Pero no, no musical ni de los otros.
Como dicen las reporteras de la farándula, déjenme y les platico.
Al igual que José José, yo soy oriundo
de Clavería, en Azcapotzalco, y viví ahí, en la calle de Allende, por más de 30
años (desde 1951 hasta 1982), justo enfrente del Parque de la China, ese que se
ha vuelto tan icónico en los últimos días por confluir en ese lugar cuanto
homenaje le han rendido al Príncipe de la Canción en dicha colonia y por tener
hasta una estatua del adorado ídolo. Lo veía desde la ventana de mi recámara,
no al Príncipe, sino al parque. Toda la familia vivía por el rumbo o en la
vecina San Álvaro, de la misma delegación. Colonias siamesas, unidas por la
avenida Egipto.
Casi todas las tardes mi madre Eva
visitaba a su hermana Lupe en la calle Niza de esta última demarcación, adonde
también iban dos hermanas solteronas, Lore y Chacha, que vivían no lejos de
ahí, en Sánchez Trujillo número 7. Huelga decir que todos los trayectos se cubrían
a pie en pocos minutos. Lupe tenía tres hijos: Lorenzo, el mayor, Susana, la de
en medio, y Alejandro, el benjamín. Nosotros, mis hermanos y yo, nos les
uníamos frecuentemente.
Mi prima Susana era muy fanática de los
ídolos musicales de aquella época. Todavía recuerdo cómo tenía tapizadas todas
las paredes de su cuarto con fotos de ellos, especialmente de Elvis Presley,
pero el incipiente José José se iba abriendo paso poco a poco en sus
preferencias. Ya imaginarán su reacción cuando se enteró que éste vivía a pocas
cuadras de su casa, en la calle de Tebas, al otro lado de avenida Egipto, ya en
Clavería, incluso más cerca que yo, que radicaba en dicha colonia.
A finales de la década de los 60, Susana
se emperró en ir a visitar en su casa a su nuevo ídolo, pero temía ir sola y
que pensara que era una “descarada”. Era dos años mayor que José José y les rogó
a sus hermanos que alguno la acompañara: Lorenzo, cuatro años mayor que el cantante
o Alejandro, exactamente de su misma edad. Por supuesto, típicos hermanos, la
tacharon de idiota y se negaron rotundamente a considerar siquiera alguna
posibilidad de hacerlo.
En alguno de sus múltiples intentos por
convencerlos estuve yo presente y me ofrecí espontáneamente a acompañarla. Ya
imaginarán las reacciones de todos: los hermanos, sobajándome con la mirada y
considerándome tanto o más idiota que a la hermana, y ésta, embelesada con un
primo tan encantador y valiente. Mi madre y sus hermanas, divertidísimas con la
escena. Era yo un año menor que el ídolo.
Previo a nuestra incursión en campo “enemigo”,
Susana compró dos discos de José José con sus respectivas fundas para que éste
se las firmara cuando lo visitáramos. Seleccionamos un día al azar para la
aventura y nos enfilamos rumbo a Tebas cuando la fecha se dio.
Ya frente a la casa del cantante,
llamamos a la puerta, abrió su madre, y Susana, de tan nerviosa, no atinó más
que a decir: “Perdone, ¿se encontrará el señor Sosa?”. Estuve a punto de
orinarme de la risa, se los juro, pero en eso asomó las narices detrás de la
señora José José, al lado de su hermano, preguntando: “¿Quién es mamá?”. “No lo
sé, m’hijo –respondió la señora-, preguntan por alguno de ustedes”.
“No, no, no –se apresuró a decir mi
prima-. Busco a José José, sólo quiero saludarlo y que me firme estos dos
discos”. Enternecido y sonriente, el cantante estrechó a mi prima entre sus
brazos, la besó en ambas mejillas, tomó la pluma que Susana le presentaba, y le
dedicó y autografió ambos acetatos. Se giró hacia mí, estrechó con ambas manos
mi diestra, y yo le ofrecí mi mejor sonrisa después de haberme presentado.
De vuelta a casa de Lupe, mi prima no
dejaba de dar entusiastas saltos de colegiala, a pesar de ya pasar de los
veinte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario