente título sobre un niño-adolescente, Rulo, cuando me vino a las mientes que tal vez hacía varios años ya lo había redactado, pero en primera persona. En efecto, pues http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2016/10/melancolia-me-fascina-la-etimologia.html da cuenta de ello hace casi ocho años.

Nada más concluiría que lo único que a Rulo le disgustaba de su ateísmo era no tener a nadie a quien odiar por todo el daño autoinfligido.


jueves, 9 de mayo de 2024

"¡No sumes, Caro, piensa!"

Tengo dos hijos: Caro, de 32 años de edad, y Raúl, de 30. Cuando eran pequeños: Caro, de 7-8 años, y Raúl, de 5-6, solía sentarlos a la mesa de la cocina, uno enfrente de la otra, y yo en el medio, y los sometía a cálculos mentales aritméticos sencillos: sumas, restas y multiplicaciones y divisiones muy simples. Raúl, a su corta edad, respondía correctamente con celeridad y aplomo a cuanto reto lo sometía. Caro, más nerviosa, protagónica y competitiva, se presionaba mucho y erraba algunas veces sus respuestas, que Raúl se apresuraba a corregir. En una de esas ocasiones, el niño se conmovió tanto de ver a Caro sufrir que se apresuró a aconsejar enternecedoramente a su hermanita: “¡No sumes, Caro, piensa!”, lo que provocó una franca carcajada de padre e hija ante tamaña salida.

Era obvio que el niño había logrado desarrollar con el paso del tiempo ciertas técnicas mentales que le permitían responder certera y rápidamente los enigmas del progenitor.

Todo esto viene a colación porque suelo hablar mucho de Carolina y muy poco de Raúl, pero no es de mala fe, sino más bien producto de ese protagonismo al que la hoy respetable dama es muy dada, a diferencia del hoy respetable caballero, mucho más reservado, casi casi rayano en la introversión.

Pero qué va. Raúl, al igual que Caro en el Tec en Arte y Diseño Digital, se graduó de excelencia en Administración de Negocios en la Universidad De La Salle Bajío, muy a pesar del incierto inicio en estos menesteres. Me explico. El día de la inscripción a la carrera dejé a Raúl a las puertas de la prepa y me encaminé a la Universidad no lejos de ahí a consumar dicha inscripción. Cuando recogí al muchacho en la tarde, le mostré los documentos que lo acreditaban como flamante miembro de la carrera en Administración de Negocios. “¡Pero, pá -se sorprendió él-, si te dije que en Negocios Internacionales!”. “¡No mames! -lo atajé yo flemáticamente-, y ahora, ¿qué hacemos?”. “Pues ya ni modo, así le dejamos -se resignó él estoicamente”.

Insisto, así y todo, hizo una carrera envidiable que hoy lo tiene en el corporativo de General Motors en Silao por ya casi tres años, y feliz de la vida.

Pero no sólo eso, sino que, como ya lo adelantaba su precocidad numérica, ha desarrollado una serie de habilidades financieras que ni yo, actuario, soy capaz de seguir, lo que le ha permitido hacerse de su propia casa -obviamente hipotecada- en un  tiempo récord, a sus “tiernos” 30. El coche de sus sueños lo damos por descontado, pues cuenta con él desde que trabajaba en el sector bancario, mucho antes de ingresar a la honrosísima GMC.

Por todo esto y mucho más, gracias Raúl, gracias Caro, por haberle dado sentido a mi vida.

Por cierto, creo que Elena piensa lo mismo. 

domingo, 5 de mayo de 2024

Mis sobras completas

La gloria o el mérito de ciertos hombres  consiste en escribir bien; el de otros consiste en no escribir.

Jean de la Bruyère, citado por Enrique Vila-Matas en Bartleby y compañía.

Enrique Vila-Matas ha escrito un libro, Bartleby y compañía, a propósito de grandes hombres que nunca escribieron, como Sócrates, o bien escribieron muy poco, como nuestro Juan Rulfo. El título de la obra nos recuerda al personaje del relato de Herman Melville, Bartleby, que siempre que era conminado por sus congéneres a ponerse en acción respondía invariablemente con un “Preferiría no hacerlo”, y así se la llevaba indefinidamente. Por ello, Vila-Matas pone en compañía de este espécimen a todos aquellos individuos que se negaron a escribir nada o no lo volvieron a hacer nunca después de algunos escarceos iniciales.

