Leí por primera vez Madame Bovary, de Gustave Flaubert, hace más de cuarenta años, y
sólo recordaba que su trama me había cautivado y para nada me pareció
complicada, aunque, paradójicamente, la
hubiese olvidado completamente. Por ello me extrañó que Mario Vargas Llosa
proclamara en su Piedra de toque del sábado
18 de diciembre de 2021 en el periódico español El País a esta novela y su autor como precursores de obras y
autores tan complicados como Ulises,
de James Joyce, y El ruido y la furia
o ¡Absalón, Absalón!, de William
Faulkner. Así pues, me aboqué nuevamente a la lectura de la sublime obra de
Flaubert, y me cautivó tanto o más que las veces anteriores, pues su linealidad
y sencillez son felizmente asequibles.
En este sentido, creo que La Fiesta del Chivo, del propio Vargas Llosa, y La educación Sentimental, del mismo Flaubert, se apegan más al criterio que don Mario atribuye a las obras de Joyce y Faulkner, sin llegar a incurrir en las complejidades de estos. En particular Vargas se atiene a una estructura no lineal en su Fiesta y continuamente echa mano de flashbacks en la trama de esa novela.
La educación sentimental la leí bastante tiempo después de Madame Bovary esperando encontrar yo algo tan cautivador como ésta, pero qué va, el libro no me gustó nada, me aburrió y probablemente se atenga más al juicio que Vargas Llosa nos quiere meter con calzador sobre Bovary.
Y ya que andamos en ésas, déjenme decirles que el argumento de Madame me conmovió tanto como lo ha de haber hecho la primera vez. Es inconcebible cómo la vida de una dama puede llegar a ese nivel de corrupción, sin desembocar en la depravación de personajes de otras novelas, pero igualmente digno de recriminación. Me impresionó particularmente lo que el autor afirma poco antes del final de la novela: “Se conocían demasiado el uno al otro para entregarse a esos transportes que multiplican por cien la pasión. Y Emma estaba tan harta como él. Volvía a reconocer en el adulterio aquella misma insulsez del matrimonio.”
Impresionante. Me hizo recordar a mi querido Schopenhauer, que afirmaba precisamente que es a lo que nos conduce el querer siempre algo más, que finalmente desemboca en ese hartazgo. Y su máxima consiste en mejor llegar a querer no querer, de lo que algunos simples concluirían su invitación al suicidio como leitmotiv de su filosofía.
De cualquier forma, los excesos de Emma Bovary la condujeron a ella a eso, al suicidio, al no poder pagar sus deudas y ser rechazada vilmente por su primer amante, a quien había acudido para que la auxiliara en ese sentido.
En su lecho de muerte, al único que reconoció Emma por su bonhomía fue al cornudo del marido, Charles Bovary.
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