domingo, 26 de agosto de 2018

Muerte por encargo

No fue fácil encontrar a un sicario. Después de mucho batallar en un mundo para mí ignoto y de contratarlo por medio de interpósita persona, lo tenía finalmente ante mí para ultimar los detalles del encargo.

 - Se trata -le dije-, de ejecutar a un hombre que me ha hecho la vida imposible desde hace bastantes años, provocándome malestares y depresiones sin fin.

- Para eso estamos, jefe –respondió el matón-, pero si me permite el atrevimiento, yo no hubiera permitido que durante tanto tiempo me hicieran la vida imposible, ¿por qué no se encargó usted personalmente del asunto desde antes o no lo intenta ahora que ha acumulado el suficiente rencor?

- No, te equivocas –le respondí casi de inmediato-, no hay rencor, y en cuanto a realizarlo yo por mi propia mano, no puedo, no tengo los cojones necesarios, vamos, soy un cobarde. Además, si fallara, este individuo sería capaz de cobrárselas todas juntas y hacer de mi vida sobre la Tierra un infierno aún mayor por el resto de mi existencia. Por ello, por la falta de rencor y por la peligrosidad del individuo, te pediría que tu trabajo fuera rápido y efectivo, sin mayor sufrimiento para él, no tiene caso. Lo que más quisiera yo en esta situación es evitar la venganza, con que lo elimines de la faz del mundo es suficiente.

- Me queda claro, patrón –estuvo de acuerdo el mercenario-, pero esta es una chamba muy delicada, por lo que el individuo tiene que ser identificado inequívocamente y sus patrones de movimiento y conducta perfectamente determinados, máxime si, como usted mismo dice, es de la más alta peligrosidad.

- No te preocupes –concluí aliviado-, esa es la parte más sencilla de todas, pues lo tienes frente a tus ojos: soy yo.

- ¡No mame, patrón –se sorprendió el esbirro, abriendo desmesuradamente los ojos y arqueando otro tanto las cejas-, cómo cree que me lo voy a cargar a usted!

- Porque eres un profesional –lo refuté con firmeza-, y porque te he pagado generosamente y por anticipado el trabajo.

- ¡Muy bien! –respondió con orgullo el maleante, animándose de nuevo y ya sin ninguna reticencia-. Únicamente habría que acordar el lugar y la fecha.


Y aquí me tienen, esperando el día y la hora, que sólo mi verdugo y yo conocemos con toda precisión.

(Este texto, manuscrito y signado, fue encontrado entre las ropas del hombre asesinado ayear a las afueras de la ciudad. No se tienen pistas del autor material del crimen; en cambio, se ufanan las autoridades, las del autor intelectual son contundentes e incontrovertibles, lástima que este ya no pueda declarar, pues murió instantáneamente.)

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