jueves, 14 de noviembre de 2024

Qué fácil lectura

Voy a parafrasear el título de un ensayo de Jesús Silva-Herzog para justipreciar en lo que vale la primorosa obra del Nobel de Literatura 2017 Kazuo Ishiguro Los restos del día: la sencillez de lo perfecto. Silva-Herzog habla en su libro de la idiotez de lo perfecto, algo de lo que en absoluto carece el de Ishiguro. A pesar de que el narrador en primera persona del relato abunda en las nimiedades de su ocupación de mayordomo en una casa de la alta alcurnia inglesa, la deliciosa narrativa captura el interés del lector desde un principio y de ahí en adelante nunca se pierde, y uno no para sino hasta que se llega el final de la novela.

Quedé tan emocionado con la magistral sencillez de la prosa y la temática de Ishiguro que se me ocurrió temerariamente que podría yo hacer otro tanto con alguna historia de mi vida o de la de alguien más. ¡Tal es el poder de las sublimes letras!

Stevens, el mayordomo, está profundamente orgulloso de su  profesión, especialmente cuando le tocó atender a su señor lord Darlington, muerto hará unos dos o tres años para cuando transcurre la acción de la novela, 1956. Incluso cuando es informado por el ahijado de Darlington, en un momento del recuerdo de Stevens, que está ocurriendo un conciliábulo en la mansión entre el ministro de exteriores de Inglaterra, el embajador alemán en Londres y el propio Darlington para intentar tener un acercamiento con Hitler, con quien simpatizan, y que pudiera implicar hasta al rey de Inglaterra, el narrador se mantiene impertérrito, y al final se muestra muy ufano y feliz de haber adquirido la perfección en el servicio al haber conservado la mayor discreción.

En otro pasaje del recuerdo, su señor y sus amigos someten a Stevens a un duro interrogatorio sobre problemas económicos, políticos y sociales, más que por burla -aunque no paran de reír- para demostrar que el Sufragio Universal es una baladronada, pues no se puede pedir a personas sin preparación que elijan a sus gobernantes cuando no demuestran ser aptas para ello, como lo demostró el mayordomo, que a todo lo que se le preguntaba respondía que lo ignoraba.

¡Maravillosa novela!

También leí Bel-Ami, de Guy de Maupassant, historia de un truhán enamoradizo e incorregible, que casa con la esposa del amigo muerto, a la que despoja de la mitad de una herencia, pero a la vez lleva una relación con una amante, casada a su vez, sin dejar de enamorar a la esposa de su jefe en el periódico donde trabaja, y que se vuelve loca por él. Finalmente, Bel-Ami agarra en falta a su mujer para poder divorciarse de ella, y casar con la hija de su jefe, quien se ha vuelto billonario especulando con bonos gubernamentales. Sí, sí, con la también hija de su loca amante. Una novela con final muy feliz para este bribón.

Por esta vez, me quedo con Ishiguro sobre Maupassant.

martes, 5 de noviembre de 2024

Providencial remanso

El fin de semana de Muertos, Adri, íntima amiga de Elena, la invitó para que fuéramos a pasar esos días en su casa en la Ciudad de México. Llegado que hubimos a su domicilio, donde radica con su esposo Rafael, y después de agasajarnos con un suculento refrigerio de cochinita pibil, nos enfilamos a Garibaldi, distante de ahí unas quince estaciones del metro, para lo que no constituyó ningún óbice el largo traslado de más de cinco horas y media que tuvimos que realizar desde León a la Central de Autobuses del Norte. Ya en Garibaldi, nos encontramos con otra amiga de Elena, Lila, y su esposo, también de nombre Rafael. Y de ahí, directito al tradicional Tenampa, donde dimos cabal cuenta de una botella de tequila en una bacanal amenizada por un mariachi contratado por Adri.

De regreso a casa, cerca de la medianoche, encontramos las estaciones del metro ya cerradas y no nos quedó de otra más que abordar el Metrobús, que me dio la impresión de hacer parada cada diez metros. Así y todo, finalizamos el trayecto y nos tocó en suerte encontrar un taxi que accedió, como pudo, a llevarnos a los seis -sentados unos sobre otros- a nuestro destino final.

Temprano al día siguiente, después de desayunar suculentos huevos con chorizo, frijoles refritos, tamales verdes y deliciosos bizcochos de La Esperanza acompañados de un aromático café de olla, nos enfilamos hacia mi alma máter, Ciudad Universitaria, donde recorrimos todo el circuito escolar, esta vez en la camioneta de nuestros anfitriones. Fue la ruta de la nostalgia, pues a lo lejos divisé la Facultad de Ciencias, donde estudié, y el IIMAS, Instituto de Investigaciones en Matemáticas Aplicadas y en Sistemas, donde disfruté de una beca de un año para desarrollar mi tesis de licenciatura hace más de medio siglo. Y terminamos en el Estadio Olímpico México 1968, que no ha perdido ni un ápice de su sempiterna galanura.

