Una vez tomada la decisión, su humor
cambió radicalmente y quiso celebrar su cumpleaños en todo lo alto. Para ello,
invitó a todos sus amigos y conocidos de dentro y de fuera, quienes no se
pudieron negar ante tan convincente determinación. Literalmente estaba decidido
a echar la casa por la ventana en su septuagésimo tercer aniversario, todavía
dueño de una lucidez excepcional, autonomía y envidiable salud, pero, eso sí,
harto de la existencia y del envilecido mundo que le estaba tocando vivir.
Por eso ideó lo de la fiesta y se encargó personalmente de todos los detalles, desde las viandas hasta la música -¡háganme el favor, música para él, el ser más adusto que se pudiera conocer!, quizá fuera por lo que afirmaba un antiguo ejecutivo argentino de IBM: que el tango y las rancheras expresan exactamente los mismos dramas, pero que mientras los argentinos lloran con el tango, los mexicanos gozan con las rancheras-, y dispuso su propia casa para tan significativo acontecimiento.
Llegado el día, se atildó con sus mejores galas (no muchas) y se dispuso a recibir personalmente, uno por uno, a todos los concurrentes (tampoco tantos), y dio comienzo la celebración no sólo del aniversario, sino del magno epílogo -a las 16:45, hora justa de su natalicio-, y del cual ya todos en la reunión habían sido puestos en antecedentes.
El alcohol corrió a raudales, se fumó como nunca, a pesar del aborrecimiento de toda la vida del anfitrión por los cigarrillos, y el almuerzo culminó con soberbios postres y licores de toda clase. La música no paró un solo instante, sino hasta el momento de marcar el reloj la hora convenida, hora en que nuestro héroe se despidió cariñosamente de cada uno de los invitados y se retiró, junto con sus más íntimos, a su habitación, donde ya lo esperaba el médico junto con una asistente para administrarle una droga letal después de dormirlo, habiéndose despedido previamente de sus seres queridos, no pudiendo evitar alguno el derrame de unas cuantas lágrimas, a pesar de la advertencia de nuestro personaje para que ello no ocurriera. Acuérdense, les había dicho, cómo celebré el día que finalmente nuestras autoridades aprobaron el suicidio asistido para “enfermos” no terminales, y lo feliz que he estado desde que tomé esta determinación, pues a ustedes, más que a ningún otro, les consta el absurdo en el que se ha convertido una vida que ya dejó pasar sus mejores momentos; así que, ánimo, ¡déjenme marchar en santa paz a un sueño eterno, profundo, sin dolores ni pesadillas ni cólicos ni sudores, y en el que chance y hasta con mis adorados padres me tope y pueda darle un abrazo a mi querido primo Alejandro!
¡Requiescat in pace!
No hay comentarios:
Publicar un comentario