A causa de mi suicido, doy cabida en este espacio a la justa indignación de mi viuda, Aurora Elena Zepeda Ángeles:
El 4 de mayo de 2009 presenté la declaración anual del ejercicio fiscal 2008 de mi negocio aprovechando la extensión del plazo que otorgó el Servicio de Administración Tributaria (SAT) debido a la emergencia sanitaria. Casi un mes después, el 1 de junio, recibí una primera notificación del referido organismo requiriendo información adicional, con el mismo pretexto que se había hecho un año antes, lo que ayuda al inicio de la cólera del contribuyente.
El 23 de junio de 2009 volví a meter mis papeles mediante el formato 32. Así transcurrieron otros dos largos meses hasta que el 26 de agosto, ya fuera de todo plazo legal para que el SAT pudiera reclamarme nada, recibí una segunda notificación con un segundo y por demás necio requerimiento, totalmente distinto del primero, solicitando información de lo más variada y absurda. Y todo esto por reclamar la ridícula devolución de 3,809 pesos, no los cientos de millones que el SAT devuelve sin chistar a grandes consorcios como Jumex y Alsea.
Esta segunda notificación, mañosamente, está fechada el 21 de julio de 2009, fecha todavía dentro del plazo legal que tiene el SAT para requerir información adicional. Aquí reside, simple y llanamente, la mala fe del Servicio: en prefechar sus requerimientos, muy a pesar de que están bien conscientes que la única fecha válida es aquélla en que el contribuyente es notificado oficialmente. En su portal de Internet todavía es hora en que no suben esta notificación, por lo que sería estúpido atribuir a la carga de trabajo la dilación en su entrega por parte de sus mensajeros.
Pero que no se le ocurra a uno evadir impuestos porque hasta a la cárcel se puede ir a parar con lujo de violencia. ¿Hasta cuándo, Honorable Congreso de la Unión, dispondremos de un ombudsman fiscal los sufridos contribuyentes que nos proteja de tan vulgares y arbitrarias agresiones?
Mientras tanto, propongo el cambio de nombre del SAT por el de Fiscalía de Administración Tributaria (FAT), en honor de quien a final de cuentas es jefe de Gutiérrez Ortiz Mena y zánganos que le acompañan.
jueves, 27 de agosto de 2009
lunes, 24 de agosto de 2009
El adiós de un suicida
El 14 de abril es una fecha cabalística en la historia de mi vida. El lunes 14 de abril de 1969 ingresé a la Facultad de Ciencias de la UNAM para estudiar la carrera de actuaría. Tres años y medio después cursaba el último semestre a la vez que me encontraba embarcado de lleno en la elaboración de mi tesis profesional, que nada tenía que ver con la tan “despreciada”, dentro de la misma Facultad, carrera de actuaría: Algunos algoritmos para calcular las raíces de un polinomio complejo. En fin, cuando solicité fecha de examen, me asignaron el martes 10 de abril de 1973, pero, días después, cuando se percataron que era martes santo, ellos me solicitaron a mí el cambio de fecha. Les sugerí el lunes 16 de abril, a lo que replicaron que no amargara mi fin de semana y que presentara mejor el examen el Sábado de Gloria, 14 de abril de 1973, que sí era día laborable. Ante tan sorprendente coincidencia y dada mi proclividad por las ciencias exactas, acepté de inmediato. En noviembre de ese año, el Conacyt me seleccionó como el mejor estudiante de la generación.
Treinta y cinco años después, mi vida ha dado un giro que, aunque predecible, yo mismo no imaginaba. Radico desde hace seis en una despreciable “ranchería” de la Provincia mexicana, después de más de 50 años de vivir en la excitante ciudad de México. Y reitero lo de predecible pues siempre he sido un individuo depresivo, con dos o tres épocas en la vida de verdadera crisis. Achaco esto a mi propia “química” y a la asquerosa religión que mis padres me inculcaron, sin ser ellos ejemplos de santidad a seguir, ajenos por entero al tremendo daño que me infligían.
En fin, la religión la arrojé, con todo y dios (así, con minúsculas, como se merece el invento más perfecto del hombre –Rius dixit), por la borda desde que ingresé a la Universidad Nacional, verdadera escuela de valores, de vida y de conocimiento para mí. ¡Qué diferencia con las escuelas de mochos que frecuenté en los tiernos años de mi infancia!
