Me han solicitado repetidamente la traducción de la carta que no me publicó el New York Times y que incluí aquí hace algunos días por considerarla aún de actualidad, requerimiento que satisfago a continuación:
León, Gto., México, jueves 20 de julio de 2006
México, oportunidad perdida
México nunca será un país desarrollado. No es un problema de elecciones políticas, es un problema cultural; no es el problema de una jornada electoral, es un problema histórico.
Hace seis años, el 4 de julio de 2000, festejé en una carta al New York Times la elección de Vicente Fox Quesada, candidato del Partido Acción Nacional (PAN), como presidente de México, sólo para comprobar, al final, que ha incurrido en la misma corrupción que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) durante su régimen de 71 años: privilegios económicos y materiales para él y sus allegados, abuso de poder por parte de su esposa, graves escándalos de corrupción alrededor de los hijos de ésta, y durante los pasados varios meses, utilización de los programas sociales del gobierno en favor del candidato oficial del PAN, Felipe Calderón Hinojosa, a la Presidencia de la República, junto con cientos de horas en los medios promoviéndolo y denigrando a su principal adversario político, Andrés Manuel López Obrador, del Partido de la Revolución Democrática (PRD).
Por otro lado, lo que todo mundo esperaba de éste ha ocurrido: negación de la derrota. Y está bien, es su derecho y los mexicanos disponemos de la institución adecuada para manejar esta situación, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF). Sin embargo, ha optado, también, por el camino equivocado. Ha culpado a todo mundo, incluso a los miembros de su propio equipo, en vez de concentrarse en el mal uso que de los programas sociales y de la publicidad hizo el presidente Fox a favor de Calderón. Pudiera también exigir transparencia en los mecanismos de cómputo que se utilizaron para contabilizar los votos. Podría, finalmente, declinar en favor de Calderón, de manera similar a como lo hizo Al Gore en los comicios estadounidenses del 2000 para evitar a su nación daños políticos, económicos y sociales adicionales, local e internacionalmente, y aprovechar el claro “triunfo” que su partido obtuvo en el Senado y en la Cámara de Diputados, con casi un tercio de sus miembros en cada uno de los organismos del Congreso, junto con los casi 15 millones de votos en su haber, prácticamente los mismos que Calderón, y prepararse para dentro de seis años. Desgraciadamente, este es el escenario más improbable, por no decir imposible. El más probable es el de los disturbios y las manifestaciones violentas durante los próximos varios meses (¿años?). El Tribunal Electoral no tomará una decisión antes del 31 de agosto, después de cerradas deliberaciones, y anunciará el nombre del próximo Presidente de México hasta el 6 de septiembre. Para complicar aún más la situación, seis de los siete miembros de este Tribunal terminarán su gestión, después de diez años en el cargo, el 31 de octubre, y son candidatos naturales para ocupar la vacante que quedará disponible en la Suprema Corte de Justicia de la Nación en los siguientes meses.
Esta es la razón por la que México nunca será un país desarrollado. No basta con pertenecer al club más reputado y prestigioso de naciones ricas, la OCDE, encabezada desde junio, por cierto, por el exsecretario de Hacienda mexicano José Ángel Gurría. México invariablemente ocupa una de las últimas posiciones en cada encuesta que la OCDE realiza entre su exclusivo panel de 30 miembros. Esta membresía fue más bien el capricho del ex-Presidente Carlos Salinas de Gortari, líder y defensor internacional del mercado libre, que un merecido privilegio.
México no tiene remedio. México ha perdido su última oportunidad.
jueves, 13 de diciembre de 2007
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