Y del estadio nos enfilamos derechito ¡a Xochimilco, en pleno Día de Muertos! Aquello fue un maremágnum. Afortunadamente, Rafael ya había contratado nuestra chalupa o trajinera, y nuestro deambular por el lago constituyó una auténtica delicia, aderezada con otra botella de tequila y una enriquecedora conversación.

De regreso en casa, y después de un frustrado intento de ir a escuchar música ochentera al Aramis, terminamos en el bar hogareño dando cuenta de dos botellas de vino y una maravillosa plática que se extendió hasta casi las tres de la madrugada, y que nos hizo conscientes de que la amistad es de las pocas cosas en esta vida que verdaderamente valen la pena.

Muy de mañana el día 3, nos desayunamos unos esplendorosos tacos y flautas de barbacoa en el mercado popular que se instala justo a las afueras de la casa de Adri y Rafa.

Y de vuelta al terruño, donde la vida no vale nada, sobre todo si se la compara con la que nos permitieron pasar a su lado Adri, Lila, Rafa y Rafa.

¡Gracias, amigos, por este remanso de paz azulado y a su lado!

martes, 29 de octubre de 2024

Veintiún años después

Es bien conocido el adagio no es lo mismo los tres mosqueteros que veinte años después, que hace referencia a novelas  de Alejandro Dumas, pero que en el caso del dicho se refiere a la pérdida de facultades con el paso del tiempo. Ahora, imagínense veintiún años después, que es el tiempo transcurrido desde que llegué a esta bendita ciudad de León.

Desde hace nueve lustros tomé el jogging como una actividad que realizaba muy regularmente, no al extremo de dejar de ser amateur, pero tampoco tan leve como para no haber completado un palmarés de cinco maratones, uno de los máximos orgullos de mi existencia. Cuando llegué aquí a los 54 de edad todavía conservaba mucho de la inercia de aquellos tiempos de trote cotidiano y sistemático, al grado de que no era raro que en El Palote me dijeran qué rápido corre usted, señor, cuando recorría gustoso la pista de siete kilómetros que circunda la presa del mismo nombre, o que me hicieran ver con asombro que ya llevaba más de una vuelta cuando le daba dos todos los viernes muy de mañana.

Sin embargo, de unos años a la fecha, es palpable el diario (literalmente) declinar de unas facultades que yo daba por garantizadas y permanentes no ha mucho, al grado de que el tiempo que antes me tomaba darle dos vueltas a la pista, hoy con dificultad sólo me alcanza para una. A tal extremo.

Lo cual, afortunadamente, no impide que lo siga intentando, y lo más sorprendente es que llego igual de cansado y sudoroso ahora que doy una sola vuelta que antes cuando daba dos, lo que significa que obtengo el mayor beneficio aeróbico que busco.

Además, como me dicen Elena, Caro y Raúl júnior cuando lamento el triste ocaso de mis facultades: ya quisiéramos ver a algún otro viejito de 75 años caminando, no trotando, ca-mi-nan-do los siete kilómetros que tú acostumbras correr cada tercer día.

Si no fuera por estos cheerleaders, la vida carecería de sentido.

sábado, 26 de octubre de 2024

Aterrador video

Y díganlo si no: https://www.youtube.com/watch?v=8PGz8JVCNK0.

La inseguridad personal, la total falta de carisma, su ignorancia, el insulto a flor de labio, la mentira, la demagogia, su apocamiento, el lenguaje cantinflesco (“… o sea, júnior, porque pues habría que preguntarle, o sea, lo único que creó fue mexicanos por la corrupción, que por cierto aquí el Presidente denunció de dónde venía el financiamiento. Pero uno diría, bueno, pus es que, nooo, tocó al PRIAN y se convirtió en la peor votación de la historia… no, es que, pues sí, entonces este personaje, júnior tóxico, pues ya que cada quien vea con quién decide juntarse”) de Claudia Sheinbaum Pardo verdaderamente resultan aterradores. Si no se quieren chutar la totalidad de este corto video de 5:50 minutos de duración, ubíquense a partir del minuto 3:00, y sanseacabó, aunque cinco minutos y pico se pasan de volada.

