miércoles, 29 de octubre de 2025

Mi blog, un desastre

Creé mi blog https://blograulgutierrezym.blogspot.com/ hace bastantes años para que sirviera de repositorio o almacén de todos estos escritos con los que intento distraer su atención, más que ilustrarlos -¡líbreme Dios!- en los diversos tópicos o asuntos que abordo en ellos.

Por lo mismo, no se me había ocurrido, sino hasta hace poco, echarle un vistazo a las estadísticas que la plataforma me ofrece sin yo pedírselas. Fue así como me enteré que tengo cero seguidores, ni encontré en el sitio un lugar para que la gente se apunte para tal efecto; mi blog consta de 515 entradas, ya considerada ésta, y la inverosímil cantidad de únicamente 51 comentarios a lo largo de ¡más de tres lustros!

Eso sí, 95,176 incautos han ingresado de una u otra forma a mi parcela, lo que de cualquier forma da un promedio diario notable a través de los siglos.

Pero lo que definitivamente no tiene igual son los ingresos monetarios que he acumulado a lo largo de todo este tiempo: ¡116 pesos con 22 centavos!, que ignoro completamente de dónde puedan provenir, pues yo jamás los busqué. Pero aparentemente el potencial está ahí, y yo en Babia total.

En fin, como mi objetivo no es el lucro, seguiré conservando este espacio para la posteridad, quién quita y en una de ésas agarro distraído al comité Nobel, como le ocurrió a Bob Dylan, y doy la gran sorpresa como el primer bloguero galardonado con tan insigne presea.

Mientras tanto, voy a ir pensando qué hago con esos seis dólares acumulados hasta la fecha, quizá me alcancen tanto como a Bartola, la de Chava Flores.

¡Hagamos “changuitos” por todos estos nobles deseos!

sábado, 11 de octubre de 2025

Soy un analfabeto

Ahora que tuve que renovar mi credencial de elector, comúnmente conocida como INE, recordé un episodio por mí vivido hace ya más de una década en la unidad de medicina familiar de mi tormento el IMSS. Y es que por  más oportunidades que me daba la amable empleada del INE para que yo quedara satisfecho con la firma que tenía que trazar con un lápiz electrónico sobre la pantalla luminosa a mi disposición, nomás no me salía. Total, después de cinco intentos en que ella borraba pacientemente con un paño lo por mí garabateado para volver a intentarlo, le dije ya, esta última, se queda.

Mi memoria se remontó varios años atrás, cuando todavía era necesario para los jubilados dar prueba de supervivencia presencialmente en el malhadado Seguro. Y ahí me tienen, haciendo inhumana cola detrás de otros viejitos -muchos de ellos discapacitados- para estampar mi firma en el correspondiente oficio, dando fe de que seguía existiendo. Ya desde entonces estaba yo peleado con mi firma, pero como en el IMSS sí era necesario que ésta coincidiera con la de mi identificación personal, no como en el INE que allá tú lo que garabatees, la burócrata en turno se desesperó a la segunda, y musitando un “¡Ay, señor!”, me hizo entintar el pulgar de mi mano derecha en un cojincillo para que plasmara mi dedo gordo en la consabida constancia de supervivencia por partida doble, una para el original que ahí se quedaba y otra para la copia que yo me llevaría, no sin antes sellar ambos documentos con una leyenda que, por las prisas, ya ni leí.

Pero cuál no va siendo mi sorpresa al llegar a la casa -su casa, como dirían los pueblerinos- y disponerme a archivar la copia del documento que me entregaron y leer el texto que la mujer había asentado con su sello: “El derechohabiente plasma su huella digital por no saber leer ni escribir”.

No supe si desternillarme de la risa o indignarme ante la proverbial falta de humanismo del IMSS, ambas posibilidades igualmente merecidas a cabalidad por la institución.

Y no digo más.

viernes, 10 de octubre de 2025

Se me escapó el Nobel otra vez

Emprendí la lectura por ¡cuarta ocasión! de Los Buddenbrook, la sublime novela de Thomas Mann (Edhasa, 2008), descomunal obra de ¡884 páginas! que se van como agua. Más que intentar una reseña, refiero al lector a lo que aquí escribí hace más de once años y que me llena de un profundo orgullo ahora que lo recordé con esta relectura de Mann (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2014/07/schopenhauer-filosofo-maldito.html).

También trajo a mi mente otro escrito más reciente, de hace casi cuatro años, e igualmente publicado aquí sobre uno de mis tormentos más recurrente de los últimos veintidós años (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2021/12/en-oportunidades-previas-hable-sobre.html).

Que mi pereza para escribir algo más sustancioso esta vez los induzca a hurgar en estas dos viejas “joyas”.

miércoles, 1 de octubre de 2025

¡Auxilio, socorro!

Hace 22 años, en julio de 2003, salimos huyendo de la Ciudad de México para instalarnos en León. Previo a ello, adquirimos el negocio que un franquiciante manejaba por sí mismo en el centro comercial más exclusivo del Bajío: Plaza Mayor. Hasta de Querétaro nos visitaban con el único afán de comprar en el Liverpool ahí afincado. Tan sólo quince meses después, en noviembre de 2004, tuvimos que salir huyendo nuevamente, pero esta vez de dicho centro comercial: los ingresos no alcanzaban más que para pagar la obscena renta del local que ocupábamos.

Años después, en marzo de 2008, nos instalamos en un nuevo sitio que estaba abriendo sus puertas, Plaza Galerías Las Torres, ya con una franquicia adquirida por nosotros al mismo franquiciante de la vez anterior. Si en ese entonces me hubieran dicho que pasados 17 años seguiríamos ahí, habría calificado de loco a quien tal afirmara. Cómo crees que un negocio micro vaya a sobrevivir esa eternidad, lo hubiera refutado, pues de esa manera ya tendría asegurada mi vejez, cuando un altísimo porcentaje de mipymes cierran en sus primeros dos o tres años de existencia.

¡Qué ingenuo! Diecisiete años después ahí seguimos, pero si bien hasta hace poco nuestros ingresos superaban a nuestros gastos, cada vez resulta más difícil tal empresa, sobre todo cuando nuestras ventas se han mantenido constantes a lo largo de los años, no así los egresos, que en forma de renta, salarios, servicios, impuestos, pago a proveedores y contabilidad, van mermando con sus desaforados aumentos nuestras utilidades, hasta el punto de convertirlas en pérdidas en algunos de los meses más recientes.

Todo lo anterior, a pesar del coraje, empeño, dedicación e inteligencia (incluso hasta artificial) que Elena ha puesto a través de ya más de tres lustros en el mantenimiento de su primorosa y querida tienda. ¡A un nivel de excelencia, definitivamente! Y yo, que mucho ayudo porque no estorbo.

¿Alguna sugerencia, queridos amigos?

jueves, 11 de septiembre de 2025

Artes marciales

Anoche nos aventamos Elena y yo de una sola sentada la miniserie en cuatro episodios sobre la vida y obra (en el sentido escatológico de la palabra) del despreciable legionario de Cristo Marcial Maciel. Como bien apunta en el video el periodista que dio a conocer internacionalmente el hecho, Marcial era un tipo definitivamente enfermo, pero ¿dónde termina la enfermedad y empieza la perversidad?

Cuando la madre de Maciel mencionó que ya era tiempo de que el muchacho se fuera a estudiar, su padre se opuso y dijo que era hora de que se hiciera hombre, y fue así como Marcial emprendió el camino junto con un compañero y se fueron a convivir con arrieros que terminaron violándolos. Esto de ninguna manera justifica todo el mal que este demonio hizo a lo largo de su existencia.

El abuso de sesenta menores y otros treinta probables durante su trayectoria eclesiástica, así como la explotación de mujeres ricas para consolidar su obra religiosa, lo pintan de cuerpo entero, además de que supo relacionarse a los niveles más altos de la sociedad para lograr sus muy deleznables propósitos personales. El dinero hacia El Vaticano siempre fluyó a raudales desde las arcas que los legionarios tenían en México, España, Francia e Italia, lo cual explica la cómplice y ciega protección que ese otro ser en entredicho, Juan Pablo II, prodigó al pederasta durante todo su pontificado, ejemplificada por las ¡cinco visitas! que el pontífice realizó a México. La connivencia fue total, y la Santa Madre Iglesia, Católica, Apostólica y Romana, todavía se tomó el libertinaje de canonizar a este papa que no quiso darse cuenta de nada, y al que más le hubiera convenido ir a parar al basurero de la historia, del que lo salvó su denodada lucha contra el comunismo.

Los legionarios incluso defenestraron a Maciel de la congregación, pero una hábil maniobra con el cambio de papado de Juan Pablo II a Benedicto XVI lo hizo regresar nuevamente a la cabeza de la misma, para que el criminal siguiera haciendo de las suyas. Sin embargo, Ratzinger nunca lo quiso y lo obligó a que se recluyera para llevar una vida de oración y penitencia. ¡Qué va! Maciel siguió haciendo de las suyas y llevando una vida dispendiosa en restaurantes de lujo, viajes en primera clase, vacaciones en lugares paradisiacos, fiestas y demás. Una renta mensual de veinte mil dólares le daba para eso y mucho más.

