Dios, esa gran farsa

Existen dos argumentos incontrovertibles que demuestran fehacientemente la inexistencia de Dios:

1. El dolor.

2. Es más fácil imaginar a Dios como un ser infinitamente perverso que hace cosas buenas para engañar, que como uno infinitamente bondadoso que "permite" que ocurran cosas malas.

La verdad es que el destino es impredecible y elige aleatoriamente a sus víctimas entre buenos y malos, o premia a unos u otros de forma igualmente arbitraria. Mejor esto que el maldito que nos quieren vender a fuerza los fanáticos religiosos. El único fanatismo admisible es aquel que se ceba contra éstos.

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