viernes, 26 de noviembre de 2021

Jesús Silva-Herzog Márquez

Comencé a leer a Jesús Silva-Herzog Márquez desde hace más de cinco lustros en el Reforma. Al mero principio pensé que escribía ahí por influencia familiar de su padre, Jesús Silva- Herzog Flores, ex secretario de Hacienda y precandidato a la presidencia de la República en el sexenio de Miguel de la Madrid, y hasta de su desaparecido abuelo, el ilustre historiador potosino Jesús Silva Herzog, y de quien ambos tomaron sus apellidos para formar uno compuesto.

Desde su primera columna quedé disuadido de que no era así, de que el joven de escasos treinta años de edad tenía méritos propios y una preclara inteligencia, de que era un ácido crítico, pero equilibrado y sin estridencias. Desde entonces quedé fascinado y lo he seguido leyendo lunes tras lunes a través de los años. Afortunadamente, el periódico local que leo en la ciudad de León reproduce puntualmente dicha columna al mismo tiempo que el periódico de la Ciudad de México. Ningún otro columnista del país se le aproxima siquiera. El único que lo igualaba en otros tiempos era Miguel Ángel Granados Chapa con su columna diaria Plaza Pública, a quien leía todos los días con igual fruición. La muerte de Miguel Ángel dejó en solitario a Jesús.

Recuerdo que una vez cuqué a Germán Dehesa con un correo electrónico en que lo conminaba a que si en realidad quería tener a alguien talentoso en su programa nocturno El ángel de la noche de Canal 40, invitara a Jesús Silva-Herzog Márquez. Poco tiempo después cumplió mi deseo y, junto con él, se presentó una invitada consuetudinaria de Dehesa, Marta Lamas. Después de la primera intervención de Jesús en el programa, Marta quedó embelesada con la elocuencia y erudición de aquel y no acertó a decir más que: “Oye, Germán, que chico tan brillante, deberíamos invitar al programa únicamente a gente como él -y dirigiéndose a Silva-Herzog-, ¿cómo dijiste que te llamas?”, ajena totalmente a que yo lo había “descubierto” mucho antes que ellos dos.

Todo lo anterior sólo para decir que acabo de leer su lúcido ensayo La casa de la contradicción (Taurus, 2021), después de haber hecho lo mismo en otras épocas con dos obras previas: La idiotez de lo perfecto y Por la tangente, y aun con una tercera antes de éstas referente al tedio, pero que no encontré en mi caótica biblioteca ni mencionada en Internet (¿me la habré imaginada o la memoria me traiciona achacándosela a él?). De que la leí, la leí, y resultó tan encantadora que se la adjudiqué en automático a Silva-Herzog.

Pero volvamos a La casa de la contradicción, que el autor divide en cuatro partes: un estudio erudito sobre la democracia propiamente dicha, con multitud de doctas referencias, y que por lo mismo resulta un tanto denso y aburrido, para enseguida, en el capítulo dos, “entrar en materia” con los desfiguraos de la democracia mexicana, en las personas de quienes dirigieron sendos gobiernos de la alternancia: Fox, el “alto vacío”, como dice Jesús que le llamaba Carlos Castillo Peraza, y una detallada recapitulación y análisis de los desfiguros y sandeces de este engendro de la Coca Cola (eso lo digo yo); otro tanto hace con el “inseguro” (así le llama) Calderón; y termina este segundo capítulo con el inefable Peña Nieto, el “maniquí” o “muñeco de yeso”, hueco de ideas y de sustancia, que creyó que con hacer reformas y escribir leyes bastaba, sin siquiera intentar el inicio de su aplicación, y a quien dos hechos comentados hasta la saciedad, incluso hasta nuestros días: Casa Blanca y Ayotzinapa, obligaron a dar por terminada su presidencia a la mitad del camino.