Queda en la serie televisiva el testimonio de sus propios hijos sobre cómo hasta de ellos abusó sexualmente el degenerado. Dicha serie -extraordinaria- me ayudó a poner en orden la serie de retazos que yo recordaba de la historia y me reveló muchos otros que yo desconocía, como la ocasión en que se le sometió a un exorcismo, pues no era creíble que un ser humano fuera capaz por sí solo de tamañas monstruosidades. O cómo, al final de su vida, resultado de un cáncer de páncreas, evidenciado por un inocente helado de crema después de una comilona, se negó a recibir los sacramentos de confesión y comunión, y la absolución correspondiente al primero. Vamos, no soltó prenda.

Pero en todas partes se cuecen habas para ejercer las artes marciales, como personalmente bien me consta, pues recuerdo cómo, siendo alumno de primaria en un colegio católico de la Ciudad de México, un día llegó un sacerdote a confesar, y cuando llegó mi turno en el solitario salón especialmente acondicionado para ello, y mientras yo recitaba mis “pecados”, hincado frente a él sentado en una silla, tomó mi cabeza con sus dos manazas y, mientras yo maquinalmente peroraba “Me porto mal con mi mamá, me peleo con mis hermanos, digo groserías, soy mentiroso, y tengo intención de los pecados que no recuerdo”, la acercó a la suya hasta que nuestras frentes y narices quedaron estrechamente pegadas. Ante mi obvia inquietud, el pelado, digo, perdón, el prelado se desistió y me dio la absolución. Salí corriendo de ahí despavorido.

O como en la prepa, de la misma congregación del colegio arriba mencionado, durante un examen de opción múltiple de no recuerdo qué, el hermano Mainou, que nos vigilaba, se aproximó a mí por detrás y fingiendo ayudarme con una de las preguntas, me señalaba con su dedo la opción mientras se hacía sentir en mi hombro con su pene bien enhiesto. La evidente repugnancia que le manifesté, le hizo irse a buscar otros “nidos”, pero no creo que le hayan quedado ganas de intentarlo con nadie más.

Pobreza, obediencia y castidad son los tres votos que hacen los religiosos para profesar. Maciel se inventó un cuarto: no hablar mal de la orden ni de lo que ocurriera puertas adentro, voto que quedó abolido con la decadencia de este moderno Satanás. Las imágenes finales de la película con los restos mortales del pederasta son un símil de la putrefacción moral del individuo, y de la que apenas nos da una idea la foto aquí incluida. 

domingo, 31 de agosto de 2025

¡Adiós, querido amigo!

Para mi amigo Arnoldo Kraus, in memoriam

El viernes 25 de julio de 2025, Arnoldo me escribió, tomando como pretexto el artículo que le había enviado: “Muy bonito y humano tu texto. Te felicito abrazos. No estoy bien, tengo cáncer de colon”. De inmediato le respondí: “Me dejaste shockeado, mi querido Arnoldo. Poco se puede decir en estos casos, excepto que me duele en el alma que le pase esto a un buen amigo. Un cariñoso y solidario abrazo.”

Una semana después, el viernes 1 de agosto, al no tener noticias suyas, quise saber de él mediante un mensaje en el que hacía referencia a mi radioterapia y que finalizaba así: “Sinceramente espero y deseo que para ti exista también una terapia igualmente efectiva, que aunque no deja de ser una chinga, te mantenga con nosotros muchos años todavía. Tu amigo que te estima, Raúl.”, que él no respondió sino hasta otra semana después, el viernes 8 de agosto: “Querido amigo: Me da gusto que todo vaya favorable para ti, me emociona leerte. Yo ahí voy, ahí la llevo, día a día. Me dio mucho gusto recibir tu correo y leer tus lindas palabras. Te mando un fuerte abrazo. Arnoldo”.

Por ello me conmocioné hasta la lágrima hoy domingo en la mañana al leer en El Universal, periódico en el que Arnoldo colaboró durante muchos años, que ayer sábado 30 de agosto había fallecido.