Se nota que la audiencia en Los Cabos, BCS, el viernes 25 de octubre, se está aburriendo de lo lindo ante un personaje de nula personalidad como la Sheinbaum. El júnior tóxico al que la Presidenta se refiere no es otro que Claudio X. González Guajardo, hijo de su homónimo Claudio X. González Laporte, destacado empresario mexicano, y aunque el júnior no me simpatiza, debo de reconocer que de inmediato puso a su tocaya en su lugar al decir que la verdadera júnior es ella, que no se ha podido liberar -ni parece que lo vaya a hacer, digo yo- de la tutela de su padre político López Obrador.

Miren que llamar con toda la mala leche del mundo a MCCI mexicanos por la corrupción, en vez de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, organismo fundado por González Guajardo, y afirmar que el Presidente (¡ah, chingá!, y entonces qué o quién es ella) denunció de dónde venía el financiamiento, no tienen desperdicio.

Sinceramente me deprimió mucho el video, y me avergüenzo y angustio de que me “lidere” un personaje tan menor.

Nada más de pensar en más de mil mañaneras de este tipo me revuelve el estómago. Honestamente no creo que aguante, ni ella ni nosotros. 

Más le valdría cambiar de estrategia.

jueves, 24 de octubre de 2024

Opté por seguir siendo miserable

A mediados de 1987 decidí cambiar mi viejo vochito por un flamante Dodge Dart K del año, de Chrysler. Para ello, acudí a la agencia para ver y probar el nuevo auto. Una vez que estuve convencido, le pedí al vendedor que me indicara el precio y la forma de pago. Me indicó que un cheque de caja por los 26 millones 500 mil viejos pesos que costaba el carro estaría bien.

Al día siguiente acudí a la sucursal del banco con ideas modernas donde tenía mis ahorros a tramitar el cheque. Como suele ocurrir en estos casos, el procedimiento resultó tortuoso y duró no menos de un par de horas. Cuando, desesperado, le reclamé a la empleada bancaria la tardanza, de manera grosera y con displicencia me respondió que si lo que quería yo era rapidez debería haber acudido más temprano. Ante tal insolencia, no me quedó más remedio que reclamarle al gerente de la sucursal el mal trato,  pero éste se puso incondicionalmente del lado de su subordinada, y a mí no me quedó de otra más que apechugar. Cuando tuvieron listo el documento, prácticamente se los arrebaté de las manos y salí hecho una furia, directo a las oficinas centrales del banco con ideas modernas en Avenida Universidad, pero no para quejarme, sino para desempeñar mis funciones de ingeniero de sistemas de IBM asignado a dicho banco, que era, a su vez, nuestro cliente.

Al regresar por la tarde a las oficinas de IBM en Avenida Legaria, la secretaria, desesperada, me informó que me estaban busque y busque por teléfono del banco con ideas modernas. Pero si de ahí vengo, y no dejé ningún pendiente, ¿no te dijeron para qué?, le pregunté a la secre. No, pero no te preocupes, no tardan en volver a marcar, me respondió. Y dicho y hecho, a los cinco minutos ya estaban llamando de nuevo. Era el gerente de la sucursal del banco donde había estado por la mañana, quien, muy ceremoniosamente y con toda propiedad, se disculpó conmigo por molestarme reiteradamente, y me pidió de favor que recibiera a la empleada que me había atendido varias horas antes, pues me tenía que entregar otro cheque, ya que el que había elaborado tenía un error, que si tenía yo tiempo de recibirla de inmediato. Adelante, le respondí de mala manera al alcahuete, que me avise en cuanto llegue.

Mientras tanto, extraje de mi portafolio el documento que me habían entregado para ver cuál era el error. ¡No daba yo crédito! Habían elaborado un cheque de caja por ¡26 millones 500 mil ¡dólares!! Sí, sí, leyeron ustedes bien, 530 millones de pesos al tipo de cambio actual, o lo que es lo mismo, 530 mil millones de viejos pesos, ¡más de medio billón (millón de millones)!

Cuando llegó la majadera, no tuvo más que aguantar: le dije que además de groseros, eran ineptos, pues no sabían elaborar ni un simple cheque de caja.

¡Ándele!, recoja usted su cheque, deme el mío y demos por terminado este vergonzoso asunto. De cualquier forma, no creo que en la agencia tuvieran cambio como para aceptar un instrumento de 530 mil millones y cobrar únicamente 26.5.