Y qué decir del tercer capítulo, Demolición, que padecemos en vivo actualmente y analizada cáusticamente por este pensador sin igual. Se hace eco de la gente y otros autores que califican al estúpido del pueblo como el poeta, no de la felicidad, como a Carlos Pellicer, sino del insulto. Pero en eso consiste su transformación, en derruir todo y empezar a construir sobre esos escombros su quimera.

El libro termina con un epílogo que no es más que una bella convicción del académico, como para terminar con ella este escrito, pero como no quiero que me acusen de plagiario, mejor leo otras tres obras sobre el particular, incluyo la convicción en otro escrito, pero habré quedado ya como investigador (así le repetía a Amós Oz, una y otra vez, su padre, un frustrado investigador universitario).

(P.S. Por si se quedaron con el pendiente, les informo que Elena y yo ya obtuvimos una cita para tramitar nuestras visas en la embajada de Estados Unidos, después, claro, de haber pagado los derechos del trámite (1,580 pesos) y los consulares (6,720): ¡martes 17 de enero de 2023 a las 10:10 de la mañana! Con catorce meses de anticipación, o, más bien, de retraso. Insisto: ¡pinches gringos!).

sábado, 20 de noviembre de 2021

El placer de viajar a...

Elena y yo teníamos varios años de no salir del país, tantos que nuestros documentos para hacerlo (pasaporte y visa) estaban más vencidos que la Selección Nacional, por lo que decidimos tomar el control de nuestras vidas y renovarlos. Empezamos por los pasaportes y comenzaron nuestros problemas. Antaño no había más que acudir a la oficina de enlace de la SRE en Plaza Mayor y mediante una módica cuota, adicional al costo del documento, pasar a recogerlo a los pocos días al mismo lugar. Ahora no, pues la elaboración del pasaporte ya no se hace en León, donde incluso uno podía ir personalmente a Plaza Galerías Las Torres, lugar en que los producían, y recogerlo por la tarde del mismo día.

En la actualidad disponen de un teléfono 800 para programar citas. Su sitio en Internet para el mismo fin es un desastre, y aunque hay que armarse de valor con el número 800, ya que generalmente suena ocupado, resulta una opción menos aventurada que iniciar el trámite en línea. Cuando finalmente contestan, le ofrecen a uno la lista de oficinas de enlace para que el interesado seleccione la que más le acomode. Obviamente, León no aparece, por lo que tuvimos que seleccionar San Miguel de Allende, a dos horas 50 minutos de aquí en autobús, previo pago de los derechos para la emisión de los pasaportes. El procedimiento allá no es tan engorroso, sin aglomeraciones y moderadamente rápido, pero hay que acudir personalmente una semana después a recogerlos, ya que los elaboran en Querétaro.

Y luego viene -¡horror de horrores!- el trámite de la visa para entrar a Estados Unidos. El inicio del proceso es absolutamente en línea, incluidos registro, “pago de visa”, notificación de este pago, llenado del formato DS-160 (Department of State – 160 USD) y cita. Ya imaginarán (y sabrán) lo engorroso que resulta el llenado de la famosa forma DS-160, donde los gringos lo confiesan literalmente a uno, previo “pago de visa” (790 pesos) y notificación de éste. Lo entrecomillo porque no es cierto. Una vez que ellos reciben el DS-160, envían un número de confirmación, y el solicitante siente que ya ha finalizado y que tan sólo queda que le notifiquen la fecha de la cita para entrevista, foto y huellas, o ni siquiera eso, y que será uno de los afortunados que no requiera de entrevista, aunque sí de foto y huellas.

¡Qué va! La bronca apenas empieza, pues ahora, con ese número de confirmación, deberá imprimir la forma de pago de la visa (ahora sí) y pasar a una sucursal de Banamex o HSBC (exclusivamente), ya que únicamente se aceptan pagos en efectivo, y desembolsar otros ¡3,360 pesos (160 dólares)!, para lo que dan un plazo de cinco días. Sólo entonces podrá uno proceder a programar una cita, las más cercanas de las cuales son a ¡finales de 2022 o principios de 2023! Vamos, tienen una el 7 de junio de 2023 en Ciudad Juárez. Y mientras tanto, ellos felices jineteando los millones de pesos de tantos inocentes cautivos. 

