domingo, 3 de julio de 2022

¡Ya valió madres!

Un individuo muy atildado abordó la combi de pasajeros que circulaba por la periferia de la Ciudad de México, llevaba un maletín al hombro y el bolsillo derecho de su pantalón se veía muy abultado. Una vez en la cabina, esbozó una extraña y cordial sonrisa y lanzó de su ronco pecho un festivo “¡Ya valió madres!”, pero cuando se disponía a llevar la diestra al bolsillo del mismo lado, un “valiente” se abalanzó sobre él y lo inmovilizó, al tiempo que los demás pasajeros, mujeres incluidas, se iban encima del bulto y lo golpeaban inmisericordemente, al punto de hacerle perder el conocimiento. Así y todo, no cesaban de tundirlo con toda saña, al extremo de azotar su cráneo contra el tubo del respaldo de uno de los asientos. Acto seguido, alguien abrió la puerta de la combi y, entre todos, arrojaron al hombre a la calle con el vehículo aún en movimiento.

Los viajantes pidieron al conductor detener el transporte para poder apearse y seguir linchando al sujeto. Para ese momento, ya incluso algunos transeúntes, imaginándose lo ocurrido, se habían unido a la lapidación y no cesaban en su empeño de destrozar literalmente a su víctima, hasta reventarle las vísceras y vaciarle los ojos.

Fue necesaria la presencia de la policía municipal y un grueso contingente de la Guardia Nacional para contener a la turba, que se solazaba con los despojos del individuo como un perro al que le arrojan los desperdicios de un festín. La instantaneidad de las redes no llega a tanto, pero seguramente ya se estarían congratulando por haberse librado la sociedad de una “rata” más y clamando al cielo por un final similar para todas ellas.

Para cuando llegó el ministerio público a practicar las diligencias de rutina, la muchedumbre se convirtió en masa contemplativa, pero cuando se enteró que el individuo no portaba mayores armas que un maletín repleto de celulares, cada uno con una tarjeta que rezaba: “Es tuyo, para resarcirte de las vejaciones de que has sido objeto en esta ciudad”, y una abultada cartera llena de billetes de quinientos pesos que muy seguramente se disponía a repartir entre sus “víctimas”, el estupor de la multitud y de los oficiales todos fue indescriptible, como lo fue el ensordecedor silencio que acompañó los despojos de esta suerte de justiciero contemporáneo.

Era ya demasiado tarde, el odio, la rabia y el rencor acumulados en las almas de tantos paisanos había finalmente “rendido fruto”, fruto envenenado por la incompetencia de nuestras “autoridades”.

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