Mi “ranchería” de residencia, y muy especialmente sus “rancheros”, son sólo el pretexto de que me agarré para ir a consultar al sicoanalista, pues me la estaba pasando verdaderamente mal. El viejito que seleccioné, como siempre ocurre en estos casos, únicamente estaba interesado en no perder el cliente. Era él quien me relataba sus sueños, ya que se quedaba profundamente jetón en mi sesión semanal, no tanto por ser yo un tipo aburrido como él un anciano al borde del sepulcro. Ni él ni sus fármacos dieron resultado, además de ser éstos de prescripción y carísimos.
Decidí ir a ver mejor al siquiatra, quien me dio cita para el ¡14 de abril! de 2008. En un principio no me percaté de la fecha de “ingreso” a la parte final de mi existencia, pues sólo estos últimos meses, mediante el terrible sin sentido de la vida toda, me hicieron cobrar conciencia de ello. En octubre próximo estaría yo cumpliendo los 60 años de edad, y este doctor me recetó, para no variar, medicamentos carísimos: uno para curar el insomnio crónico que padezco desde crío y que lo único que hizo fue imbecilizarme todo el día, y otro propiamente para la locura, o depresión como le llaman algunos. Además, me prohibió alcohol y café, y si fumara, me hubiera prohibido también el tabaco. Sólo aguanté un mes. Me sentía como si el tipo me hubiese planteado la disyuntiva: ¿qué desea usted: ser libre o ser feliz? Ante lo cual no vacilo en responder: ¡ser libre!, aunque sea para elegir mi propia destrucción.
Haciendo, pues, uso de esta libertad y empleando este instrumento como medio de despedida de familiares, amigos, conocidos y ¿lectores?, les informo que he decidido privarme de la vida.
Alguien dirá que soy muy valiente, algún otro opinará que soy un cobarde. Ambos, me valen madre.
Treinta y cinco años después, mi vida ha dado un giro que, aunque predecible, yo mismo no imaginaba. Radico desde hace seis en una despreciable “ranchería” de la Provincia mexicana, después de más de 50 años de vivir en la excitante ciudad de México. Y reitero lo de predecible pues siempre he sido un individuo depresivo, con dos o tres épocas en la vida de verdadera crisis. Achaco esto a mi propia “química” y a la asquerosa religión que mis padres me inculcaron, sin ser ellos ejemplos de santidad a seguir, ajenos por entero al tremendo daño que me infligían.
En fin, la religión la arrojé, con todo y dios (así, con minúsculas, como se merece el invento más perfecto del hombre –Rius dixit), por la borda desde que ingresé a la Universidad Nacional, verdadera escuela de valores, de vida y de conocimiento para mí. ¡Qué diferencia con las escuelas de mochos que frecuenté en los tiernos años de mi infancia!
Mi “ranchería” de residencia, y muy especialmente sus “rancheros”, son sólo el pretexto de que me agarré para ir a consultar al sicoanalista, pues me la estaba pasando verdaderamente mal. El viejito que seleccioné, como siempre ocurre en estos casos, únicamente estaba interesado en no perder el cliente. Era él quien me relataba sus sueños, ya que se quedaba profundamente jetón en mi sesión semanal, no tanto por ser yo un tipo aburrido como él un anciano al borde del sepulcro. Ni él ni sus fármacos dieron resultado, además de ser éstos de prescripción y carísimos.
Decidí ir a ver mejor al siquiatra, quien me dio cita para el ¡14 de abril! de 2008. En un principio no me percaté de la fecha de “ingreso” a la parte final de mi existencia, pues sólo estos últimos meses, mediante el terrible sin sentido de la vida toda, me hicieron cobrar conciencia de ello. En octubre próximo estaría yo cumpliendo los 60 años de edad, y este doctor me recetó, para no variar, medicamentos carísimos: uno para curar el insomnio crónico que padezco desde crío y que lo único que hizo fue imbecilizarme todo el día, y otro propiamente para la locura, o depresión como le llaman algunos. Además, me prohibió alcohol y café, y si fumara, me hubiera prohibido también el tabaco. Sólo aguanté un mes. Me sentía como si el tipo me hubiese planteado la disyuntiva: ¿qué desea usted: ser libre o ser feliz? Ante lo cual no vacilo en responder: ¡ser libre!, aunque sea para elegir mi propia destrucción.
Haciendo, pues, uso de esta libertad y empleando este instrumento como medio de despedida de familiares, amigos, conocidos y ¿lectores?, les informo que he decidido privarme de la vida.
Alguien dirá que soy muy valiente, algún otro opinará que soy un cobarde. Ambos, me valen madre.
sábado, 15 de agosto de 2009
La Familia ¿mexicana?
Con cariño, para el “valiente” Presidente de México Felipe Calderón.
“Asistimos impotentes al dolor de tantas familias que ven a sus hijos acabar miserablemente como víctimas o mandantes de las organizaciones (criminales)... Hoy (estas organizaciones son) una forma de terrorismo que infunde temor, impone sus leyes y trata de convertirse en un componente endémico de la sociedad (...) Los (delincuentes) imponen, mediante la violencia, las armas y los puños, reglas inaceptables: extorsiones que han hecho que nuestras tierras se conviertan cada vez más en áreas objeto de subvenciones y ayudas, sin ninguna capacidad autónoma de desarrollo; comisiones del 20 por ciento y más sobre los trabajos de construcción, que desalentarían al más temerario de los empresarios; tráficos ilícitos para la adquisición y venta de sustancias estupefacientes cuyo uso deja montones de jóvenes marginados y peonadas a disposición de las organizaciones criminales, enfrentamientos entre distintas facciones que se abaten como devastadores azotes sobre las familias de nuestras tierras; ejemplos negativos para toda la franja adolescente de la población, auténticos laboratorios de violencia y del crimen organizado...
...
“La desconfianza y recelo del hombre... frente a las instituciones, debido a la secular insuficiencia de una política apropiada para resolver los profundos problemas que (lo) afligen..., especialmente los relativos al trabajo, a la vivienda, a la sanidad y a la enseñanza; la sospecha, no siempre infundada, de complicidad con (el crimen organizado) por parte de unos políticos que, a cambio del apoyo electoral, o incluso debido a objetivos comunes, les aseguran cobertura y favores; el sentimiento generalizado de inseguridad personal y de riesgo permanente, derivados de la insuficiente tutela jurídica de las personas y de los bienes, de la lentitud de la maquinaria judicial, de las ambigüedades de los instrumentos legislativos... lo que determina, a menudo, el recurso a la defensa organizada por clanes o a la aceptación de la protección (criminal); la falta de claridad en el mercado laboral, por la que encontrar una ocupación es más una operación de tipo (criminal)-clientelar que la consecución de un derecho basado en la ley del empleo; la carencia o la insuficiencia, incluso en la acción pastoral, de una verdadera educación social, casi como si se pudiera formar a un cristiano maduro sin formar al hombre y al ciudadano maduro.
...
“La (delincuencia) llama ‘familia’ a un clan organizado con fines delictivos, en el que es ley la fidelidad absoluta, se excluye cualquier expresión de autonomía, y se considera traición, y digna de muerte, no sólo la defección, sino también la conversión a la honradez; la (delincuencia) usa todos los medios para extender y consolidar ese tipo de ‘familia’, instrumentalizando incluso los sacramentos. Para el cristiano, formado en la escuela de la Palabra de Dios, por ‘familia’ se entiende únicamente un conjunto de personas unidas entre sí por una comunión de amor, donde el amor es servicio desinteresado y atento, donde el servicio exalta a quien lo ofrece y a quien lo recibe. La (delincuencia) pretende tener su propia religiosidad, logrando engañar a veces, además de a sus fieles, incluso a pastores de almas desprevenidos o ingenuos.
...
“No permitir que la función de ‘padrino’ en los sacramentos que lo requieren sea ejercida por personas cuya honradez no sea notoria tanto en su vida privada como pública, así como su madurez cristiana. No admitir a los sacramentos a cualquiera que trate de ejercer presiones indebidas al carecer de la necesaria iniciación sacramental.”
Esta es una descripción puntual de lo que ocurre hoy en México. Sin embargo, constituye una cita in extenso de partes fundamentales de un texto de Don Peppino Diana, sacerdote de la iglesia de San Nicola di Bari, de la comuna (municipio) de Casal di Principe, 25 kilómetros al noroeste de Nápoles, Italia, incluidos en Gomorra, de Roberto Saviano, editorial Debate (2007). Lo único que hice fue sustituir en el texto original Camorra por delincuencia. Don Peppino fue asesinado por esta organización el 19 de marzo de 1994, día de su cumpleaños número 36.
