lunes, 27 de diciembre de 2010

El infinito al alcance

Cualquier estudiante de primaria sabe lo que es un número primo, es decir, aquel que sólo es divisible por sí mismo y por la unidad. Lo que no resulta ya tan sencillo es determinar cuántos de estos números existen dentro de los números naturales (1, 2, 3…, n). Vamos, todo mundo sabe que hay infinitos números pares (2n) y nones (2n + 1), ¿pero primos?

Es natural pensar que debiera existir también una infinidad de estos extraños entes, pero cómo concluirlo tan “serenamente” como con los pares y nones. Supongamos, por ejemplo, que existieran únicamente los números primos 2, 3, 5, 7, 11 y 13. Si multiplicamos éstos entre sí y le sumamos 1 al producto obtenemos 2 x 3 x 5 x 7 x 11 x 13 + 1 = 30,031.

A simple vista no se puede determinar si el número resultante de estas operaciones es primo o no, pero por el teorema fundamental de la aritmética éste debiera poder descomponerse en sus factores primos. Lo sorprendente es que ninguno de éstos puede ser alguno de los apuntados, pues la división por cualquiera de ellos deja un residuo de 1, esto es, 30,031/2 = 15,015 y residuo 1, similarmente, 30,031/3 = 10,010 y residuo 1. En fin, 30,031/ 13 = 2,310 y residuo 1. Esto no es posible ya que los factores primos debieran dividir exactamente a 30,031 sin dejar residuos.

Por medio de algoritmos matemáticos se puede determinar fácilmente que 30,031 es el producto de los números primos 59 y 509. Como se ve, fue posible descubrir un número primo mayor a todos los señalados al principio de este escrito suponiendo que sólo existía un número finito de ellos. Es decir, esto demuestra fehacientemente que la cantidad de números primos es infinita.

Lo más sorprendente de todo esto es que fue Euclides quien, haciendo uso de esta técnica, probó dicha infinitud ¡hace más de 2,200 años!

Esta es la forma en que los matemáticos hacen la abstracción del infinito y lo ponen al alcance de la mano de los mortales. Maravilloso, ¿no es cierto?

En defensa de Proceso

Soy ferviente lector del semanario Proceso desde su aparición en noviembre de 1976, después del criminal golpe a la libertad de expresión que Echeverría le asestó a Excélsior en julio de ese mismo año. Aún conservo su primer número. Durante estos casi 35 años he acudido a la revista en infinidad de ocasiones, no únicamente para hacer valer derechos que me estaban siendo conculcados, sino para denunciar arbitrariedades y poner en evidencia trastopijes de autoridades, instituciones y Gobierno, tan frecuentes unas y otros en este vilipendiado México.

Por lo anterior, me llena de rabia comprobar por enésima ocasión cómo manipula la información la corrupta e inmoral Televisa para propinar un artero golpe a quien debiera, más bien, ser protegida por el invaluable servicio que presta a la comunidad, ya sea informándola o defendiéndola de engendros embrutecedores como la propia televisora. Y todo, para conservar, en contubernio con gobiernos priístas y panistas, privilegios mal habidos a lo largo de décadas.

Del Gobierno federal y de los monopolios empresariales y económicos en México no puede uno esperar más que agresiones. De Proceso, sin embargo, yo podría dar cuenta por experiencia personal de cómo me ha defendido y ayudado en incontables ocasiones en el reclamo de mis derechos, como aquella vez, hace casi dos décadas, en que mi carta en este foro abarcaba casi dos páginas haciendo la denuncia del inhumano y voraz hospital del que mi madre salió prácticamente muerta, o como cuando he puesto en evidencia el pésimo servicio ofrecido por nuestro monopolio telefónico, o la forma en que me auxilió para que la pensión de que había sido despojado arbitrariamente me fuera restituida, o, en fin, como cuando hice la denuncia, no en esta sección sino dentro de un reportaje, de la inmoral Hildebrando, tan querida de los intereses de Calderón.

