Existen unas herramientas matemáticas
llamadas matrices u operadores, que no son otra cosa que arreglos numéricos
dispuestos en ‘m’ renglones y ‘n’ columnas.
Se habla, así, de una matriz de dimensión ‘mxn’. Dentro de éstas, hay una de
tipo especial llamada matriz hermitiana, llamada así en honor de su creador Charles
Hermite, celebérrimo matemático francés. Su particularidad es que consta
únicamente de números complejos, siendo los de la parte inferior izquierda, debajo
de la diagonal principal de la matriz, los conjugados de los de la parte
superior derecha, arriba de dicha diagonal. Esta diagonal está formada sólo por
números reales, que son un subconjunto de los complejos y conjugados de sí
mismos.
Ya sé que después de esto muchos
preferirían morir de coronavirus, pero la suprema belleza con la que concluiré
este escrito, sin haber siquiera utilizado un solo número ni mucho menos algún
símbolo raro, justificará el “sacrificio”, aun de los más escépticos. Matrices
enormes de este tipo (hermitianas) sirven para modelar el comportamiento de
ciertos sistemas dinámicos a nivel cuántico.
Por otro lado, asociado a cualquier
matriz -hermitiana o no- existe un polinomio característico. En particular, las
raíces del polinomio asociado con el sistema dinámico antes mencionado proveen
un excelente modelo para los niveles de energía observados en los experimentos
cuánticos. El espaciamiento que existe entre estas raíces no sigue un patrón
aleatorio. Este fenómeno es conocido como “repulsión”, es decir, niveles de
energía tratando de apartarse lo más posible el uno del otro.
Pues bien, existe una función matemática
en análisis complejo, llamada función zeta, cuyo padre es otro aún más insigne
matemático, pero alemán, Bernhard Riemann, que la utilizó para calcular la
cantidad de primos menores a una ‘x’ dada, pues el número de raíces no triviales
de esa función es el componente principal de la fórmula que él proporcionó para
dicho cálculo. Les recuerdo que los primos son los números divisibles solamente
por sí mismos y por la unidad.
Pero lo verdaderamente maravilloso –mágico,
pues- es que ni el espaciamiento de las raíces de esta función ni el de las del
polinomio de nuestro experimento parecen aleatorios, sino más bien son muy
parecidos entre ellos, en particular, ¡ambos muestran el mismo efecto de
repulsión! Tanto así que dieron origen a la Ley Montgomery-Odlyzko: “La
distribución de espacios entre las raíces no triviales de la función zeta de
Riemann es estadísticamente idéntica a la distribución de espacios entre las
raíces del polinomio característico de una matriz hermitiana.”. Ley en el
sentido físico del término, no en el matemático. Es decir, es un hecho
establecido empíricamente, no un principio matemático.
Cuando me topo con fenómenos de este
tipo, hasta me da por creer en Dios (ahora sí, con mayúscula, no como la semana
pasada).
En esta época de reclusión me dio por
leer por ¡tercera vez! el extraordinario libro Prime Obsession, de John Derbyshire (Joseph Henry Press, 2003), de
donde tomé todas las ideas anteriores. Como sabiamente concluye el autor esa
parte de su libro: “¿Qué diablos tiene que ver la distribución de números
primos con el comportamiento de partículas subatómicas?”.
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