lunes, 10 de abril de 2023

Dos lecturas "execrables", una lectura amena

Hace unas semanas leí en la columna Piedra de Toque, que Mario Vargas Llosa publica en el diario español El País, el texto intitulado El oso, en referencia al cuento, relato o novela corta homónima del inmortal William Faulkner (92 páginas). Vargas Llosa asegura que a lo largo de los años ha tomado no menos de diez veces el libro de Faulkner para disfrutar su lectura, y a continuación hace el panegírico del mentado libro, elogio que a mí me parece excesivo, ya que el escrito del Nobel norteamericano es por demás críptico y enigmático, como mucho de lo que Faulkner escribió a lo largo de su vida, pero nada como esto, y miren que he leído y disfrutado obras como Luz de agosto, El ruido y la furia, Santuario y ¡Absalón, Absalón! del mismo autor, de difícil comprensión, pero, insisto, nada como esto. Lo menos que hice fue disfrutarlo, y la duda me entra: ¿de veras el novelista habrá disfrutado escribiéndolo? ¿Quizá a Vargas Llosa le ocurre lo mismo que a mí y por eso ha emprendido la lectura de El oso tantas veces sin terminar de digerirlo?

El libro aborda la historia de la caza de Old Ben, un oso, por un grupo de lugareños, la cual se consuma durante el primer tercio del relato, después viene la descripción genealógica de algunos de los personajes, absolutamente incomprensible, y el cuento termina hilando este final con la historia con que comenzó el libro, pero en términos igualmente confusos. ¿No será que don Mario, a sus bien cumplidos 87, ya chochea al hacer la apología desmedida de este engendro? Recordemos que el Nobel peruano afirmó, en una Piedra de Toque diversa, que Javier Marías había hecho bien en morirse a los 70, pues después de esa edad uno comienza a hacer puras tonterías. Y vaya que el autor honra su dicho con las que ha cometido en su vida reciente. Otra podría ser la lectura que en esta ocasión hizo el laureado novelista de la obra de Faulkner, con la cual no coincido en absoluto.

Por otro lado, una de esas casualidades que ocurren en la vida me llevó por verdadero azar a leer Las afinidades electivas, de Goethe. Por supuesto, no es esta la otra lectura “execrable” a la que quiero referirme, para nada, sino al insufrible estudio de la obra que hacen en la introducción del libro (¡32 páginas!) los pedantes críticos Waltraud Wiethölter y Christoph Brecht, escrito más de 180 años después de la publicación de la obra. Además de que comenzaba a arruinar (spoil) la lectura, la mentada introducción estaba resultando tan incomprensible como lo que más, por lo que decidí abandonarla a la mitad y volver a ella una vez que hubiera finalizado la novela de Goethe, la cual resultó de lo más ameno que pudiera imaginarse. En ella se relata, literalmente, la historia un tanto inverosímil de un cuadrángulo amoroso que termina trágicamente, pero admirablemente narrada por el gran bardo alemán. Muy recomendable.

En los apéndices del libro Goethe se deja decir: “La novela posee un tono agradable y en su mayoría comprensible, ameno también para el escritor. Cada vez me apetece más presentar en este formato aquello que tengo que decir.” ¡Bravo, Goethe, ameno también para ti! Paradójicamente, también afirma: “El texto se convirtió de ese modo en algo comprensible  para el entendimiento, pero no diré que por eso fuera mejor. Más bien opino que cuanto más inconmensurable y más incomprensible para el entendimiento sea una creación poética, mejor.”

Lo cual me llevó a leer en su totalidad, ahora sí, la indigerible introducción. ¡Bazofia! Me pregunto si Goethe hubiera aprobado tal disección de una de sus obras maestras. Lo dudo, por más eruditos que sean los mentados críticos.

Así que eviten El oso y lean Las afinidades electivas, pero saltándose el estudio introductorio.

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