Hasta ahí llegué, ya que ahorita no está abierto ningún Banamex, así que probablemente la próxima semana ya sólo alcance fechas para 2024 o 2025.

Debería ser uno tan intrépido como una de las señoras de la limpieza en la plaza donde tenemos nuestro negocio y que hace un par de meses se fue -junto con su hermana- de mojada, sin pasaporte siquiera, mucho menos con visa, y se la están pasando de lo lindo. Hasta fotos le envía a Elena por WhatsApp para provocar su envidia. Por supuesto, ya tienen empleo. ¡Me cae!

Pero qué necesidad, digo yo (y Juan Gabriel), de todo lo anterior, pudiéndose ir uno a mil otros lugares menos hostiles que los Estados Unidos -hoy más que nunca- y que por amistosa reciprocidad no requieren visado alguno. En cambio, los pinches gringos, a quienes no les exigimos nada, nos pagan con este infierno.

Y Elena y yo, que sólo queremos mantener actualizados nuestros documentos, vamos a tener que desembolsar cerca de veinte mil pesos entre pasaportes, visas, taxis, transporte a San Miguel de Allende y unas suculentas comilonas en este lugar.

Por ello lo del placer de viajar a… San Miguel de Allende.

lunes, 15 de noviembre de 2021

Buen Fin de holganza

Previo a su viaje a Turquía, Carolina tuvo a bien obsequiarme el libro El novelista ingenuo y el sentimental, del Nobel turco de literatura Orhan Pamuk, me imagino que para irme poniendo a tono con su periplo. Lo leí en estos días que uno prefiere quedarse en casa que andar tirando tinacos en las azoteas. A los lectores de novelas los divide igualmente Pamuk en ingenuos o infantiles y sentimentales o reflexivos: los primeros son los que leen una novela sin complicarse mayormente la vida, a diferencia de los segundos, más interesados intelectualmente en la obra y en los intríngulis de su forma, pero ambos, ingenuos y sentimentales, preocupados por encontrar el “centro” (tema, le prefiere llamar Borges) de la novela, que no hay que buscar, por cierto, en las novelas de género (ciencia ficción, fantásticas, policiacas y románticas), pues en ellas el centro siempre está donde lo encontramos en ocasiones anteriores.

Pamuk pone el ejemplo del argentino Jorge Luis Borges y Moby Dick, de Herman Melville. En el prólogo de Bartleby, del mismo Melville, Borges duda si Moby Dick es una novela de crítica social sobre la miserable vida de los arponeros, o si es un estudio sicológico del capitán Ahab cuando éste enloquece en su obsesión por cazar a la Ballena Blanca, para finalmente concluir que el centro es algo totalmente diferente: “Página por página, el relato se agranda hasta usurpar el tamaño del cosmos”.

En fin, el libro de Orhan, aunque muy interesante, primordialmente trata sobre técnicas en la escritura de novelas, y a mí sinceramente lo que me interesa es comer melones, no técnicas sobre el cultivo de los mismos, como alguna vez me dijera mi amigo Germán Dehesa a propósito de un asunto muy parecido.

En otro orden de ideas, ayer, como suelo hacer otros domingos, sintonicé el programa que TV UNAM transmite ese día a las 19:30 horas, Diálogos por la democracia, conducido por el nefasto John Ackerman, que, dicho sea en su descargo, es absolutamente plural en cuando a los personajes que invita a dialogar con él, y así, he visto desfilar en sus tertulias a personajes tan disímbolos como Sara Sefchovich, Sergio Sarmiento, Evo Morales, Margarita Ríos, Manuel Bartlett Díaz, Enrique Gaue Wiechers, Hugo López-Gatell, Damián Alcázar, Juan Ramón de la Fuente, Alfonso Romo, Carlos Marín. La gama ideológica no podría ser más amplia.

