Hace muchísimos años leí Pedro Páramo, de Juan Rulfo, tantos, que ya no recuerdo si lo “entendí” o abandoné su lectura a medias, tan imberbe era yo, por no emplear un calificativo más severo. Mis prejuicios me impidieron volver a leerlo a pesar de los innumerables elogios que continuamente se vierten sobre él, pues recordaba su “difícil” lectura, pero ahora que me fui tres días con Elena a descansar a San Miguel de Allende para paliar mis “desgracias” (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2023/04/mejor-que-en-dinamarca.html), lo llevé conmigo para leerlo un par de veces, tan corta es la novela. La primera me embrollé como en aquellos lejanísimos tiempos, aunque la segunda, ya con conocimiento de causa, la gocé enormemente. Esa mezcla que hace Rulfo del mundo de los muertos con el de los vivos es poesía pura, literatura del más alto nivel, no en balde se le considera como el precursor del realismo mágico, ya que en 1955, fecha de la publicación de esta obra maestra, todavía faltaba mucho para el boom de este maravilloso estilo de escribir. Cien años de soledad no vino sino hasta casi tres lustros después.
Además, haberlo hecho en un pueblo como San Miguel, mientras Elena se zambullía en las aguas termales del Escondido, le otorgó un encanto especial. Pero no piensen mal, también visitamos la iglesia de San Miguel Arcángel, ícono de la ciudad; disfrutamos de un concierto nocturno gratuito a las afueras de este recinto, con bailaores argentinos y un conjunto mexicano de rock (El Pecado de Afrodita); visitamos el parque ecológico El Charco del Ingenio; degustamos los churros con chocolate de Margarita Gralia, y, en fin, cenamos en uno de los mejores restaurantes que yo recuerde: el Atrio (La Azotea). Se nos ocurrió también irnos a meter al bar del hotel más caro de San Miguel, el Rosewood, cuyas tarifas por noche promedian los trece mil pesos. Nos salió cara nuestra osadía: 630 pesos por una margarita y dos Heineken, aunque con un conjunto de jazz extraordinario. Nosotros nos hospedamos en La Mansión del Bosque, apenas a la vuelta, a no más de doscientos metros de ahí, y mil 749 pesos con 60 centavos ¡por dos noches! Una verdadera ganga.
Otros dos libros de los que me gustaría comentarles son Guía para leer a Mario Vargas Llosa, de Carlos Granés, una de cuyas obras ya comenté (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2023/03/gracias-carlos.html), y Tongolele no sabía bailar, de Sergio Ramírez. El primero, obviamente, no es para leerse de pasta a pasta, pues es un popurrí de todas las creaciones del Nobel peruano. ¿Se pueden imaginar algo más tedioso? Sin embargo, como guía, es magnífico. Si yo tengo en mente un libro de don Mario, sólo necesito acudir a dicha guía, leer el generoso extracto que sobre él se da, y obrar en consecuencia, ya sea comprándolo o descartándolo.
Con el segundo fui un poco más escéptico, ya que, prejuicioso como soy, el título me parecía grotesco. Pero qué va, pues la novela se centra sobre cuatro personajes principales: el inspector Dolores Morales y su inseparable Serafín, (a) Rambo, ambos de los “buenos”, y el comisionado Anastasio Prado, Tongolele, por el mechoncito cano en el copete, a semejanza de nuestra sempiterna vedete Tongolele, y que, a diferencia de ésta, no sabía bailar, y su pareja Pedrín, ambos de los “malos”. Tongolele incluso paramilitar, responsable de masacrar estudiantes. La trama transcurre durante los años del tirano Daniel Ortega y su nefasta consorte Rosario Murillo, y aunque el autor no hace referencia directamente a ellos durante la trama, resulta obvio a quién apunta cuando suelta “Ya saben quiénes”, lo que me hizo pensar en el nuestro, muerto de la risa. El drama no versa sobre el desgobierno de este par de déspotas, pero no es difícil imaginar que en el trasfondo bien que lo hace. La masacre que ocurre durante La Madre de todas las marchas apunta en esta dirección. No en balde Sergio Ramírez es un escritor maldito, desnacionalizado y echado fuera de Nicaragua por el odioso Ortega.
En fin, ¡vivan San Miguel de Allende y las obras literarias de excelencia, patrimonio de la humanidad!
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