Suicidio en la torre
Después de frustrantes siete meses de “trabajo” como mando medio en el peor y más indigno ambiente laboral del mundo, la burocracia mexicana, decidí irme con mis niños y mi esposa a recorrer por tren algunas ciudades de Europa. Al final, decidimos extender el viaje a París, donde ya habíamos estado un par de años antes. El niño, de nueve años de edad, conservaba todavía aquella extraña fascinación que desde un principio le causó la torre Eiffel, y de nuevo, como en la primera ocasión, quería ir casi todos los días aunque sólo fuera a contemplarla. Mi estado de ánimo no era el mejor del mundo después de las frustrantes experiencias de traición y deslealtad vividas al “servicio del Estado”, pero París había ayudado a paliarlo. Sin embargo, ya en la torre, después de haber caminado las riberas del Sena, sentí un impulso irrefrenable de treparme al pedestal sobre el que se asienta una de las patas de la mole de acero, lo cual conseguí con facilidad ayudado por la conformación rugosa de la ...