viernes, 16 de noviembre de 2018

Fernando El Grande

Noticias de Del Paso

Cuando Fernando del Paso publicó en 1987 su soberbia novela histórica Noticias del Imperio (editorial Diana) se armó tal revuelo que yo no dudé en comprarla casi de inmediato y la guardé celosamente ¡un cuarto de siglo!, pues recién la leí en 2012. El único pretexto que encuentro por no haberlo hecho antes es que en aquel entonces llevaba todavía una “vida productiva” que me impedía leer con el solaz que lo hago de 20 años a la fecha. No que antes no leyera, pero lo hacía más pausadamente.

Se llegó el día, pues, de enfrentar la angustia del siguiente libro a leer y desenterré, literalmente, pues hubo necesidad de desempolvarla, la magna obra de don Fernando, 25 años después de que se publicó y la compré. ¡Qué fascinante! Más que una novela, un auténtico documento histórico de la época del Imperio de Maximiliano y los avatares de Juárez para aniquilarlo (al Imperio y a Maximiliano), con datos duros y fidedignos que Del Paso se permitió investigar en la década que le llevó escribir una de sus tres obras maestras. Las otras dos, José Trigo (1966) y Palinuro de México (1977), le tomaron aproximadamente el mismo tiempo cada una, con remembranzas de la guerra cristera y el levantamiento ferrocarrilero, la primera, y del movimiento estudiantil del 68, la segunda.

De manera magistral, Del Paso alterna en su novela, casi equitativamente, un capítulo histórico con otro de la enloquecida Carlota y sus divagaciones o monólogos en su destierro, 60 años después del fusilamiento, por Juárez, de Maximiliano. Una experiencia en verdad maravillosa, producto de la creatividad e imaginación del autor, pero, insisto, con datos históricos fidedignos y con las permisividades literarias a las que todo escritor tiene derecho en una novela. Aprendí más historia aquí que en mis años escolares.

Por todo lo anterior, cuando se le otorgó el Premio Cervantes a Del Paso, vinieron a mi mente las otras dos grandes obras del laureado creador, y ante la insistencia de Caro, mi hija, por que le dijera los libros que deseaba por no recuerdo qué fecha importante, le mencioné José Trigo y Palinuro de México como opciones. Pues bien, me consiguió las dos, ambas editadas por el Fondo de Cultura Económica.

¡Qué decepción! Comencé con José Trigo y la abandoné a poco de empezarla. Quise reivindicarme con Palinuro, pero creo que ya estaba yo prejuiciado y también la hice a un lado apenas iniciada. Me dije para mis adentros ¡qué bueno que Del Paso ya sabía escribir cuando creó Noticias del imperio! La “lógica” detrás de mi pensamiento era que si algo distingue al hombre como el único ser inteligente de la Creación es el lenguaje, y por lo tanto, mientras más simple, directa y desembrollada sea la forma en que nos comunicamos mediante él, mayor prueba de nuestra inteligencia. De aquí mi aversión, perdón, por la poesía. Por algo decía Borges que Cervantes tenía un lenguaje de abarrotero, pero que con eso le bastó para escribir el Quijote. Aunque vino a mi mente el Ulises de Joyce y la odisea que padecí para su cabal comprensión y el gozo indescriptible que sentí una vez que lo hube hecho… ¡y en su idioma original!

Casualmente, muy poco tiempo después, la librería Efraín Huerta del Fondo de Cultura Económica aquí, en León, me invitó al curso de tres días Fernando del Paso: constructor de catedrales, planeado antes incluso de que al escritor mexicano le otorgaran el Cervantes, pero llevado a cabo hasta julio de 2016, bajo la batuta del crítico y autor literario Alejandro Toledo Oliver. Esas catedrales son las tres obras a las que me he venido refiriendo. Bien dice Toledo que todo escritor anda a la caza de su gran obra maestra, pero que Del Paso sobrepasó por mucho este objetivo, pues creó tres.