Don Enrique dice que Rulfo achacaba a la muerte de su tío Celerino su esterilidad posterior a Pedro Páramo y El llano en llamas, ya que el señor era un mentiroso empedernido que capturaba la embelesada atención del sobrino con sus relatos apócrifos. Dicho pariente era un borracho que se ganaba la vida ¡confirmando niños! Pero muerto el perro se acabó la rabia.

Lo anterior viene a cuento por la insistencia de la familia cercana, especialmente Caro y Elena, y algunas amistades entrañables para que escriba un libro. Háganme el favor, como si se tratara de enchílame otra. Digo, porque si nos vamos a embarcar en tal empresa, que sea con la mayor seriedad del mundo, lo cual me llevaría no menos de una década conseguirlo, para así poderme equiparar con los grandes autores aunque fuera tan sólo en eso. Y ya no me da el reloj. Así que “preferiría no hacerlo”. Mis seres queridos insisten en que emprenda esto como proyecto de vida y terapia antidepresiva, a lo que yo, imperturbable, les reitero: “preferiría no hacerlo”.

Lo más a lo que podría aspirar es a poner juntos el casi medio millar de imbéciles retazos que he “balbuceado” a lo largo de dieciséis años para por lo menos ofrecer un somnífero efectivo para el par de potenciales e incautos lectores que se atrevieran a adquirir Mis sobras completas; sin aspirar a Nobel alguno, por supuesto.

Por lo demás, el libro de Enrique Vila-Matas es muy entretenido y didáctico en este sentido.

jueves, 2 de mayo de 2024

Remedio contra la depresión

Un libro. Y no, no me refiero a la vomitiva “literatura” de autoayuda, sino a la literatura que, por más descarnada que parezca, es capaz de mover las fibras más sensibles del alma para gozar de un arte auténtico y conmoverse profundamente con él.

En esta ocasión me refiero a la novela Mancha humana, del laureado autor norteamericano Philip Roth. El ex decano de la universidad de Athena, Coleman Silk, se ve obligado a abandonar su puesto de docente por un aparente y estúpido incidente racista, sin que absolutamente nadie -vamos, ni el lector- se percate de la negritud de Silk, que ha logrado llevar su secreto hasta esas alturas gracias a su apariencia exterior, que incluso le llevó a abandonar a su familia para fingir mejor su impostura, no sin graves broncas de por medio con dicha familia. Aun así, se casó y tuvo cuatro hijos blancos, corriendo el riesgo nada improbable de que alguno de ellos pudiera resultar negro. Quizá el hijo menor, Mark, se enteró de todo ello y odió al padre.

La novela se inicia cuando ya Silk cuenta con setentaiún años de edad, su esposa ha muerto, muerte que él achaca a la tremenda injusticia que le infligió la universidad, y lleva una relación de amasiato con una empleada de intendencia de la propia universidad, Faunia Farley, analfabeta de treintaicuatro años, menos de la mitad de la edad de aquel, y el personaje más trágico de la novela, junto con el ex esposo de esta, Lester, veterano de la guerra de Vietnam.

Coleman Silk se relaciona con el autor semi omnisciente del relato, Nathan Zuckerman, sin llegar a establecer propiamente una amistad con él y le solicita que escriba la historia de la tremenda injusticia cometida con su persona. Y a partir de aquí corre la trama con todos estos personajes, abundante en flashbacks y en historias de amor, odio, traición, perversidad y más. Baste decir que la puñalada trapera que le asesta Delphine Roux, una brillantísima joven académica francesa egresada de Yale, a Silk, ya cuando este no podía defenderse, es de una bajeza y sevicia descomunales, incrementadas aún más por el hecho de que ¡él fue quien la contrató para la universidad! Y no digo más.

En una ocasión en que Faunia Farley visita una especie de asilo animal, llama su atención un grajo, ave semejante al cuervo, recluido en cautiverio en una jaula, desde la cual, sin embargo, puede volar hacia el exterior a reunirse con los de su especie en los árboles que abundan afuera. No obstante, cuando esto hace, los otros lo empiezan a picotear en la cabeza a tal grado que se ve obligado a huir antes de que acaben con su vida. Este es el precio, dice el autor, que ha de pagar el infeliz pajarraco por convivir con la mancha humana. Esa de la que el libro es todo un compendio.

Pues bien, este hermoso libro es el que me hizo más llevaderas las pasadas dos semanas, al extremo de levantarme con un inusitado entusiasmo todas las mañanas.

¡Gracias Philip!