Serán 28 días hábiles (lunes 4 de diciembre de 2023 a viernes 12 de enero de 2024) los que invertiré en la cura de mi cáncer mediante radioterapia. Finalmente me decidí por la medicina privada, pues las condiciones que ofrece la pública son deprimentes, y miren que finalmente fueron escuchados mis reclamos en el IMSS, una vez que arreglaron sus equipos (aceleradores lineales), y hasta el examen inicial (simulación) se me corrió ahí para elaborar un plan de aplicación de dichas 28 radioterapias. Pero preferí endeudarme. Sin embargo, tanto en uno como en otro sitio, como los albañiles que llegan a casa para efectuar una remodelación, no les importa dañar lo que se encuentra en buen estado mientras ellos avancen en su obra, y eso que al momento de escribir estas líneas “apenas” llevo diez sesiones, pero ya se palpan los estragos en otras partes producto de las intensas radiaciones. En fin, nada que con entereza no se pueda superar.
Lo que más duele es el estricto régimen alimenticio al que uno se debe someter durante el tratamiento: no grasas, no lácteos, ni café, alcohol, chocolate, cítricos, piña, aguacate, frijoles, lechuga, rábanos, verdolagas o aguacate. Ni frituras o pasteles ni un largo etcétera. Afortunadamente, sí se valen los pescados y mariscos, por lo que podré disfrutar del típico de estos días pescado a la vizcaína, sugerencia de mi amigo Quintana. Lo peor es que este régimen deberá extenderse durante dos semanas después de la finalización del tratamiento para permitir que los órganos que dañaron los albañiles, digo, perdón, doctores se recuperen plenamente. O sea que estaré reanudando mi vida normal por ahí de finales de enero del próximo año, si bien me va. Y todo, para esperar lo que sigue, que pudiera ser definitivo. El juego de la vida.
Mientras tanto, les describo un típico día navideño: despertar matinal a las 7:15 de la mañana para vaciar el vientre, pues como bien dice ChatGPT: “mantener la vejiga llena y el recto vacío durante la radioterapia de cáncer de próstata es una medida para proteger los órganos circundantes y mejorar la efectividad del tratamiento al dirigir la radiación de manera más precisa hacia la próstata, reduciendo así los efectos secundarios en otros órganos cercanos.” Y ¿cómo se consigue una vejiga llena? Ah, pues llevando conmigo una botella con un litro de agua al momento de salir de casa rumbo al hospital a las 10:30 y que deberé consumir de un tirón media hora antes de la radioterapia, que tendrá verificativo alrededor del mediodía, y la cual consiste en ponerlo a uno en un camastro boca arriba debajo de un monstruo de mil cabezas y extremidades que continuamente le están pasando a uno por arriba, sin tocarlo, por espacio de quince minutos. Es totalmente indolora.
El resto del día ya imaginarán ustedes cómo lo ocupo: orinando hasta bien entrada la noche todo lo que me obligaron a beber los técnicos radioterapistas en el hospital.
¡Felices fiestas! Y, por favor, pídanle a Santa y a los Reyes Magos por mí.
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