miércoles, 29 de marzo de 2023

Epitafio

El secreto de este mundo está en haber experimentado la vida y desear vehementemente morir. No como los seres potenciales que nunca fueron y permanecen eternamente en la nada; no, no, no, haber vivido y anhelar morir, volver a esa nada, al descanso eterno, pero ya con conocimiento de causa. ¡Ah, qué belleza!

miércoles, 22 de marzo de 2023

Muchas gracias, Carlos

Cómo me gustaría que la lectura de esta reseña se fuera como el agua, tal como me pasó a mí con la lectura del libro del académico colombiano Carlos Granés Delirio americano, un extensísimo ensayo de ochocientas páginas de longitud, 416 notas incluidas. Estamos hablando de un fascinante recorrido por la historia social, cultural y política de Latinoamérica durante el último siglo y cuarto, a partir del año de la muerte del héroe y poeta cubano José Martí en 1898 hasta nuestros días, específicamente 2022: 125 años, ni uno más ni uno menos.

Esta obra titánica le tomó al autor una década, lo cual se nota en la erudición que desparrama a lo largo de sus páginas. Divide su escrito en tres partes: 1898-1930 / Un continente en busca de sí mismo: el americanismo y los delirios de la vanguardia, 1930-1960 / Los delirios de la identidad: la cultura al servicio de la nación y 1960-2022 / Los delirios de la soberbia: revoluciones, dictaduras y latinoamericanización de Occidente. La razón de esta división son las lecturas que Granés recomienda hacer del libro si el lector no desea hacer una lectura de pasta a pasta, y que quedan descritas en los títulos de las mismas. El escritor va un paso más allá y apunta que si a alguien le anda valiendo un soberano gorro América Latina podría contentarse con la lectura de las últimas sesenta páginas. “En ellas -dice el autor- se ilustra la manera en que factores típicamente latinoamericanos, como el populismo y el indigenismo, están afectando en la actualidad a las prácticas políticas y culturales de todo Occidente (el subrayado es mío). El libro que entonces tendrá entre manos será un corto ensayo sobre la invención e instrumentalización de la víctima.”

Precisamente con esa idea termina el libro: estamos tratando de crear un modelo de pureza ancestral para que vengan nuevos héroes a intentar originales reivindicaciones, que sería catastrófico que desembocaran en lo mismo.

Y es que a lo largo de las páginas Granés se monta en todos los movimientos sociales, rebeldes y revolucionarios que han moldeado esta América nuestra, con especial énfasis en la cultura: la literatura y la pintura, primordialmente, pero sin desentenderse de la demás artes. Las páginas referidas a México (el muralismo, Vasconcelos, los Contemporáneos), a la Revolución Cubana (Castro, el Che, Camilo Cienfuegos), a Argentina (Perón, Evita. Isabelita, los militares), a Chile (Allende, Pinochet), a Perú (Sendero Luminoso y Abimael Guzmán), a Paraguay (Stroessner), a Uruguay (los Tupamaros), etcétera, resultan entrañables, y qué decir de las decenas y decenas de escritores y pintores vernáculos y el análisis detallado y docto que hace de sus obras y que además constituyen un extenso catálogo para quien quiera adentrarse más en ellas. Agradecible, sencillamente agradecible.

Y como cubre hasta 2022, hasta de refilón le toca a nuestro aborrecible Andrés.

Pues sí, como agua se me fueron los ocho centenares de páginas, espero que a ustedes estas mediocres líneas no se les hagan más pesadas.

jueves, 16 de marzo de 2023

Sin El Palote preferiría morir

El miércoles 15 de marzo, trotando a la altura del kilómetro cinco del circuito de siete de la presa de El Palote, una dama se me aproximó por la izquierda y colocando sutilmente su mano derecha sobre mi espalda me espetó: “¡Vamos, señor, muy bien, ya casi acabamos!”. Le respondí con mi mejor sonrisa y ella se adelantó, dejándome atrás. La imagen inversa no me la puedo imaginar, pues probablemente hubiera sido interpretada en estos días como acoso. Pocos metros adelante se detuvo para intercambiar saludos con una amiga que corría en sentido contrario. Ahora era yo quien la dejaba atrás, lo cual no impidió que me volviera a alcanzar casi de inmediato y me preguntara ¡por mi edad! Setenta y tres, le contesté con un dejo de orgullo, a lo que ella respondió: “¡Qué bárbaro!, ojalá Dios me dé piernas para aguantar tanto”, y al instante desapareció dejándome dando vueltas sobre mi propio eje.