El libro todo de Saviano es una descripción fidedigna de buena parte de la sociedad mexicana. Yo siempre he pensado que los italianos y los mexicanos guardan una íntima relación, quizá hasta de sangre, desde un remoto pasado. Mi tesis es que el verdadero conquistador y colonizador de México-Tenochtitlan fue el italiano Cristóbal Colón y no el español Hernán Cortés.
“Asistimos impotentes al dolor de tantas familias que ven a sus hijos acabar miserablemente como víctimas o mandantes de las organizaciones (criminales)... Hoy (estas organizaciones son) una forma de terrorismo que infunde temor, impone sus leyes y trata de convertirse en un componente endémico de la sociedad (...) Los (delincuentes) imponen, mediante la violencia, las armas y los puños, reglas inaceptables: extorsiones que han hecho que nuestras tierras se conviertan cada vez más en áreas objeto de subvenciones y ayudas, sin ninguna capacidad autónoma de desarrollo; comisiones del 20 por ciento y más sobre los trabajos de construcción, que desalentarían al más temerario de los empresarios; tráficos ilícitos para la adquisición y venta de sustancias estupefacientes cuyo uso deja montones de jóvenes marginados y peonadas a disposición de las organizaciones criminales, enfrentamientos entre distintas facciones que se abaten como devastadores azotes sobre las familias de nuestras tierras; ejemplos negativos para toda la franja adolescente de la población, auténticos laboratorios de violencia y del crimen organizado...
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“La desconfianza y recelo del hombre... frente a las instituciones, debido a la secular insuficiencia de una política apropiada para resolver los profundos problemas que (lo) afligen..., especialmente los relativos al trabajo, a la vivienda, a la sanidad y a la enseñanza; la sospecha, no siempre infundada, de complicidad con (el crimen organizado) por parte de unos políticos que, a cambio del apoyo electoral, o incluso debido a objetivos comunes, les aseguran cobertura y favores; el sentimiento generalizado de inseguridad personal y de riesgo permanente, derivados de la insuficiente tutela jurídica de las personas y de los bienes, de la lentitud de la maquinaria judicial, de las ambigüedades de los instrumentos legislativos... lo que determina, a menudo, el recurso a la defensa organizada por clanes o a la aceptación de la protección (criminal); la falta de claridad en el mercado laboral, por la que encontrar una ocupación es más una operación de tipo (criminal)-clientelar que la consecución de un derecho basado en la ley del empleo; la carencia o la insuficiencia, incluso en la acción pastoral, de una verdadera educación social, casi como si se pudiera formar a un cristiano maduro sin formar al hombre y al ciudadano maduro.
...
“La (delincuencia) llama ‘familia’ a un clan organizado con fines delictivos, en el que es ley la fidelidad absoluta, se excluye cualquier expresión de autonomía, y se considera traición, y digna de muerte, no sólo la defección, sino también la conversión a la honradez; la (delincuencia) usa todos los medios para extender y consolidar ese tipo de ‘familia’, instrumentalizando incluso los sacramentos. Para el cristiano, formado en la escuela de la Palabra de Dios, por ‘familia’ se entiende únicamente un conjunto de personas unidas entre sí por una comunión de amor, donde el amor es servicio desinteresado y atento, donde el servicio exalta a quien lo ofrece y a quien lo recibe. La (delincuencia) pretende tener su propia religiosidad, logrando engañar a veces, además de a sus fieles, incluso a pastores de almas desprevenidos o ingenuos.
...
“No permitir que la función de ‘padrino’ en los sacramentos que lo requieren sea ejercida por personas cuya honradez no sea notoria tanto en su vida privada como pública, así como su madurez cristiana. No admitir a los sacramentos a cualquiera que trate de ejercer presiones indebidas al carecer de la necesaria iniciación sacramental.”
Esta es una descripción puntual de lo que ocurre hoy en México. Sin embargo, constituye una cita in extenso de partes fundamentales de un texto de Don Peppino Diana, sacerdote de la iglesia de San Nicola di Bari, de la comuna (municipio) de Casal di Principe, 25 kilómetros al noroeste de Nápoles, Italia, incluidos en Gomorra, de Roberto Saviano, editorial Debate (2007). Lo único que hice fue sustituir en el texto original Camorra por delincuencia. Don Peppino fue asesinado por esta organización el 19 de marzo de 1994, día de su cumpleaños número 36.