No puedo apuntar un solo caso, ni de la deleznable televisora ni del Gobierno federal, en que se me haya apoyado tan espontánea y generosamente como lo ha hecho esta querida revista a lo largo de los años.

A ustedes sí, muchas gracias, y no se dejen amedrentar que aquí estamos sus lectores para arremeter contra esos déspotas institucionalizados. Un abrazo solidario.

miércoles, 11 de agosto de 2010

La cruel realidad sobre las pensiones en México

Poseo información comprometedora para el IMSS: convenio al que llegué con el Seguro para que se me restituyera la pensión de la que injustamente se me había privado, ratificación de este convenio ante la junta especial número 28 de la JFCA para cerrar el expediente ahí abierto, anexo uno con el detalle del cálculo de mi pensión y anexo dos con el detalle de los 10 salarios mínimos (SM) que fueron tomados en cuenta durante 175 (1,222 días) de las 250 semanas (1,750 días) que se consideraron para dicho cálculo, con información del SAT sobre los SM vigentes en México de 1982 a 2009. Finalmente, información oficial del Instituto con el detalle de mis cotizaciones durante mi vida laboral: IBM de México (25 SM), HP (25 SM) y un negocio particular durante el último año y medio (5.66 SM).

Resulta curioso que la parte que mayormente contribuyó para el monto de mi pensión fueron los 5.66 SM que coticé durante la parte final de mi vida laboral, como se muestra en la tabla correspondiente. Esto, por la forma arbitraria y desventajosa para el pensionado en que se calcula la cesantía, es decir, en mi caso, salarios mínimos de los años 1991 a 1995 del orden de 13.30, 14.27, 15.27, 16.34 y 18.30 pesos diarios, no los casi 60 que rigen actualmente y que reflejarían de mejor manera, aunque aún injusta, el incremento en el costo de la vida. En fin, ¡salarios mínimos de aquella época y únicamente diez!

Vayamos al meollo del asunto. La SCJN dictaminó impecablemente, mediante la jurisprudencia 85/2010, lo que establece con toda claridad el artículo 33 de la ley del Seguro Social de 1973 (LSS 73): pensión de 10 SM aunque se haya cotizado a 25. Sólo que a partir de 1997, con la LSS 97, se elevó este límite a 15 SM, y de ahí, año con año, un SM adicional hasta llegar a los 25 vigentes desde 2007.

Pues bien, a pesar de que los primeros jubilados con el nuevo sistema de afores no se darán antes de 2025, es obligación del Seguro preguntarle al potencial pensionado qué régimen de jubilación escoge, el de la LSS 73 o el de la de 97. Obviamente todo mundo selecciona el de 73 por ser su monto considerablemente mayor al de 97.

¿Cómo es que el IMSS calcula la pensión sobre 25 SM a pesar de que la ley seleccionada claramente marca 10? ¡Misterio insondable! ¿Por qué el mismo IMSS, en mi caso, sí se aviene a este límite inferior muy a pesar de que solicité mi pensión el 29 de octubre de 2009, ya con la nueva normatividad vigente, y cuando la mayor parte de mi trayectoria laboral coticé al tope de 25 SM? ¿Será porque las cotizaciones correspondientes se dieron antes de 1997, como ellos alegan, a pesar de que no cuenten con ninguna ley escrita que claramente lo establezca? ¡Misterio dos veces insondable!

En todo caso, estamos ante una injusticia flagrante. ¿Por qué esa discrecionalidad al momento de aplicar la LSS 73? ¿Por qué a mí sí y a los que cotizaron después de 1997 no? La ley es la ley y a todos obliga por igual.

Quizá la estratagema, la coartada sea que cuando los afectados acudamos a los tribunales éstos se laven las manos afirmando “lo siento, existe una jurisprudencia que, aunque no obliga al Seguro, para mí es de observancia obligatoria”. Y hazle como quieras.

Mi pensión, que ya de por sí es miserable (4,284 pesos mensuales), después de cotizar al tope por más de 20 años en empresas de “clase mundial”, requiere de la ignominiosa e indigna demostración de “supervivencia” cada seis meses, y cuando mis dos hijos cumplan los 25 años se reducirá en casi 900 pesos, y a mi esposa le quedaría cualquier cosa en caso de que yo falleciera. Ah, pero si mis hijos dejan de estudiar antes de los 25, los 900 me los disminuyen en ese momento, así que más me vale presentar cartas certificadas cada agosto que demuestren fehacientemente que aún estudian de tiempo completo y dependen de mí.

Por último, para no hacerla más cansada, casi dos años de cotizaciones en el ISSSTE durante mi vida laboral no los pude reclamar al IMSS porque sus sistemas no están “homologados”.

¡Y a toda esta aberración le llaman pomposamente Seguridad Social!

La única intención que persigo con este escrito es desenmascarar a una institución totalmente en ruinas.

viernes, 21 de mayo de 2010

Patética distribución de la riqueza

Nada más para que se tenga una idea de cómo se manejan las cosas en México. En octubre pasado solicité mi pensión al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) por cesantía en edad avanzada, después de 30 años de trabajo en IBM, HP y empresas privadas. Me otorgaron 4,284 pesos mensuales. Aunque lo esperaba, me pareció excesivamente baja, por lo que solicité una revisión. En revancha, me despojaron de ella aduciendo que el último año y medio había laborado para un negocio familiar (algo penado por la ley del seguro social (LSS)), lo cual nunca oculté, pagando religiosamente cuotas al IMSS y al Infonavit (instituto para la vivienda de los trabajadores), e impuestos al SAT (fisco). Emprendí una batalla legal de casi seis meses en diversas instancias civiles y judiciales (Profedet, JFCA, CNDH, SFP, PGR, SCJN, INDP, TSJFA).

La Profedet, la JFCA y los representantes legales del IMSS se coludieron para corromperme, pero me negué. Finalmente, una alta funcionaria del IMSS se condolió de mí y mediante la dirección jurídica del Instituto me restituyó la pensión de 4,284 pesos. Cuando me explicaron cómo habían calculado ésta, no salía yo de mi asombro. Mis cuotas al Seguro siempre estuvieron topadas por el máximo de 24 salarios mínimos (o algo así) que marca la LSS, excepto en el último año y medio en que mi salario de cotización fue de 310 pesos diarios y no alcanzaba ese tope. Sin embargo, los 458 de HP los toparon a los 24 salarios mínimos de aquella época (1995) y no como en rigor debería haber sido a los de la actual, y se convirtieron así en 180; y los 409 de IBM (1975-1995) en 150, lo que da un salario de cotización promedio de 199.95 durante los 5 últimos años de mi vida laboral, y, en consecuencia, los ofensivos 4,284 pesos de pensión mensual.

Compárese esto con las percepciones brutas de 194,548.30 pesos mensuales, 7,781,932 pesos de seguro de vida, 258,864.40 pesos de gratificación de fin de año, 6,878 pesos de prima vacacional, 400 pesos de ayuda para despensa, 61,902 pesos de fondo de ahorro, automóvil, telefonía celular, gastos de alimentación y 20 días de vacaciones al año de los altos funcionarios del IMSS a los que aquí me refiero (datos de la página del propio Instituto en Internet), y queda configurado el flagrante delito de distribución inequitativa de la riqueza de una nación.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Cuento inédito de Franz Kafka

Lic. Felipe Calderón Hinojosa
Presidente Constitucional de los
Estados Unidos Mexicanos

Señor Presidente:

Justamente el miércoles 3 de febrero de 2010, el periodista Sergio Aguayo Quezada comenta en su columna del diario de circulación nacional Reforma el aberrante caso de la pensión de la que el IMSS me despojó por intermediación del corrupto subdelegado en León, Arturo Soto Carranza.