Este parque es lo que más me ha gustado en la ciudad de León, en la que en julio próximo cumpliremos ya veinte años de habernos establecido, si no es que sea la única razón por la que aún permanezco aquí, qué le vamos a hacer. Quizá sea el lugar donde más tiempo he permanecido después de la casa, ya que desde que llegamos no he dejado de frecuentarlo regularmente. Claro que ahora soy un 55% más lento de lo rápido que era hace dos décadas, pero aún así lo disfruto enormemente. Llevo desde entonces un registro riguroso de todas mis visitas y ese día, el 15 de marzo, completé mi vuelta número 1145 alrededor de la presa, lo cual da un gran total de  8015 kilómetros, equivalentes a 2.52 veces la frontera entre México y Estados Unidos o una quinta parte de la circunferencia de la Tierra.

Ni la paroxetina ni la olanzapina contribuyen tanto al bienestar del espíritu como las endorfinas generadas con el ejercicio terciado, y si a esto añadimos que desde finales del año pasado me acompaña mi querida Elena (cada quien corriendo a su paso, claro, si no cómo se explican esas peligrosas aproximaciones que arriba describo) la jornada es completa y doblemente satisfactoria.

¡Viva El Palote!, que tanto ha contribuido a mi bienestar físico y emocional, aunque esto último no pareciera del todo cierto, y si no, que le pregunten a mis adversarios, como les llama el Gran Imbécil de Palacio a sus enemigos.

Disculparán que incluya la enésima imagen de este paraíso incomparable.

viernes, 3 de marzo de 2023

Triángulo amoroso

En octubre de 1989, al final de nuestro periplo de luna de miel que abarcó Francia, Italia, Suiza y España, Elena y un servidor llegamos a Madrid para de ahí emprender el viaje de regreso a México. Una de las últimas actividades en la capital española consistió en una visita guiada a Toledo, aproximadamente a 75 kilómetros de ahí. El guía resultó excelente, pero no podía evitar un dejo de fastidio en el rostro producto, especulo, de la rutina de haber desempeñado ese papel decenas de veces. Al bajar del autobús lo obsequiamos con la consabida propina por una labor encomiablemente realizada y nos despedimos con nuestra mejor sonrisa.

En el camino de vuelta al hotel le comenté a Elena que si tan sólo pudiera evitar ese ligero rictus de hartazgo, el lazarillo que nos tocó en suerte hubiera sido quizá el mejor con el que me había topado en la vida. Pero no, corregí de inmediato, ese lugar le correspondería aún a Valentina, la guía en Leningrado durante el viaje a la Unión Soviética que había realizado en solitario un año antes. Qué mujer, a pesar de la costumbre, se emocionaba casi tanto como los turistas al describirles los asombros que la ciudad escondía, como los lugares por donde Rodia deambuló después de haber cometido el abominable asesinato contra la vieja usurera en la inolvidable novela de Dostoievski, Crimen y castigo. Y así con todos lo demás lugares visitados durante los tres o cuatro días que anduvimos con ella: el museo del Hermitage, el impresionante Monumento a los Heroicos Defensores de Leningrado y un interminable etcétera. En todos estos lugares Valentina Vladimirovna manifestaba un entusiasmo tan contagioso que lo hacía a uno llenarse de un gozo indescriptible. ¡Inolvidable, pues! A Elena no le quedó más que estar de acuerdo conmigo: ¡Ojalá la hubiera conocido!, se lamentó.

(Fui incluso más crudo con ella y le confesé que días después del viaje a la URSS acudí a la agencia de viajes que organizaba ese tipo de tours para entregarles una carta que, les pedía de favor, hicieran llegar a Valentina a través de la siguiente excursión que organizaran a tan exótico destino, lo cual aceptaron de mil amores. En la misiva invitaba yo a la interfecta a que nos viéramos ¡en Cuba! Imposible un mejor destino. Nunca más supe de ella.)

Pero esa fue otra historia. Llegados al hotel y después de un ligero refrigerio, nos dispusimos a visitar el Museo del Prado, no lejos de ahí. Después de la contemplación obligada del Guernica, vagamos por otras salas hasta llegar a una inmensa donde llamó mi atención un enorme lienzo de Goya. Después de admirarlo en toda su magnitud, mientras Elena se entretenía con otras obras, me acerqué a leer la pequeña ficha que se acostumbra en toda obra de arte, que estaba localizada en la parte inferior derecha del óleo, donde ya se encontraba una dama ligeramente inclinada realizando la misma labor que yo pretendía. Sin embargo, a los pocos segundos de haberme acercado, no pude evitar el impulso de voltear a ver a la mujer que tenía tan cerca de mí, y juro que a ella le pasó lo mismo, de tal suerte que al girar nuestras cabezas, ella a su izquierda y yo a mi derecha, quedamos mirándonos fijamente a los ojos y al instante exclamé: ¡¿Valentina?! Ésta, ruborizada hasta los cabellos, asintió. Elena, intrigada con la escena, se nos acercó, y yo, con un inusitado entusiasmo, las introduje: “Elena, te presento a Valentina Vladimirovna, de quien justo te acabo de platicar; Valentina, te presento a Elena, con quien justo me acabo de casar, andamos en nuestro viaje nupcial  –quién sabe quién era la más alborozadamente sorprendida, si Valentina al descubrir que era tan famosa, o Elena al conocer personalmente a una heroína dostoievskiana-.

Elena no se pudo contener y estrujó entre sus brazos, con entusiasmo y alegría, a la no menos dichosa Valentina, a la que invitamos a cenar esa noche, pero ella, con inaudito buen gusto y clase, se negó con un terminante acento castizo: “No quiero hacer mal tercio”.

Afortunadamente no constituye ninguna tragedia lo más inverosímil que me ha ocurrido en la vida, sino todo lo contrario, como ustedes habrán comprobado.

jueves, 2 de marzo de 2023

León, capital cultural del mundo

Hace varios años, divagando por los canales culturales de la televisión mexicana, 11, 22 y TV UNAM, siglos antes de que los cooptara ese engendro autodenominado 4T (sí, hasta la televisora universitaria lo está de alguna manera), me topé con un espectáculo operístico en el 22. Más que nada por curiosidad y para confirmar lo absurdo que para mí era tal género, me quedé contemplándolo. Al poco rato ya estaba yo metidísimo en la trama y disfrutando con las dotes teatrales y musicales de los actores, leyendo con avidez los claros subtítulos en español de cuanto acontecía en la escena. Desgraciadamente no recuerdo el nombre de la obra, pero de que la disfruté como enano, ni duda cabe. No que me haya vuelto un fanático de la ópera, para nada, pues fuera de esa experiencia no había tenido yo otra ni antes ni después. Como diría mi amigo Gonzalo, perdón por la pinche ignorancia, no es que sea yo inculto, pero…

Hasta este martes 28 de febrero en que me fui por propia voluntad con Elena al Teatro del Bicentenario, Roberto Plasencia Saldaña, a la puesta en escena de Aida, de Giuseppe Verdi, nada más, y de la que ChatGPT opina lo siguiente:

"Aida es una ópera en cuatro actos compuesta por Giuseppe Verdi, con un libreto de Antonio Ghislanzoni. La ópera se estrenó el 24 de diciembre de 1871 en el Teatro de la Ópera de Jhedivial en El Cairo, Egipto.

La historia de Aida tiene lugar en el antiguo Egipto y gira en torno a un triángulo amoroso entre la princesa etíope Aida, el comandante militar egipcio Radamés y la princesa egipcia Amneris. Aida y Radamés están enamorados, pero su amor está prohibido por la guerra en curso entre Etiopía y Egipto. Mientras tanto, Amneris está enamorada de Radamés y está celosa de Aida.

La ópera es conocida

por su música grandiosa y majestuosa, particularmente la marcha triunfal en el Acto II, que a menudo se interpreta por separado de la ópera en sí misma. Aida es una de las obras más populares de Verdi y se representa regularmente en teatros de ópera de todo el mundo.

Los temas del amor, los

celos, la traición y el conflicto entre el deber y el deseo personal hacen de Aida una obra maestra atemporal que sigue cautivando al público hasta el día de hoy.

Lo bueno es que esto de plagiar ya no es tan mal visto en la actualidad, además de que yo sí estoy dando el crédito y entrecomillando, no como la espuria magistrada Yasmínima.

En fin, a lo que voy es a encomiar el soberbio espectáculo que constituyó la puesta en escena de la ópera, sin escatimar recursos de ninguna índole, digno evento cultural de cualquier capital del mundo, y no exagero. La música, la actuación, la orquesta, las decenas y decenas de artistas que pueblan el escenario a lo largo de las horas, el vestuario, las distintas escenografías, los inteligentes diálogos en español proyectados en el frontispicio del proscenio, fiel traducción del bel canto ejecutado por los cantores en el tablado, el teatro mismo.

Y cuando digo a lo largo de las horas no exagero, pues el show dio comienzo poco después de las ocho de la noche y terminó unos minutos antes de las doce. A ello contribuyeron las tres interrupciones entre los cuatro actos de la ópera, entendible para que los cantantes tomen aire y para los cambios de escenario, pero inaceptable por el mercantilismo de conminar a la audiencia a que salga a comer una bolsa de doritos aderezada con una carísima copa de vino tinto. Y se formaban largas colas frente a los múltiples puestos de tan exquisitas viandas. La tercera interrupción fue demasiado para la niña-adolescente atrás de nosotros, quien imploró a sus padres con profundo pesar: “¡Ay, no! ¿Otra vez?”. Dichas interrupciones tomaron no menos de una hora del tiempo total. Éste constituyó el único asegún.

Por lo demás, gratísimamente impresionado con el espectáculo y agradecido con ChatGPT por ayudarme con la redacción de este artículo. Se lo voy a recomendar ampliamente a Yasmínima. El ChatGPT, no el artículo, pues sería capaz de plagiárnoslo.

¡Y profundamente orgulloso de mi querido León, Guanajuato! Ranchería, le llaman algunos pinches amargados.