Anoche nos aventamos Elena y yo de una
sola sentada la miniserie en cuatro episodios sobre la vida y obra (en el
sentido escatológico de la palabra) del despreciable legionario de Cristo
Marcial Maciel. Como bien apunta en el video el periodista que dio a conocer
internacionalmente el hecho, Marcial era un tipo definitivamente enfermo, pero ¿dónde
termina la enfermedad y empieza la perversidad?
Cuando la madre de Maciel mencionó que
ya era tiempo de que el muchacho se fuera a estudiar, su padre se opuso y dijo
que era hora de que se hiciera hombre, y fue así como Marcial emprendió el
camino junto con un compañero y se fueron a convivir con arrieros que
terminaron violándolos. Esto de ninguna manera justifica todo el mal que este
demonio hizo a lo largo de su existencia.
El abuso de sesenta menores y otros
treinta probables durante su trayectoria eclesiástica, así como la explotación
de mujeres ricas para consolidar su obra religiosa, lo pintan de cuerpo entero,
además de que supo relacionarse a los niveles más altos de la sociedad para
lograr sus muy deleznables propósitos personales. El dinero hacia El Vaticano
siempre fluyó a raudales desde las arcas que los legionarios tenían en México,
España, Francia e Italia, lo cual explica la cómplice y ciega protección que
ese otro ser en entredicho, Juan Pablo II, prodigó al pederasta durante todo su
pontificado, ejemplificada por las ¡cinco visitas! que el pontífice realizó a
México. La connivencia fue total, y la Santa Madre Iglesia, Católica,
Apostólica y Romana, todavía se tomó el libertinaje de canonizar a este papa
que no quiso darse cuenta de nada, y al que más le hubiera convenido ir a parar
al basurero de la historia, del que lo salvó su denodada lucha contra el
comunismo.
Los legionarios incluso defenestraron a
Maciel de la congregación, pero una hábil maniobra con el cambio de papado de
Juan Pablo II a Benedicto XVI lo hizo regresar nuevamente a la cabeza de la
misma, para que el criminal siguiera haciendo de las suyas. Sin embargo,
Ratzinger nunca lo quiso y lo obligó a que se recluyera para llevar una vida de
oración y penitencia. ¡Qué va! Maciel siguió haciendo de las suyas y llevando
una vida dispendiosa en restaurantes de lujo, viajes en primera clase,
vacaciones en lugares paradisiacos, fiestas y demás. Una renta mensual de
veinte mil dólares le daba para eso y mucho más.
Queda en la serie televisiva el
testimonio de sus propios hijos sobre cómo hasta de ellos abusó sexualmente el
degenerado. Dicha serie -extraordinaria- me ayudó a poner en orden la serie de
retazos que yo recordaba de la historia y me reveló muchos otros que yo
desconocía, como la ocasión en que se le sometió a un exorcismo, pues no era
creíble que un ser humano fuera capaz por sí solo de tamañas monstruosidades. O
cómo, al final de su vida, resultado de un cáncer de páncreas, evidenciado por
un inocente helado de crema después de una comilona, se negó a recibir los sacramentos
de confesión y comunión, y la absolución correspondiente al primero. Vamos, no
soltó prenda.

Pero en todas partes se cuecen habas
para ejercer las artes marciales, como personalmente bien me consta, pues
recuerdo cómo, siendo alumno de primaria en un colegio católico de la Ciudad de
México, un día llegó un sacerdote a confesar, y cuando llegó mi turno en el
solitario salón especialmente acondicionado para ello, y mientras yo recitaba
mis “pecados”, hincado frente a él sentado en una silla, tomó mi cabeza con sus
dos manazas y, mientras yo maquinalmente peroraba “Me porto mal con mi mamá, me
peleo con mis hermanos, digo groserías, soy mentiroso, y tengo intención de los
pecados que no recuerdo”, la acercó a la suya hasta que nuestras frentes y
narices quedaron estrechamente pegadas. Ante mi obvia inquietud, el pelado,
digo, perdón, el prelado se desistió y me dio la absolución. Salí corriendo de
ahí despavorido.
O como en la prepa, de la misma
congregación del colegio arriba mencionado, durante un examen de opción
múltiple de no recuerdo qué, el hermano Mainou, que nos vigilaba, se aproximó a
mí por detrás y fingiendo ayudarme con una de las preguntas, me señalaba con su
dedo la opción mientras se hacía sentir en mi hombro con su pene bien enhiesto.
La evidente repugnancia que le manifesté, le hizo irse a buscar otros “nidos”,
pero no creo que le hayan quedado ganas de intentarlo con nadie más.
Pobreza, obediencia y
castidad son los tres votos que hacen los religiosos para profesar. Maciel se
inventó un cuarto: no hablar mal de la orden ni de lo que ocurriera puertas
adentro, voto que quedó abolido con la decadencia de este moderno Satanás. Las
imágenes finales de la película con los restos mortales del pederasta son un
símil de la putrefacción moral del individuo, y de la que apenas nos da una
idea la foto aquí incluida.