“La vida es un historia narrada por un idiota,
llena de ruido y furia, que nada significa.”
Macbeth, William Shakespeare
No, no me refiero a mí, aunque muy bien podría estarlo haciendo, sino al portentoso genio creativo de Faulkner en su novela El ruido y la furia, en la que tiene que meterse, primero, en la mente de un retrasado mental, y, después, en la de un deprimido. Todo esto para relatarnos las peripecias de la familia Compson y de la numerosa familia negra que los atiende, empezando por la abuela, Dilsey, que ha estado con ellos toda la vida, los hijos de ésta, Versh, Frony y T.P., y el nieto, Luster, hijo a su vez de Frony.
Los Compson, por su parte, están encabezados por el padre, Jason, alcohólico, y la madre Caroline, hipocondríaca, quienes procrearon a Quentin, el más inteligente y que sufre de depresión, y que con grandes sacrificios es enviado a Harvard a estudiar; Caddy, que mantiene una relación secreta, casi incestuosa, con aquél; Jason, el maldito y avaro de la familia; y Benjy, el retrasado mental, que a los 33 años de edad se comporta como un crío de tres. Además de Quentin, la niña bastarda nacida de Caddy, nombrada así en honor de su tío y que terminará siendo una perdida, a la que la madre abandonó cuando la matrona Caroline expulsó a su propia hija de la casa. Ambas, pues, bien putillas.
Quizá si uno supiera todo esto con anterioridad, disfrutaría muchísimo más el libro, pues el primer capítulo es relatado en primera persona por Benjy, el idiota, y aunque se titula 7 de abril de 1928, abarca prácticamente toda la vida del cronista, con numerosos flashbacks y escenas confusas de la existencia de la familia. El segundo, intitulado 2 de junio de 1910, es en cambio narrado por el polo opuesto de Benjy, Quentin, hasta volverse prácticamente ininteligible, incluso más que el primero, pues es producto de las correrías de éste, deprimido, por los alrededores de la ciudad donde ha sido enviado a estudiar. Si uno se mete en la mente de ambos, Benjy y Quentin, es claro que disfrutará enormemente la lectura, que se ve coronada con los capítulos tres, 6 de abril de 1928, narrado por Jason, el maldito de la familia, y en el que éste nos hace saber muchos más detalles de sus parientes y gente con la que se relaciona, y el cuarto y último, 8 de abril de 1928, que es narrado por un autor omnisciente -el mismísimo Faulkner-, pero desde la perspectiva de la fiel y leal Dilsey.
Estos dos últimos capítulos son absolutamente lineales en el tiempo y, a diferencia de los dos primeros, escritos en un lenguaje por demás accesible, pero, todos, con la excelsitud de la prosa que caracteriza al autor.
Por fuera de la novela se entera uno del suicidio de Quentin, precisamente dos meses después de que su hermana Caddy se casara, y quizá, especulo yo, por eso mismo.
En fin, una novela deliciosa, disfrutable y placentera, muuuy placentera, aunque Marx se encabrone y desde ultratumba me reprenda.