jueves, 29 de julio de 2021

Me confieso deísta

Vida: fugaz e imperceptible interrupción de la eternidad de la nada en el infinito escenario del universo.

Propio

Dígalo si no el cuento Big bang que publiqué hoy hace exactamente diecinueve años (lunes 29 de julio de 2002) en la sección cultural de El Financiero, que dirigió por más de dos décadas el ilustre intelectual mexicano Víctor Roura:

“Dios dijo: he vivido eternamente aburrido, y, ¡bang!, se suicidó. Y la luz se hizo…

Después, ya no dijo nada.”

Me cuesta trabajo no aceptar el origen sobrenatural de todo cuanto nos rodea, pero de ahí a reconocer la revelación, el culto, la religión, el dogma, los misterios y demás zarandajas y patrañas por el estilo, media un gran abismo. Ni siquiera ese “Dios” nos lo exige, pues en todo caso “Él” sólo originó el universo y lo que lo precedió desde toda la eternidad y desapareció para siempre, sin pedirnos nada a cambio, sino únicamente dotándonos con la suficiente inteligencia como para poder dilucidar todo cuanto experimentamos mediante el método científico, pues no hay nada que la ciencia no pueda explicar, por lo menos desde hace trece mil quinientos millones de años.

Y, por favor, no nos engañemos, esto va a seguir así por toda la eternidad, sin necesidad de que creamos en nada, más que en lo que palpamos (física o intelectualmente). El universo continuará expandiéndose ad infinitum, ya que no le corre prisa, nuestro planeta se extinguirá, con o sin nuestra ayuda, y nosotros regresaremos a la nada eterna. Qué objeto tiene sufrir tanto, ¿no será que sufrimos lo indecible por creer, aunque hayamos precisamente creado todos esos cuentos debido a nuestra angustia existencial? ¡Gocemos nuestra libertad, aun para disponer de nuestra propia vida! Y observemos el único mandamiento válido de la existencia: no joder (conste, no dije amar) al otro.

Y fin de la historia, y de la Historia, aunque más aplicaría “de la histeria”.

No hay comentarios: