miércoles, 25 de julio de 2018

Carta a Pepe

Un amigo me recomendó bótox para el combate a mi depresión, pues un artículo en Time apunta literalmente que "las investigaciones han demostrado incluso que reducir artificialmente la facultad de fruncir el ceño (a través de bótox) puede ayudar a aliviar la depresión". (Todavía recuerdo el antológico error de aquel reputado periódico que al transcribir la frase "fruncir el ceño" incurrió en el memorable gazapo de trastocar la 'e' en 'o'). Le respondo lo siguiente.
 
Pepe,
 
Fíjate que ahora que ya soy jubilado y derechohabiente del IMSS, me ha dado por atenderme ahí, sobre todo por los niveles prohibitivos que alcanzan las primas de los seguros privados y las leoninas condiciones que éstos te ofrecen: para que tenga derecho a que el seguro de gastos médicos mayores de Grupo Nacional Provincial (GNP) con el que estamos empiece a pagar, hay que desembolsar un deducible de 300 mil pesos, a partir de ahí, estos buitres cubren "generosamente" el resto. La prima anual nos sale en 40 mil pesos, dinero prácticamente tirado al caño, pues te digo que prefiero atenderme en el Seguro Social. En julio de 2011 me operaron ahí de una hernia inguinal bilateral, es decir, de ambas ingles. El médico privado con el que primero acudí (el secretario de salud de Felipe Calderón, José Ángel Córdova Villalobos, que atiende los fines de semana en León su negocio privado) me cobraba "únicamente" 70 mil pesos, que obviamente hubiera tenido que pagar yo en su totalidad, pues quedaban lejos de los 300 mil.
 
Con el mayor temor del mundo, me apersoné el 12 de julio de 2011 en la sala de espera del quirófano múltiple, donde otras siete personas y yo seríamos atendidas quirúrgicamente de las más diversas dolencias. El resultado fue ¡maravilloso! A las pocas horas salía por mi propio pie acompañado de mi esposa y con medicamento incluido, todo, sin ningún costo. Como todavía estaba bajo los efectos de la sedación, de ahí nos cruzamos la calle y fuimos a comer al Toks. Yo me refiné unos tacos de cochinita pibil deliciosos. Claro, las molestias comenzaron esa misma tarde ya en casa una vez que la anestesia hubo cumplido su función, pero nada intolerable. Bueno, pues desde entonces no se ha presentado ninguna secuela con esta dolencia, ya que me operó uno de los cirujanos más eminentes en la especialidad, mismo que atiende en su práctica privada en el ¡Hospital Ángeles!, donde seguramente cobrará más de 100 mil.
 
Toda esta larga introducción para decirte que le he tomado mucha confianza a la seguridad social. Unos años después me atendieron de una dolencia en la parte baja de la espalda, de la que tal vez recuerdes que he padecido desde que éramos chavos universitarios. Sin necesidad de intervención quirúrgica esta vez y con puro medicamento, me sacaron adelante.
 
Ya encarrerado, hace unos tres meses acudí a consulta con mi médico familiar ahí con un doble propósito: que me programara cita con quien procediera para atenderme de la pérdida del sentido del gusto que padezco desde hace unos siete u ocho años (no te imaginas cómo lamenté en secreto no haber disfrutado contigo y Diana aquella comida a la que me invitaron en aquel esplendoroso restorán de Manhattan para celebrar el contrato que ésta había conseguido, aunque por lo menos experimenté la alegría que la champaña nos transmitió) y otra con el siquiatra, para mi sempiterna depresión.
 
Como no me estaban pelando, tuve que ladrar, como siempre hago, y las dos citas quedaron programadas como por arte de magia: una con el otorrino, para el problema del gusto, y otra con una siquiatra (sicogeriatra), para mi locura. Para lo primero, ya me hicieron un cultivo nasal, un examen hemático y una tomografía computarizada del cráneo para ver si no hay algún tumor que este inhibiendo mi tan anhelado sentido del gusto (y así, tan descarnadamente te lo plantean, ¡qué bueno!, ¿no?). El lunes en la mañana voy por el diagnóstico y los resultados.
 
Para lo segundo, la siquiatra, ésta me recetó un antidepresivo que me produjo estreñimiento crónico, impotencia, náuseas, sudoraciones, temblores, visión borrosa y boca seca al 100%. Después de 18 días, mandé al carajo el medicamento y recuperé todas mis facultades. ¡Estaba yo feliz de la vida! El jueves pasado que vi a la doctora de nuevo, después de mes y medio, pues en el ínter no los puedes consultar, le dije que su droga había resultado efectivísima. Después de explicarle por qué, se carcajeó, pero se lo agradecí infinitamente. Ahora indagará si no hay un problema con la tiroides.
 
(Resulta irónico y paradójico: estoy perdiendo paulatinamente todos los sentidos, excepto el del tacto, del que se me acusa casi unánimemente que carezco.)
 
No obstante, me falta todavía experimentar el remedio del bótox, que me parece tentador e insinuante, pues el poema de Nezahualcóyotl al que también te refieres ya obró su efecto sanador.
 
Perdón por el tremendo rollo. Un abrazo.
 
Raúl

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