Sin embargo, este domingo se llevó las palmas con un personaje extraordinario que supo capotear los obstáculos que representa el tono balbuceante e inseguro de Ackerman, que de “entrevistador” tiene lo que yo de carismático, y aquello resultó literalmente en una conferencia magistral del gran escritor Juan Villoro. Qué bárbaro, qué manera tan pulcra de expresarse y sin titubeos, todo lo contrario de su interlocutor, y con una sustancia envidiable, como si estuviera leyendo, diría mi amigo Juan Heberto Gaviño, que lo escuchó hace algunos años en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y quedó tan maravillado como yo. Villoro comparte conmigo el sentimiento de embeleso que una obra tan cruda como la Fiesta del Chivo, de Vargas Llosa, provocó en mí, hablando él de ese tipo de relatos en general, por supuesto, lo que pone punto final a la objeción que me hiciera mi amiga Gina a propósito de lo que escribí entones.

Pero para qué les cuento más, mejor véanlo y escúchenlo ustedes mismos y ojalá se sientan tan enaltecidos espiritualmente, como yo anoche después de ver el programa: https://www.youtube.com/watch?v=cHb1DCXVDio .

Cultura, erudición e inteligencia, no en balde Villoro es un miembro insigne del Colegio Nacional, igual que su padre, el ya fallecido y eminente filósofo Luis Villoro.

Es una desgracia que la televisión estatal (Canal 11, Canal 22 y TV UNAM) esté cooptada por ese espantajo autodenominado 4T, pero mientras siga habiendo perlas como la que describo, no todo estará podrido en Dinamarca. Nunca mejor aplicado el dicho, pues es el país que nuestro Mesías se ha planteado como modelo a seguir.

domingo, 7 de noviembre de 2021

El orgullo de mi fanatismo

Caro, mi hija, completó hoy, domingo 7 de noviembre de 2021, sin detenerse, el maratón de Estambul, Turquía, y no es que yo la haya impulsado a hacerlo, cuando mucho me tomó como referente después de más de cuarenta años en estas correrías. Se decidió este mismo año a intentarlo a sus treinta de edad y, como otras veces en distintos aspectos de su vida, se inclinó por lo más exótico que pudiera ocurrírsele: este país euroasiático. Es más, el maratón comenzó en la parte asiática de la ciudad, continuó a la europea y vuelta hacia Asia, valga el seudo redundante chistorete.

Lo más que hice yo fue acompañarla los últimos siete kilómetros de su entrenamiento de 35 con el que dio por concluida su preparación de fondo en el Parque Metropolitano de León, Guanajuato, antes de marcharse con Juan Martín a la enigmática Turquía. Huelga decir que en tal ocasión me dejó atrás a pesar de llevar ya ella cuatro giros de siete kilómetros cada uno cuando yo me le uní. Algo con lo que también la “ayudé” fue proporcionándole mis registros diarios de entrenamiento de cinco años, 1984-1988, que conservo religiosamente y que dan fe de los maratones que corrí en Nueva York, Berlín y Boston durante esos años. No sé que habrá hecho Caro con ellos, si les sacó un promedio a las distancias recorridas por mí para tratar de seguirlas ella o tan solo las tomó como referencia para su propio plan de entrenamiento. Como dicen en el bajío, sabe.

El caso es que terminó, lo que da muestra cabal de la pugnacidad que Carolina ha manifestado durante toda su vida y que la ha llevado a destacar al más alto nivel en los ámbitos académico, profesional y deportivo. Y no porque sea yo un fanático que le haya imbuido la pasión por el jogging, para nada, pero fue el término más ad hoc que se me ocurrió para expresar fehacientemente el orgullo de un padre por su hija, parafraseando al clásico.

¡Salud, Caro!

martes, 2 de noviembre de 2021

El Chivo

 En junio de 1961, siendo yo un chiquillo de once años de edad, recuerdo haber visto con espanto -quizá en la revista Life- fotos sobre el magnicidio del déspota caribeño Rafael Leónidas Trujillo Molina, alias el Chivo, que tiranizó a la Republica Dominicana por más de treinta años.

Poco tiempo después, en 1967, cuando cursaba la prepa, el maestro de ética, Samuel Vargas Montoya, alias el Piolín, dramatizaba y engolaba su voz para hablarnos grandilocuentemente y con horror del autócrata dominicano: “¡Rafael Leónidas Trujillo!  -decía, con el dedo índice de su mano derecha apuntando admonitoriamente al cielo- el demonio dominicano que siempre temió ser masacrado por sus conciudadanos, como lo fue, y que permanentemente, desde hacía años, mantenía un avión con los motores en marcha las 24 horas del día en el aeropuerto de Ciudad Trujillo para huir antes de que ello ocurriera, sin conseguirlo”. Aunque esto fuera mentira, a mí se me quedó perennemente grabado en la memoria. Lo que enervaba a don Samuel más que nada, creo yo, en una escuela confesional, era el anticlericalismo de dicho demonio.

Acabo de leer la esplendorosa novela histórica de Mario Vargas Llosa La Fiesta del Chivo (Penguin Random House, 2016) sobre la época en que a los dominicanos y al mundo les tocó padecer a este sátrapa. No sé cuántas veces habré repetido lo mismo, pero, en todo caso, no más de unas cinco: el mejor libro que yo recuerde. Qué manera de atraparlo a uno en la trama con un manejo tan pulcro del lenguaje y con una maestría en el armado de la historia que  mantiene al lector sin querer levantarse del asiento, así le tome una semana terminar el libro.

La urdimbre del drama entre lo que le ocurre a Urania Cabral, personaje central de la novela, y lo que deben padecer los caribeños -ella incluida de manera principalísima, degradante y ominosa- con las tropelías del criminal Trujillo es simplemente sensacional.

Es inconcebible imaginar tanta bajeza en un régimen que por más de tres décadas tiranizó a su pueblo, aunque no para Vargas Llosa, que seguramente dedicó ingentes esfuerzos de investigación para documentar su obra. Centenas de personajes con nombre y dos apellidos (afortunadamente los principales, aunque muchos, no son tantos) y un conocimiento de la geografía de Santo Domingo de Guzmán -como vuelve a llamarse la capital de la República Dominicana una vez muerta la bestia- admirable.

El caos en el que se convierte la capital y el país todo tras el magnicidio, con la inevitable secuela de traiciones entre los conjurados y las inauditas torturas y ajusticiamientos emprendidos por la familia y leales de Trujillo contra ellos, son una advertencia para quienes pretendieran algo similar en otras latitudes donde líderes carismáticos pero autoritarios llevan a la quiebra a sus naciones. Y es que el culto a la personalidad que se le profesaba al caudillo me hizo pensar necesariamente en alguien más.

A la República Dominicana la salvó en aquellos lejanos años un presidente pelele, Joaquín Balaguer, al que Trujillo puso en su lugar para lavar cara internacionalmente y tratar así de evitar las sanciones de la OEA y el embargo de los Estados Unidos. Don Joaquín, a pesar de haber acompañado servilmente al Generalísimo durante más de tres décadas, supo revertir el caos, controlando hábilmente a la familia del tirano, sugiriéndoles que abandonaran el país con su dinero mal habido, amnistiando a los supervivientes de la conjura y denostando al Benefactor ante la mismísima Asamblea General de la ONU. Al doctor Balaguer lo movía, por sobre todas las cosas, su humanismo. Muy probablemente esto haya salvado al Estado caribeño.

En fin, pocas veces la lectura de un libro me ha provocado tanta felicidad, y miren que ya es decir para un melancólico contumaz.