miércoles, 7 de diciembre de 2016

Lamiendo mis heridas

Después de mi fallido intento por convertirme en catedrático en matemáticas de la UNAM en este crepuscular 2016, volví a lo único que sé hacer más o menos bien en esta vida: leer, estudiar y escribir pergeños como el que ahora intento, más lo primero y lo segundo que lo último, en una proporción, digamos, de 95-5%. Leer de todo, no solamente “buena” literatura, desde las abominables redes sociales, pasando por periódicos y revistas, siguiendo con El gran Gatsby, de Scott Fitzgerald; Tokio blues, de Haruki Murakami; Norte / Una antología, de autores varios; La conjetura de Poincaré, de Donal (sic) O’Shea; Millennium III, de Stieg Larsson; De amor y de sombras, de Isabel Allende; Matar a un ruiseñor, de Harper Lee; Jane Eyre, de Charlotte Brontë; La noche, de Guy de Maupassant; Nuestra señora de París, de Víctor Hugo; Palinuro de México, de Fernando del Paso; Filosofía de la Física, de Tim Maudlin; Viaje Sentimental por Francia e Italia, de Laurence Sterne; Los Pasos de López, de Jorge Ibargüengoitia, y terminando con La estructura de las revoluciones científicas, de Thomas S. Kuhn, que es el libro que recién acabo de leer y quiero comentar ahora. De los otros, han merecido artículos similares al presente La conjetura de Poincaré, Matar a un ruiseñor, Palinuro de México y Filosofía de la física. Concluiré 2016 con la lectura de Emilio o la educación, de Jean-Jacques Rousseau, aunque ya para qué, me digo yo. Le pedí a mi hija Caro que me lo regalara, sin embargo, mucho antes de que yo emprendiera mi fatídica aventura universitaria.

Me ubiqué en un solitario rincón de la terraza superior al aire libre de un restaurante de Bulevar del Campestre para dar término a mi lectura más reciente, ahí donde nada ni nadie me perturbaran, después de una sobria comida consistente en un linguine al pesto, precedido por un suculento taco de carnitas de pato en tortilla de maíz, acompañados ambos por una copa de tinto shiraz, y rematada tan exquisita comida con un expreso doble y un soberbio tiramisú. Junto con estos últimos, me dispuse a finalizar el libro de Kuhn. Pasado un buen rato, el mesero se me acercó para comunicarme que el capitán, probablemente enternecido por mi solitaria devoción y tal vez preocupado por mi salud, me invitaba un digestivo; que si  aceptaba, me traía la carta de los licores. Así lo hizo y seleccioné un Martell, que me sirvió con un chaser de agua mineral y otro ¡de coca cola!, habiendo optado, claro, por el primero. ¡Qué forma tan deliciosa de culminar una enriquecedora lectura!   

La estructura de las revoluciones científicas, o simplemente La estructura, como se le conoce en el medio, fue publicado en 1962, y en 2012 se celebró el medio siglo desde su aparición con la cuarta edición en inglés y un Ensayo preliminar de Ian Hacking. En 2013, el FCE se hizo eco de esta celebración con la cuarta edición española y una introducción del traductor Carlos Solís. En 2015 se hizo la reimpresión a la que aquí nos referimos. En 1969, a siete años de su publicación inicial, Kuhn escribió un epílogo para ser incluido en la segunda edición inglesa de 1970: “En lo fundamental –dice ahí el autor- mis puntos de vista permanecen prácticamente inalterados, aunque ahora reconozco que algunos aspectos de su formulación inicial han creado dificultades y malentendidos gratuitos… aprovecho la ocasión para bosquejar las revisiones precisas”.

Yo iría un paso más allá, pues sin ser científico, o precisamente por carecer de prejuicios en este sentido, me parece que las tesis del autor son impecables y precisas, y siguen siendo actuales incluso a cinco décadas y media de su aparición. Digo, porque tampoco soy neófito en la materia, habida cuenta de ser un graduado de la Facultad de Ciencias de la Universidad. Thomas Samuel Kuhn falleció hace poco más de cuatro lustros, en 1996.

La tesis de Kuhn es que el proceso científico es un mecanismo iterativo que parte de la ciencia normal, en el transcurso del cual se presentan las anomalías de la ciencia, de donde puede surgir a su vez una crisis, que culminará eventualmente con una revolución… para volver a la ciencia normal.

En la ciencia normal, dice, el investigador se dedica a la resolución de problemas, que él llama rompecabezas, ateniéndose a paradigmas. Este rutinario proceder puede llegar a enfrentarse con anomalías, de donde derivan los descubrimientos científicos. Piénsese, si no, en el accidental descubrimiento de los rayos X por Roentgen y en el del oxígeno por Lavoisier, cuando el primero “comenzó a(l) darse cuenta de que su pantalla brillaba cuando no debiera hacerlo”, y el segundo “había realizado experimentos que no producían los resultados esperados según el paradigma del flogisto”. “En ambos casos, la percepción de la anomalía, esto es, de un fenómeno para el que el paradigma no ha preparado al investigador, desempeñó una función esencial al desbrozar el camino para la percepción de la novedad. Pero, de nuevo en ambos casos, la percepción de que algo iba mal no fue más que el preludio de un descubrimiento”. Ahora bien, “un paradigma es lo que comparten los miembros de una comunidad científica y, a la inversa, una comunidad científica consta de las personas que comparten un paradigma”, sea éste teorías, leyes o creencias. El flogisto, por otra parte, es una sustancia hipotética que representa la inflamabilidad, teoría en desuso hoy en día.

Como decíamos, las anomalías pueden provocar crisis, de donde surgen las teorías científicas. Así, por ejemplo, “la mecánica cuántica surgió de toda una serie de dificultades relativas a la radiación del cuerpo negro, los colores específicos y el efecto fotoeléctrico”. En este caso, “la conciencia de la anomalía había durado tanto y había penetrado tan profundamente que se puede decir con toda propiedad que los campos afectados por ella se hallaban en un estado de crisis galopante”.

Finalmente, este proceso iterativo que mencionábamos anteriormente desemboca en las revoluciones científicas, que como las asociadas con Copérnico, Newton, Darwin o Einstein, representan un cambio de paradigma, para así arribar de nuevo a la ciencia normal, donde ahora el investigador se dedicará al armado de rompecabezas con la ayuda de este nuevo paradigma.

Esquemáticamente: ciencia normal (paradigmas) à anomalías (descubrimientos científicos) à crisis (teorías científicas) à revoluciones científicas (cambio de paradigma) à ciencia normal (nuevos paradigmas) à...

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