Hace varios años, divagando por los canales culturales de la televisión mexicana, 11, 22 y TV UNAM, siglos antes de que los cooptara ese engendro autodenominado 4T (sí, hasta la televisora universitaria lo está de alguna manera), me topé con un espectáculo operístico en el 22. Más que nada por curiosidad y para confirmar lo absurdo que para mí era tal género, me quedé contemplándolo. Al poco rato ya estaba yo metidísimo en la trama y disfrutando con las dotes teatrales y musicales de los actores, leyendo con avidez los claros subtítulos en español de cuanto acontecía en la escena. Desgraciadamente no recuerdo el nombre de la obra, pero de que la disfruté como enano, ni duda cabe. No que me haya vuelto un fanático de la ópera, para nada, pues fuera de esa experiencia no había tenido yo otra ni antes ni después. Como diría mi amigo Gonzalo, perdón por la pinche ignorancia, no es que sea yo inculto, pero… Hasta este martes 28 de febrero en que me fui por propia voluntad con Elena al Teatr...