Y digo que precisamente el 3 de febrero porque, de cualquier manera, pensaba quejarme ese día por el trato indigno y humillante de que fui objeto en las oficinas centrales del IMSS en la ciudad de México el día anterior. Mi calvario empezó en la oficina de la Lic. Adriana Buenrostro, asistente administrativa de Lorenzo Martínez Garza, Director de Administración y Evaluación de Delegaciones, de donde me transfirió a la de Ricardo Díaz, su contraparte en Prestaciones Económicas y Pensiones, de donde éste a su vez me transfirió a la de Primo Ibarra, quien me informó que él nada podía hacer para que se arreglara mi problema.

Ante mi insistencia, Ibarra me transfirió a la Dirección de Incorporación y Recaudación con Diana Heredia, quien ni siquiera se dignó recibirme, sino que envió directo a su secretaria para que me llevara a otra oficina más, donde me dejó encargado con una ancianita que me informó que en un momentito la secretaria de “alguien” se desocuparía para atenderme. Salió la mentada secretaria de “alguien”, con cara de depresión post-puente, únicamente para inquirirme qué se me ofrecía. Perplejo, le expliqué cómo había llegado hasta ahí: señorita, hice un compromiso telefónico desde mi lugar de residencia (León, Gto.) con Adriana Buenrostro para viajar ex profeso a la ciudad de México y exponer, una vez más, mi angustia a las “altas autoridades” del Seguro, y mire usted cómo se han ido deshaciendo de mí. Permítame, respondió, y le pidió a alguien más que me atendiera.

Posteriormente, me pasaron a un despacho donde un señor mascullaba algo entre dientes, no me dirigió la palabra, tomó sus cosas y se fue. Poco después entró Gabriela Arceo, su subalterna, según supe, que finalmente me atendió, tomó el grueso expediente que le ofrecí, firmó de recibido y me informó que en diez días hábiles recibiría yo respuesta, el sentido de la cual no me podía adelantar, pues no estaba para creer a ciegas ni al subdelegado Soto Carranza ni a mí.

Sr. Presidente Calderón, la realidad supera a la fantasía: mis novelas son cuentos infantiles comparadas con lo que ocurre en México. Afortunadamente encontré esta historia verídica y me la apropié; vamos, la plagié y la publico ahora.

Una rápida consulta en Internet permitió que me enterara que entre las personas que me “atendieron” el martes, sin contar tamemes ni secretarias, es decir, entre Adriana Buenrostro, Primo Ibarra, Diana Heredia y Germán Enrique Jiménez tienen un ingreso mensual bruto conjunto de 330,948.74 pesos, pues el de Ricardo Díaz no lo encontré, como tampoco el de Gabriela Arceo, y a mí me despojaron de una pensión de aproximadamente 8 mil pesos mensuales, producto de 30 años de trabajo en la empresa privada, básicamente IBM de México y HP. ¡Indignante, ¿no es cierto?! Primo Ibarra, solito, disfruta de un ingreso de 133,824.34 pesos, más generosas prestaciones. En cambio, la única que se interesó en mi caso, pues me firmó de recibido, es seguramente la que menos percibe.

¿Hasta cuándo el Seguro asumirá realmente su responsabilidad social y dejará de transar con guarderías, pensiones y obscenos contratos de hemodiálisis, entre muchas otras aberraciones?

Atentamente,

Franz Kafka

lunes, 18 de enero de 2010

Dios, esa gran farsa

Existen dos argumentos incontrovertibles que demuestran fehacientemente la inexistencia de Dios:

1. El dolor.

2. Es más fácil imaginar a Dios como un ser infinitamente perverso que hace cosas buenas para engañar, que como uno infinitamente bondadoso que "permite" que ocurran cosas malas.

La verdad es que el destino es impredecible y elige aleatoriamente a sus víctimas entre buenos y malos, o premia a unos u otros de forma igualmente arbitraria. Mejor esto que el maldito que nos quieren vender a fuerza los fanáticos religiosos. El único fanatismo admisible es aquel que se ceba contra éstos.