Cuba es el infierno, Miami el purgatorio

Termino el año con una relectura, Los Buddenbrook, de Thomas Mann, y dos lecturas nuevas, Tres lindas cubanas, de Gonzalo Celorio, Premio Cervantes de Literatura 2025, y Antes que anochezca, de Reinaldo Arenas, intelectual, disidente y homosexual cubano, combinación explosiva que ni mandada a hacer para merecer la persecución implacable de ese engendro repulsivo llamado en vida Fidel Castro Ruz.

Los Buddenbrook ya la he elogiado lo suficiente en estos escritos como para insistir más en ello, únicamente diré que la considero una de las más grandes obras de la literatura universal, escrita a los tan sólo ¡veinticinco años de edad! de su autor, que vierte en ella su profundo conocimiento del alma humana y de la filosofía de Schopenhauer, y que le pavimentó el camino para hacerse merecedor del Nobel de Literatura.

Me vi compelido a devorar la segunda, Tres lindas cubanas, por el otorgamiento del Premio Cervantes a Celorio, de madre cubana, y que versa precisamente sobre la saga familiar materna del autor. Celorio abunda sobre la vida y penalidades de su numerosa familia, doce hermanos en total, pero sobre todo de las de sus dos tías, Ana María y Rosi, defensora a capa y espada de la revolución cubana, la primera, y exiliada en Miami y muerta en la amargura y la soledad, la segunda. Esta paradójica dualidad que se da entre las tías de Gonzalo, se da incluso en él mismo, quien nos relata con lujo de detalle los numerosos viajes que ha realizado a Cuba, y en uno de ellos hasta el saludo de manos que llegó a tener con el sátrapa infesto de Castro, lo que a mí sinceramente no me daría mucho orgullo andar divulgando. Recuerdo nítidamente a Peña Nieto, que no descansó hasta que lo llevaron frente al dictador y pudo conocerlo personalmente.

En fin, dentro de su doblez, Celorio también sabe dar cuenta de la desgracia cubana, aunque jamás como lo hace Reinaldo Arenas en el tercer libro antes citado, Antes que anochezca, auténtica autobiografía del autor, y donde nos da prolija cuenta de sus amoríos homosexuales y de la vida de hostigamiento y persecución política que vivió en la isla hasta que pudo huir y vivir exiliado en los Estados Unidos los últimos años de su vida.

Las aventuras sexuales de Reinaldo que él mismo, en un pasaje del libro, calcula en ¡cinco mil!, llegan a cansar al lector, pero el relato de su reclusión en mazmorras donde se le mantenía preso y la persecución de que fue objeto durante toda su vida en Cuba, así como la vida de miseria que llevaba aun en libertad, valen el contenido de todo el libro.

Aunque ni en los Estados Unidos Reinaldo Arenas fue feliz. Cuando llegó a Miami, encontró un ambiente falso y artificial en la comunidad “intelectual” cubana que ahí residía, especialmente un grupo conocido como “las poetisas”, lo que lo llevó a afirmar algo que nunca le perdonaron: que si Cuba era el infierno, Miami era el purgatorio. Por ello, en cuanto se le presentó la oportunidad, se fue a vivir a Nueva York, del que también se hartó, porque los norteamericanos todos, decía, tienen por único dios al dinero.

También arremete, en un momento dado, contra Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, especialmente contra éste, por hipócrita y su amistad con Castro, y porque cree que su obra está sobrevalorada y resulta en mucho populachera. Del primero, más bien le aterra su condición de señoritingo.

Enfermo de SIDA y, por lo mismo, sin poder ejercer ya su oficio -de escritor, no se piense mal-, decidió quitarse la vida y dejarlo testificado en una carta que circuló profusamente entre sus amigos y que se incluye en la parte final de Antes que anochezca, título referencial a su propia existencia.

Concluyo que Cuba ha sido siempre un infierno: con Batista, con Castro y hoy en día, ¡pobres cubanos! Y nosotros haciéndonos cómplices de Raúl Castro y Miguel Díaz-Canel, par de tiranos.

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