Tan pronto se presentó la oportunidad, expresé lo mismo dicho líneas arriba: el feliz descubrimiento de que Del Paso ya sabía escribir. Después de las consabidas risas, Alejandro me dijo que ciertamente la estructura de José Trigo la hace una obra de difícil comprensión, que no en balde, en su tiempo, don Fernando fue muy criticado y hasta objeto de burla por querer hacerla de Joyce y crear el Ulises mexicano, pero que, después de eso, Palinuro no debería representar mayor problema en su lectura, pues su estructura es mucho más simple. No es casualidad, entonces, que los monólogos de Carlota en Noticias del Imperio nos remitan al inimitable soliloquio de Molly Bloom al final del Ulises de Joyce.

El problema con Trigo es que, a semejanza de Rayuela, de Julio Cortázar, por su estructura, se puede leer linealmente o bien leer primero el capítulo uno de la primera parte y enseguida el último de la segunda, pues se corresponden, como si fueran la base de lados opuestos de una pirámide, y de ahí ir escalando ésta con el segundo capítulo de la primera  parte y el penúltimo de la segunda, que también se corresponden, y así hasta llegar al capítulo nueve de la primera parte que se corresponde con el nueve “inverso” de la segunda, después de los cuales sigue, en lo alto de la pirámide, un capítulo “puente”, con elementos complementarios a ambas partes. Si a esto agregamos que, muchas veces, la prosa no es sencilla, la complejidad de su lectura aumenta. A final de cuentas, como dice Alejandro Toledo, hay que dejarse llevar por la poesía de su escritura, pues, como el mismo Toledo afirma, Del Paso es más un poeta en prosa que en verso, pues en verso, cuando lo intentó a principios de su carrera o lo quiso retomar después, francamente resultó un poeta menor.

Podríamos ubicar como precursores de Fernando del Paso a Cervantes y a los escritores irlandeses Laurence Sterne y James Joyce, en ese orden cronológico, aunque no necesariamente de importancia.

Finalmente, como dice el multicitado Toledo, mejor un autor que nos deje pensando a otro lineal e inane que sólo nos haga pasar el rato. Para eso, mejor un texto de autoayuda, digo yo.  Retomaré con todo entusiasmo la “relectura” tanto de Trigo como de Palinuro una vez que haya terminado con Nuestra Señora de París, de Víctor Hugo, que junto con las entrañables Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, y Jane Eyre, de Charlotte Brontë, me sirvieron de antídoto al frustrante intento inicial de lectura de las dos primeras “catedrales” de Del Paso.

Saliendo Del Paso

En la sección anterior, Noticias de Del Paso, hice notar la frustración que me provocó leer a Fernando del Paso o intentar hacerlo (José Trigo, Palinuro de México) después de su magna y posterior obra Noticias del Imperio. Bromeaba al comentar que qué bueno que Del Paso ya sabía escribir cuando emprendió la creación de este último libro, a tal grado me frustró el intento de acometer la lectura de sus dos obras anteriores.

Pues bien, quise “salir del paso” reintentando la lectura de Palinuro de México después de asistir al curso organizado por la librería Efraín Huerta del Fondo de Cultura Económica en la ciudad de  León, Guanajuato, y bautizado Fernando del Paso: constructor de catedrales, en obvia referencia a las tres obras aquí nombradas, cursillo al que también hice referencia en el apartado precedente e impartido por el crítico literario Alejandro Toledo Oliver.

Este reintento tuvo feliz término, pero resultó igualmente frustrante. Después de terminadas las 648 páginas del tabique queda la sensación de haber podido aprovechar el tiempo invertido de mejor manera. Y no es que su contenido no impresione, pues vaya que lo hace, y mucho. Impresiona la erudición de Del Paso, como bien lo apunta Francisco González Crussí en el prólogo de la obra. Innumerables sentencias cortas y otras no tanto de toda índole, médicas (sobre cualesquiera otras), políticas, científicas, musicales, matemáticas, pictóricas, arquitectónicas, mitológicas, sexuales, climáticas, filosóficas, cinematográficas, religiosas y hasta deportivas, que revelan una profunda sabiduría, pero que en cierto momento llegan a parecer necedades que invitan al inmediato abandono de la lectura, que fue lo que me ocurrió la primera vez.

