¡Qué buen chiste!
Una de mis responsabilidades cuando trabajé para IBM en Estados Unidos era recorrer el mundo para hablarles a otros ingenieros de sistemas de todos los países sobre las bondades de los productos que estaba desarrollando la compañía precisamente en el lugar donde yo me encontraba, el laboratorio de desarrollo de software de telecomunicaciones en Raleigh, Carolina del Norte, donde, poco después, nacería mi hija del mismo nombre. Pues bien, en 1990, después de haber impartido mi curso en Hamburgo, Alemania, para especialistas de toda Europa, regresé a Raleigh, para de ahí volar a Sao Paulo a hacer otro tanto con ingenieros de Sudamérica, de donde regresé a Carolina para impartir el curso localmente a técnicos de la Unión Americana. Días después volé al aeropuerto de Narita en Tokio, vía Dallas, para hacer lo propio con profesionales japoneses. De aquí, todavía volaría a Singapur a impartir mi clase ahí, y terminar mi largo periplo en Sídney con gente de Oceanía. Pero, para no can...