El viernes 8 de febrero a las 6:45 de la mañana, cuando la ciudad de León aún está a oscuras y el frío cala hasta los huesos, un hombre embozado me sorprendió a la entrada del Parque Metropolitano, en Balcones. Yo estaba dispuesto a darle todo el dinero que llevaba conmigo, pero el anónimo individuo me solicitó más.
Hice un esfuerzo y llenándome de valor le exigí una explicación. Él sólo hizo una mueca de indiferencia, levantó indolentemente los hombros y me espetó: “yo únicamente recibo órdenes”. Acto seguido, desenfundó amenazante el arma letal y me planteó la disyuntiva: “me da usted los 180 del abono mensual o no entra, tuvimos un incremento de precios a partir del 1 de febrero”. Pe... pe... pero –le dije yo con la rabia contenida del que se siente injustamente sorprendido- un incremento del veinte por ciento cuando la inflación durante 2007 fue del 3.76, me parece realmente un atraco.
Verdaderamente eso es lo que pienso de las “autoridades” del Parque Metropolitano, y de todos los prestadores de bienes y servicios, públicos y privados, cuando se trata de reflejar el impacto de los costos en sus consumidores: se despachan con la cuchara grande, pero que no se trate de satisfacer las demandas de sus empleados porque entonces sí se guían por el librito y les alegan: “mira, la inflación el año pasado fue de menos del cuatro por ciento; yo te estoy dando un aumento de 4.5, me deberías quedar eternamente agradecido”.
¿No podrían estos “patronos” dar un trato justo y recíproco a sus consumidores y no reflejarles más allá de un cinco por ciento en el incremento de sus precios? Ojalá el director del Parque Metropolitano pudiera darme una respuesta satisfactoria.
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