martes, 17 de enero de 2017

"Conversando" con mi diputado

Todo comenzó hace poco más de un año, el jueves 3 de diciembre de 2015, cuando solicité audiencia tanto al gobernador Márquez Márquez como al presidente municipal López Santillana para exponerles la problemática que para los residentes de la zona del Campestre representa la malhadada obra del distribuidor vial Benito Juárez. Obviamente, ambos me enviaron por “chicuelinas” con sus segundones: el primero, telefónicamente con su secretario particular, que me prometió una entrevista con el delegado de la SCT en Guanajuato, José Leoncio Pineda Godos, y el segundo, con su secretario de obra pública, Carlos Cortés, que me “atendió” en los pasillos del palacio municipal entre una y otra junta de las múltiples que acostumbran estos burócratas. Por supuesto, nada me resolvieron todos estos egregios funcionarios.

Desde entonces, he intentado acercamientos similares con el secretario de obra pública del estado, José Arturo Durán Miranda, con el antedicho Pineda Godos, con quien platiqué personalmente por teléfono y que me dijo que para ¡finales de marzo de 2017 estaría concluida la magna obra!, y con el mismísimo secretario de comunicaciones y Transportes, Gerardo Ruiz Esparza, cuya secretaria particular simplemente dio acuse de recibo a mi correo electrónico sin prometer más nada.

Quién faltaba, me pregunté a mí mismo, y fue así como me involucré en una disquisición académica con mi persona acerca de quién rayos sería mi diputado local, pues ni voté por él, ya que ni siquiera voté, desconocía el distrito electoral al que yo pertenecía y, en resumidas cuentas, desconocía para qué diablos sirve un diputado local. Fue así como publiqué una carta en este periódico donde daba cuenta de cómo había llegado yo a averiguar que el nominado era… Éctor Jaime Ramírez Barba, diputado por el tercer distrito con sede en León. Mencionaba ahí mi intento por conseguir una audiencia con él, no tanto ya por lo del distribuidor vial, aunque era el pretexto aducido, como por ahondar en el predicamento cultural que en mí había surgido acerca del poder legislativo y sus funciones, pues me considero una persona preparada e instruida como para ignorarlo tan redondamente y qué mejor oportunidad para saberlo que la representada por el doctor Ramírez Barba. ¿Además de proponer iniciativas de ley podría intervenir el susodicho diputado en un problema que los principales involucrados habían sido incapaces de resolverme, y sus funestas consecuencias padecemos ahora miles de ciudadanos? Don Éctor me contestó con un escueto “Con gusto, le contactaran” (sic) el 23 de noviembre del año recién finalizado, y así pasó el tiempo, con tibios intentos por parte del numeroso equipo del legislador por darle largas al asunto: por lo menos tres asistentes distintos así lo hicieron, nunca él personalmente, hasta que, finalmente, el 28 de diciembre exploté y le dirigí un mensaje en los siguientes términos: “Me quedé esperando, diputado, desde el 23 de noviembre. Es una vergüenza cómo ustedes atienden a la ciudadanía. Seguiré leyendo las incongruencias que, como buen doctor, nos receta todos los sábados.

Permítame no externarle los buenos deseos que se acostumbran en estos días, y ansío que pronto llegue el tiempo de otras elecciones para, con mayor énfasis, votar por otras opciones.”

Entonces sí, la respuesta de su secretaria particular, Carolina Medina, fue inmediata y me informó que el lunes 9 de enero se estaría comunicando conmigo para, de las tres fechas por ellos propuestas y la por mí seleccionada, viernes 13, indicarme la hora exacta en que se me recibiría en  la casa de enlace ciudadano que Ramírez Barba tiene en Bulevar del Campestre. La cita quedó programada para las 10:30 de ese día. Evité hacer cualquier compromiso alrededor de esta hora y prepararme lo mejor que pude para mi compromiso, pero, por supuesto, vino una primera posposición de la hora acordada: las 12:30 en el mismo lugar, a lo cual accedí no sin cierta molestia. El colmo fue cuando a una hora escasa de la cita me llamaron a mi celular para posponerla nuevamente por compromisos ineludibles del informal diputado, lo cual ya no acepté por “compromisos ineludibles” que yo también tenía y así se lo hice saber al asistente que conmigo se comunicaba, quien me pedía esperar para informárselo a su vez a su secretaria particular, Medina. Así lo hizo y me ofrecieron entonces una comunicación telefónica posterior con el señor diputado, a lo que me negué alegando que no se trataba sólo de salir del paso, que estos asuntos había que tratarlos de frente y que me volvieran a llamar en el futuro cuando el individuo estuviera libre de compromisos.

Es indigno el trato que todos los “grandes” señorones mencionados en este escrito brindan a la ciudadanía de a pie, pero que no se trate de ejercer el presupuesto porque entonces sí que están más que disponibles para disfrutar de regios sueldos, bonos navideños, numerosos asistentes y asesores, y largos periodos de holganza.

Gracias, señor diputado, ha resuelto usted todas mis dudas.

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