El sábado 12 de febrero de 2011 a las seis de la tarde partió de la terminal de autobuses de la ciudad de Querétaro la unidad de la línea Primera Plus que transportaría al Distrito Federal a los pasajeros que poco antes la habían abordado. Todo transcurría normalmente hasta que, de improviso, a la entrada a la ciudad de México, varios individuos que viajaban como pasajeros desenfundaron sus armas y amedrentaron a los verdaderos viajantes para despojarlos del dinero en efectivo que llevaban. Acto seguido, los conminaron a que les entregaran todas sus demás pertenencias, incluidas credenciales de identidad, tarjetas bancarias, bolsos y carteras, cámaras, computadoras y hasta pasaportes y visas, ante la impasibilidad de la acobardada mayoría y, por supuesto, del operador del transporte.
Al arribar al aeropuerto internacional Benito Juárez, ninguno de los asaltados quiso interponer una denuncia ante el ministerio público que para el efecto se encuentra en dicha demarcación. Hubo quien solicitó la ayuda de los empleados de Primera Plus que ahí se encontraban, indicándoles que los habían despojado de todo y que la línea tenía la obligación de apoyarlos ante las graves fallas de seguridad patentes desde el abordaje del autobús, pues, obviamente, los pasajeros no fueron revisados ni filmados como en otras ocasiones, lo cual hace pensar en complicidades inimaginables.
Se le indicó al quejoso que primero interpusiera su denuncia ante el ministerio público y luego regresara. Cuando volvió, por supuesto, los irresponsables empleados ya habían emprendido su marcha. Todo este embrollo hace pensar en bandas de peligrosos delincuentes perfectamente organizadas y en colusión con la que, desde ahora, llamaré Primierda Pus.
Ignoro lo que es un Estado fallido, pero el mexicano se le ha de parecer mucho.
Finalmente, no quisiera terminar el presente escrito sin antes conminar al señor Calderón a que, si no puede, renuncie. Esta situación de paranoia, depresión y angustia resulta ya intolerable.
martes, 22 de febrero de 2011
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