Existe un indicador socioeconómico, el
coeficiente de Gini, que mide la desigualdad en el ingreso de los habitantes de
una nación, el cual varía entre 0 y 1, indicando lo primero la igualdad total,
esto es, todas las familias tienen exactamente el mismo ingreso, y lo segundo
todo lo contrario, es decir, un solo individuo o familia acapara el ingreso de
un país, o lo que es lo mismo, prácticamente el 100% de la población vive en la
inopia. No es exactamente un porcentaje, pero se le parece mucho. Vamos, es un
ponderado de la distribución del ingreso entre la población, y debe su nombre a
su creador, el estadístico, demógrafo y sociólogo italiano Corrado Gini.
Obviamente, no se requiere de un
coeficiente de Gini cercano a 1 para calificar a un país de desigual. México,
por ejemplo, que se encuentra dentro de las veinte naciones con mayor
desigualdad en el ingreso del mundo, tiene un coeficiente de Gini de 0.483
(Banco Mundial, 2016), lista que encabeza Sudáfrica con 0.63 (BM, 2014) y
sorpresivamente –al menos para mí- finaliza Ucrania como la sociedad más
igualitaria del planeta, con un coeficiente de apenas 0.25 (BM, 2016).
Seguramente la crisis actual por la pandemia y los “moditos” del inepto que
encabeza el Gobierno de México han incrementado la desigualdad en el país. Hace
unos días leía en la prensa que durante esta época de coronavirus se ha
incrementado considerablemente la fortuna de 73 magnates a lo largo y ancho del
planeta.
En otro orden de ideas, me pregunto yo
cuál será la desigualdad intelectual de nuestro país, entendiendo la
“intelectualidad” no como el opuesto de “idiotez”, sino como la medida de
quienes se consideran a sí mismos “intelectuales” sin ningún recato. Lo digo
por la reciente carta publicada en medios nacionales donde un grupo de
“pensadores” nos convoca a lidiar con valor, y que mereció la réplica del
imbécil del cuento, intitulada por él mismo, “Bendito coraje”, donde califica a
aquellos de conservadores y neoporfiristas, entre mil otras sandeces.
En fin, entendido así, yo creo que
nuestro “coeficiente de Gini” intelectual rondará el 0.8 o 0.9, si no es que
más aún, pues no en cualquier cantina encuentra uno tan egregias y conspicuas
figuras como los abajofirmantes de la carta que provocó la inmediata reacción
del energúmeno. Pero ¿a dónde voy con todo este rollo? Simplemente a
cuestionarme la autoridad moral de nuestros “intelectuales” que, ellos creen,
los legitima ante sus iguales para lanzar tal convocatoria. ¿Quiénes se creen
que son, cuando no logran ponerse de acuerdo ni entre ellos mismos y, en no
pocas ocasiones, protagonizan reyertas entre mafias de padre y muy señor mío?
No está de más recordar el encono en la cúspide entre Carlos Fuentes y Octavio
Paz, a los que ni la cercana muerte hizo perdonar el uno al otro, y así pasaron
a mejor vida, como enemigos irreconciliables. Y de los enconos entre mafias de “intelectuales”,
como la escenificada a finales del siglo XX entre las revistas culturales Nexos
y Vuelta, ya mejor ni hablamos. Alguna vez intenté colaborar con alguna de esas
revistas, sin compromiso de ninguna de las partes, pero fui ninguneado con los
pretextos más baladíes, nunca por no haberme identificado con alguno de los
grupos facinerosos.
No deja de llamar la atención que otro
intelectual (me atrevo a calificar a éste sin comillas), Leonardo Curzio, haya
desautorizado el escrito de sus pares afirmando que la opción partidista que
éstos aducen está rebasada, además de criticar que no hayan tenido más opción
que la de acudir a una ¡inserción pagada! (https://www.eluniversal.com.mx/opinion/leonardo-curzio/el-encierro-pasa-factura).
Estos soberbios deberían tomar ejemplo
de José Vasconcelos, que en la época postrevolucionaria supo sacar ventaja de
su cartera como secretario de Educación para emprender cruzadas educativas para
todo el pueblo de México. Los muy pagados de sí no pueden con la parte que les
es inherente, la intelectual, y pretenden, altivamente, conseguir el cambio de
régimen. ¡Cuánta vanidad!
Estoy de acuerdo, para echar al orate
que nos desgobierna hoy en día hay que recuperar primero el Congreso en 2021, y
posteriormente, en 2022, revocarle el mandato. Es posible, faltan todavía dos
años, durante los cuales se podría armar una campaña entre los millones que lo
detestamos y que lo llevara, así, a la defenestración. ¡Sería maravilloso
liberarnos de la plaga 4Tísta los dos últimos años del sexenio!