El libro todo de Saviano es una descripción fidedigna de buena parte de la sociedad mexicana. Yo siempre he pensado que los italianos y los mexicanos guardan una íntima relación, quizá hasta de sangre, desde un remoto pasado. Mi tesis es que el verdadero conquistador y colonizador de México-Tenochtitlan fue el italiano Cristóbal Colón y no el español Hernán Cortés.
martes, 11 de agosto de 2009
Sesquicentenario de la hipótesis de Riemann
En agosto de 1859, esto es, hace exactamente 150 años, el célebre matemático alemán Bernhard Riemann pronunció ante la Academia de Ciencias de Berlín un discurso de aceptación como miembro de dicha academia, discurso que en realidad era un serio trabajo de investigación científica en el campo de la teoría de números. Riemann proponía una fórmula para el cálculo de la cantidad de números primos (aquellos que son únicamente divisibles por sí mismos y por la unidad) menores a x. Este cálculo involucra a la famosa función zeta del mismo Riemann. Esta función es la sumatoria de los inversos de n elevados a la potencia s, n=1, 2,... y s un número complejo, que otro genial matemático de la antigüedad, Eratóstenes, intuyó que era igual al producto de los inversos de 1 – p a la potencia -s, p primo.
Pues bien, la fórmula de Riemann involucra a las raíces de la función zeta en el cálculo del número de primos inferiores a un número dado x, es decir, la fórmula involucra a los números que hacen cero (raíces) a la función zeta.
Esta era la gran aportación del trabajo de Riemann: una fórmula para calcular algo tan “impredecible” como la cantidad de números primos, cuya distribución, como cualquier niño con una formación matemática básica sabe, no sigue ningún patrón predeterminado. Precisamente por esta impredecibilidad los primos son la base de muchos sistemas criptográficos y de seguridad en el mundo de las finanzas, entre otros.
Posteriormente, a principios del siglo XX, el matemático belga De la Vallée Poussin y el francés Hadamard, cada quien por su lado, demostraron el teorema de los números primos, una refinación de la fórmula proporcionada por Riemann.
Lo verdaderamente importante es que en aquel remotísimo agosto de 1859, Riemann especuló que las raíces de la función zeta probablemente se encontraban todas en la recta ½ del plano complejo, pero como ello no era relevante para el resultado al que él quería llegar ese día, dejó la prueba para después.
El esfuerzo de las mentes matemáticas más brillantes de los últimos 150 años no ha sido suficiente para demostrar lo que desde entonces se conoce como la hipótesis de Riemann, la cual ha sido incluida como uno de los problemas matemáticos cuya solución se busca acuciantemente, pues el Instituto Clay de Matemáticas ofrece un millón de dólares a quien lo consiga. Se trata del mismo problema que intenta resolver infructuosamente John Forbes Nash, premio Nobel de Economía 1994, en la película Una mente brillante, estelarizada por Russell Crowe.
Pues bien, la fórmula de Riemann involucra a las raíces de la función zeta en el cálculo del número de primos inferiores a un número dado x, es decir, la fórmula involucra a los números que hacen cero (raíces) a la función zeta.
Esta era la gran aportación del trabajo de Riemann: una fórmula para calcular algo tan “impredecible” como la cantidad de números primos, cuya distribución, como cualquier niño con una formación matemática básica sabe, no sigue ningún patrón predeterminado. Precisamente por esta impredecibilidad los primos son la base de muchos sistemas criptográficos y de seguridad en el mundo de las finanzas, entre otros.
Posteriormente, a principios del siglo XX, el matemático belga De la Vallée Poussin y el francés Hadamard, cada quien por su lado, demostraron el teorema de los números primos, una refinación de la fórmula proporcionada por Riemann.
Lo verdaderamente importante es que en aquel remotísimo agosto de 1859, Riemann especuló que las raíces de la función zeta probablemente se encontraban todas en la recta ½ del plano complejo, pero como ello no era relevante para el resultado al que él quería llegar ese día, dejó la prueba para después.
El esfuerzo de las mentes matemáticas más brillantes de los últimos 150 años no ha sido suficiente para demostrar lo que desde entonces se conoce como la hipótesis de Riemann, la cual ha sido incluida como uno de los problemas matemáticos cuya solución se busca acuciantemente, pues el Instituto Clay de Matemáticas ofrece un millón de dólares a quien lo consiga. Se trata del mismo problema que intenta resolver infructuosamente John Forbes Nash, premio Nobel de Economía 1994, en la película Una mente brillante, estelarizada por Russell Crowe.
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