Cuando contemplo las escenas en viejas películas de las primeras olimpiadas de la era moderna, que incluían carreras de costales entre otras disciplinas igualmente chuscas y enternecedoras, no resta más que preguntarnos dónde quedó ese espíritu olímpico defendido a capa y espada por el romántico Pierre de Coubertin, tan fuertemente denostado por los actuales mercenarios del deporte mundial.
¿Qué tienen en común los soberbios y arrogantes basquetbolistas norteamericanos, con un “valor” de cientos de millones de dólares, o los “superdopados” ciclistas de nuestro tiempo con aquellos ancestrales atletas brincando alegremente dentro de sus sacos? Nada, absolutamente nada, ni siquiera la condición humana, en el más amplio sentido de la palabra.
Cuando supe de la compra que hicieron las televisoras nacionales de “estrellas” individuales del deporte mexicano, no pude sino caer en el lugar común de afirmar que cada quien tiene el patrocinio que se merece. Ya se verá que nuestros atletas no han hecho más que practicar extenuantemente su fracaso.
Regresaremos de nuestra excursión, muy contentos, con la medalla de plata de Paola Espinosa, superada ampliamente por una clavadista china, después de que los anfitriones hayan arrasado con todas las medallas, por encima incluso de Estados Unidos.
Todo esto, claro, el terrorismo mediante.
viernes, 8 de agosto de 2008
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