Quizás la clave de esto nos la dé el propio autor (Palinuro) en el examen de conciencia que hace al final del capítulo XII de la primera parte del libro: “dirán de ti, Palinuro, que tu vida fue una obsesión constante con la muerte y con las palabras… no tanto porque no pudieras decir con ellas lo que deseabas, sino porque ellas decían de ti lo que no querías decir. Con el sexo, porque en el fondo lo despreciabas. Con la cultura, porque la falta de confianza en tu imaginación te obligó a tratar de suplirla acumulando conocimientos y datos eruditos.”, de los que está llena la obra hasta la saciedad. Aunque sería un juicio del autor bastante severo para consigo mismo, pues su novela incluye, aunque pocos para la extensión del mamotreto, pasajes verdaderamente bellos, como el dedicado a la erudición del primo Walter, en ese mismo capítulo.

Otra decepción viene del hecho de que se insiste mucho  en que esta obra contiene remembranzas del movimiento estudiantil del 68, pero éstas se reducen a una parodia o comedia -bastante extensa, eso sí- que se “monta” en el capítulo XXIV del libro. Otras referencias a lo largo del libro son, por escasas, prácticamente inexistentes. En este sentido, una obra más emblemática sobre el particular lo constituye Crónica de la intervención, de Juan García Ponce, que además de la proverbial cachondería del autor incluye al final del segundo volumen de que consta la obra, ahí sí, una entrañable remembranza de dicho movimiento, que magistralmente se inscribe dentro de una historia a propósito de la Olimpíada Cultural que paralelamente se dio a la deportiva en aquel fatídico año.

La obra de Del Paso versa sobre la vida de Palinuro (piloto de Eneas a la salida de una Troya destruida) y su prima y amante Estefanía. Obviamente, éste nada tiene que ver con aquél, más que de manera simbólica, y por lo tanto es Palinuro de México.

Tal vez Del Paso haya seguido el camino inverso de Joyce y Picasso, quienes partiendo de un realismo entendido por todos arribaron, al final de sus vidas, a sus obras más emblemáticas aunque quizás también las menos leídas, en el caso del primero, y las menos comprendidas, en el caso de ambos. Don Fernando inició en el 66 con José Trigo, que a manera de broma decían que era su Ulises, por lo complicado de su lenguaje y lo complejo de  su estructura. Siguió en el 77 con Palinuro de México y terminó en 1987 con su maravillosa y ampliamente elogiada por mí en la entrega anterior Noticias del Imperio. Por el contrario, Joyce empezó con sus incomparables y bellos Dublineses y Retrato del artista adolescente, siguió con el famosísimo Ulises y terminó con su inabordable e insondable Finnegans Wake. Y así como prometí, después de leer el Ulises de Joyce en inglés, jamás embarcarme en la imposible tarea del Finnegans, a pesar de contar con su formato electrónico, estoy a punto de prometerme, después de leer Palinuro, de tampoco involucrarme con José Trigo. Así pues, también me “saldría de Del Paso”.

Prefiero seguir con el que estoy ahora, Filosofía de la física I. El espacio y el tiempo, de Tim Maudlin, que si bien introduce conceptos complejos como el principio de razón suficiente (PRS) y el principio de identidad de los indiscernibles (PII), por lo menos se contienen, se autodefinen y se explican en el contexto de este hermoso volumen del Fondo de Cultura Económica, no como Palinuro, con el cual resulta imposible acudir a cada instante a Google para entender sobre las centenas, si no es que miles, de conceptos eruditos que el autor introduce, pues resultaría una labor de locos. Pero de dónde sale el prejuicio de que el libro es sobre el 68, o por lo menos mi prejuicio. Lo que pasa es que como leemos poco y mal nos volvemos presa fácil de estos malentendidos, ya sea como receptores o difusores. Por lo pronto, yo no leería una segunda vez esta obra, y si mi “recomendación” contribuye a que siga sin leérsele, ni modo.

Y no soy injusto, sigo insistiendo en que Noticias del Imperio es sublime y me fascinó, pero también creo que Fernando del Paso es autor de una sola obra y que ella le bastó, muy merecidamente, para el otorgamiento del Premio Cervantes en 2015.

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