Recuerdo que hace dos años, cuando mi ánimo andaba más bajo que nunca -que ya es decir- a causa del cáncer que me detectaron, lo contacté y quedó de llamarme por teléfono al día siguiente, pues iba a estar en la presentación de uno de sus obras, Adiós, Glinka, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, sobre la muerte de una mascota y el correspondiente duelo que esto representa para toda una familia, pues Arnoldo, defensor acérrimo de la eutanasia, fue siempre un apasionado de estos temas, además de brillar con intensidad en la academia, la medicina y la escritura. Erudito en el difícil y delicado "arte" de la bioética.

Cuando me llamó, platicamos largo y tendido sobre mis indecorosos deseos, y al final me conminó a atenderme en la medicina privada, si lo que me aterraba era caer en las manos del Seguro Social, que en esos días salía de una severa crisis por la descompostura de sus máquinas de radioterapia y su atención era caótica.

En cuanto a las otras posibilidades, me dijo que antes que nada habría que pensar en la familia, para la que una determinación de esta índole podría resultar devastadora, además de que no conocía a nadie en León que me pudiera orientar a este respecto, pero que esta era una decisión crítica que debería ser consensuada por el círculo más íntimo.

Adiós, mi querido Arnoldo, ¡te vamos a extrañar! 

jueves, 28 de agosto de 2025

Registro civil: ¿qué coños registran?

El viernes 2 de abril de 1982 contraje nupcias por primera vez. Para ello, acudimos mi futura y yo a la delegación Azcapotzalco de la hoy Ciudad de México para que una jueza de paz nos diera su “bendición”. El matrimonio nos urgía, pues andábamos tramitando un préstamo hipotecario con Bancomer para nuestro nidito de amor y necesitábamos demostrar ingresos suficientes para afrontarlo. Después de la “ceremonia”, nos regresamos a nuestras respectivas ocupaciones en IBM y de ahí cada quien para su casa, ella a la de su tía y yo a la de mis padres. Por supuesto, no hubo ceremonia religiosa ni ágape por tan solemne acontecimiento, pero un mes después la susodicha andaba urgiéndome para que nos fuéramos a vivir juntos. Fue así como rentamos un departamento de mala muerte en la Unidad Habitacional Cuitláhuac en la misma demarcación, mientras construían nuestra casita en Echegaray, adonde nos mudamos en enero del año siguiente, prácticamente a una construcción en obra negra.

Como verán, no fue la mejor manera de comenzar, pero ahí la llevábamos. Sin embargo, como dicen, lo que mal empieza, mal termina. Yo estaba más interesado que ella en que tomara religiosamente todos los días su píldora anticonceptiva, vamos, como si estuviera prescrita para mí, lo que a la larga resultó en obvio beneficio de ambos al no haber engendrado en cuatro años chilpayate alguno. Transcurridos esos cuatro años, la situación se había vuelto insostenible y un buen día, bronca de por medio, decidimos divorciarnos. Cada uno se esforzó de veras por hacer el rompimiento irreversible, no así la jueza -otra más- del registro civil, que cuando nos tocó el turno en la larga fila de ciudadanos que acudían a diversos trámites, y viendo que nosotros no íbamos en los mejores términos, nos convocó con mala leche: “Que pasen los novios”, a lo que yo, con evidente enfado, riposté: “Divorcio, mi estimada, di-vor-cio”, y dio inicio la “ceremonia”, que no consistió más que en las respectivas firmas y la entrega de un documento para que volviéramos semanas después a recoger nuestra acta de divorcio. Así de fácil.

Años después, al poner en orden mi archivo personal, me fui de espaldas al revisar el acta de ese primer “matrimonio”: asentaron en la misma el nombre del novio como Raúl Gutiérrez Montero, no Raúl Gutiérrez y Montero, o sea que yo nunca estuve casado en primeras nupcias y por lo mismo no era necesario que me divorciara de nadie, y a la otra la casaron con quién sabe quién y a ver cómo le hacía ahora para divorciarse, pues lo más sorprendente es que en el acta de divorcio asentaron mi nombre correctamente y me divorciaron sin haber estado jamás casado, y a la otra la divorciaron de alguien con quien jamás casó. ¡Qué desmadre, ¿verdad?!

Con Elena tuve mayor cuidado y me aseguré de que todo quedara perfectamente bien asentado el viernes 22 de septiembre de 1989, pero ahora sí con banquete, bailongo y demás, aunque, eso sí, sin ceremonia religiosa, la que, le digo a la mencionada Elena, estoy reservando para las nupcias definitivas, ¿ustedes creen, cuando estamos a punto de cumplir 36 años el mes que entra y yo a una edad crepuscular?

Además, sin ceremonia religiosa ni parafernalia que le acompañara, Elena ha sido la mayor bendición con la que el cielo me ha favorecido. ¡Amén!