sábado, 11 de octubre de 2025

Soy un analfabeto

Ahora que tuve que renovar mi credencial de elector, comúnmente conocida como INE, recordé un episodio por mí vivido hace ya más de una década en la unidad de medicina familiar de mi tormento el IMSS. Y es que por  más oportunidades que me daba la amable empleada del INE para que yo quedara satisfecho con la firma que tenía que trazar con un lápiz electrónico sobre la pantalla luminosa a mi disposición, nomás no me salía. Total, después de cinco intentos en que ella borraba pacientemente con un paño lo por mí garabateado para volver a intentarlo, le dije ya, esta última, se queda.

Mi memoria se remontó varios años atrás, cuando todavía era necesario para los jubilados dar prueba de supervivencia presencialmente en el malhadado Seguro. Y ahí me tienen, haciendo inhumana cola detrás de otros viejitos -muchos de ellos discapacitados- para estampar mi firma en el correspondiente oficio, dando fe de que seguía existiendo. Ya desde entonces estaba yo peleado con mi firma, pero como en el IMSS sí era necesario que ésta coincidiera con la de mi identificación personal, no como en el INE que allá tú lo que garabatees, la burócrata en turno se desesperó a la segunda, y musitando un “¡Ay, señor!”, me hizo entintar el pulgar de mi mano derecha en un cojincillo para que plasmara mi dedo gordo en la consabida constancia de supervivencia por partida doble, una para el original que ahí se quedaba y otra para la copia que yo me llevaría, no sin antes sellar ambos documentos con una leyenda que, por las prisas, ya ni leí.

Pero cuál no va siendo mi sorpresa al llegar a la casa -su casa, como dirían los pueblerinos- y disponerme a archivar la copia del documento que me entregaron y leer el texto que la mujer había asentado con su sello: “El derechohabiente plasma su huella digital por no saber leer ni escribir”.

No supe si desternillarme de la risa o indignarme ante la proverbial falta de humanismo del IMSS, ambas posibilidades igualmente merecidas a cabalidad por la institución.

Y no digo más.

viernes, 10 de octubre de 2025

Se me escapó el Nobel otra vez

Emprendí la lectura por ¡cuarta ocasión! de Los Buddenbrook, la sublime novela de Thomas Mann (Edhasa, 2008), descomunal obra de ¡884 páginas! que se van como agua. Más que intentar una reseña, refiero al lector a lo que aquí escribí hace más de once años y que me llena de un profundo orgullo ahora que lo recordé con esta relectura de Mann (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2014/07/schopenhauer-filosofo-maldito.html).

También trajo a mi mente otro escrito más reciente, de hace casi cuatro años, e igualmente publicado aquí sobre uno de mis tormentos más recurrente de los últimos veintidós años (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2021/12/en-oportunidades-previas-hable-sobre.html).

Que mi pereza para escribir algo más sustancioso esta vez los induzca a hurgar en estas dos viejas “joyas”.

miércoles, 1 de octubre de 2025

¡Auxilio, socorro!

Hace 22 años, en julio de 2003, salimos huyendo de la Ciudad de México para instalarnos en León. Previo a ello, adquirimos el negocio que un franquiciante manejaba por sí mismo en el centro comercial más exclusivo del Bajío: Plaza Mayor. Hasta de Querétaro nos visitaban con el único afán de comprar en el Liverpool ahí afincado. Tan sólo quince meses después, en noviembre de 2004, tuvimos que salir huyendo nuevamente, pero esta vez de dicho centro comercial: los ingresos no alcanzaban más que para pagar la obscena renta del local que ocupábamos.

Años después, en marzo de 2008, nos instalamos en un nuevo sitio que estaba abriendo sus puertas, Plaza Galerías Las Torres, ya con una franquicia adquirida por nosotros al mismo franquiciante de la vez anterior. Si en ese entonces me hubieran dicho que pasados 17 años seguiríamos ahí, habría calificado de loco a quien tal afirmara. Cómo crees que un negocio micro vaya a sobrevivir esa eternidad, lo hubiera refutado, pues de esa manera ya tendría asegurada mi vejez, cuando un altísimo porcentaje de mipymes cierran en sus primeros dos o tres años de existencia.

¡Qué ingenuo! Diecisiete años después ahí seguimos, pero si bien hasta hace poco nuestros ingresos superaban a nuestros gastos, cada vez resulta más difícil tal empresa, sobre todo cuando nuestras ventas se han mantenido constantes a lo largo de los años, no así los egresos, que en forma de renta, salarios, servicios, impuestos, pago a proveedores y contabilidad, van mermando con sus desaforados aumentos nuestras utilidades, hasta el punto de convertirlas en pérdidas en algunos de los meses más recientes.

Todo lo anterior, a pesar del coraje, empeño, dedicación e inteligencia (incluso hasta artificial) que Elena ha puesto a través de ya más de tres lustros en el mantenimiento de su primorosa y querida tienda. ¡A un nivel de excelencia, definitivamente! Y yo, que mucho ayudo porque no estorbo.

¿Alguna sugerencia, queridos amigos?