Lo tenía, era mío… ¡y lo dejé ir!

viernes, 18 de octubre de 2024

El fin del mundo está cerca

El fin de la humanidad está más cerca de lo que imaginamos -incluso quizá más que una calamidad ecológica- si la inteligencia artificial cae en manos inescrupulosas o ¡en los propios fierros y algoritmos de la inteligencia artificial! No se necesita ser un superdotado para darse cuenta de que hemos llegado a un punto de quiebre, inflexión o no retorno con esta endemoniada tecnología que ya nadie podrá detener. Por más que se regule este desarrollo, siempre habrá quien quiera ir más lejos brincándose  cuanta tranca se le atraviese en el camino (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/09/entremes-insipido-plato-principal.html), por muy arrepentidos que pudieran estar sus creadores, como el reciente Premio Nobel de Física 2024 Geoffrey Hinton, de la Universidad de Toronto, Canadá, quien junto con John J. Hopefield, de la Universidad de Princeton, N.J., Estados Unidos, se hicieron merecedores al galardón “por descubrimientos e inventos fundamentales que permiten el aprendizaje automático con redes neuronales artificiales”, establece La Real Academia Sueca de Ciencias en un comunicado de prensa.

Esto es, el famoso machine learning (aprendizaje automático), pieza fundamental de la inteligencia artificial, y cuya idea básica es mimetizar con nodos en una red neuronal artificial el funcionamiento de las neuronas y la sinapsis (conexión) que se establece entre ellas. Y al igual que con las neuronas, esta conexión puede ser débil o fuerte.

Si no me entienden, no importa, yo tampoco. Lo importante es que se comprenda que la inteligencia artificial está hecha a imagen y semejanza nuestra, pero con una capacidad de aprendizaje propia del poder de cómputo con que ahora contamos, y todo lo cual uno experimenta ya con traductores de idiomas, intérpretes de imágenes y aceptables compañeros de conversación, como ChatGPT.

La Academia Sueca de Ciencias da a conocer a sus galardonados mediante un comunicado de prensa, información popular e información avanzada, en un grado ascendente de complejidad. Pero créanme, en esta ocasión hasta el comunicado de prensa resultó abstruso, no se diga ya la información “popular” y mucho menos la información avanzada.

En años anteriores, me he preciado de entender la información popular de premios no sólo en física, sino en química y fisiología o medicina, pero esta vez mucho me temo que me tendré que poner a estudiar en serio. 

jueves, 17 de octubre de 2024

Estuve a un tris de saludar a Einstein

Estudié actuaría en la Facultad de Ciencias de la UNAM, donde tuve como condiscípulos a biólogos, físicos y matemáticos, éstos sí auténticos científicos. ¿Qué demonios hacíamos ahí los actuarios salvo cursar las asignaturas matemáticas junto con ellos? El rechazo a los “mercenarios” de la ciencia se sentía… y se sentía muy feo. Recuerdo que hasta en el pizarrón de anuncios éramos ignorados. Un día leí en él un anuncio que me hizo mucha gracia: “Matemático de buen físico busca bióloga”. Mil veces me he arrepentido de no haber estudiado para matemático. Mi suerte muy probablemente no hubiera cambiado, pero me habría divertido muchísimo más.

Por otro lado, uno tenía la oportunidad de conocer en la facultad a auténticas luminarias, como el doctor en física Marcos Moshinsky, que por lo apuntado arriba, no tuve el privilegio de tenerlo como profesor. Moshinsky se doctoró en la Universidad de Princeton bajo la tutoría del Nobel de Física 1963 Paul Wigner, pero no paró ahí la cosa, pues realizó estudios postdoctorales en el Instituto Henri Poincaré de París, y en 1968 obtuvo el Premio Nacional de Ciencias y Artes e ingresó al Colegio Nacional, máxima institución académica de México.

Yo no dejaba de leer su colaboración semanal todos los sábados en el entonces prestigiadísimo diario Excélsior, en el que no sólo escribía sobre ciencia, sino sobre los más variados tópicos. Recuerdo cómo relataba que sus artículos, antes de enviarlos a la redacción, pasaban por el riguroso escrutinio de su esposa ¡Elena!, que cuando falleció, lo lamentó por partida múltiple, entre otras razones por no contar ya más con tan estricta crítica.

Ahí relató una vez cómo fue su acercamiento inicial con Einstein en Princeton, donde laboraba el sabio de manera permanente. Marcos se puso de acuerdo con un amigo para ir a husmear por la oficina de Albert, que cuando se percató de su presencia los llamó para que se acercaran. Los saludó efusivamente y les preguntó sobre sus proyectos. Recuerda que fueron los diez minutos más emocionantes de su vida, aunque no los únicos, pues más tarde trabajó con él en algunos estudios.

Un día que tuve que ir a consulta al Hospital ABC de la Ciudad de México, coincidí con Moshinsky en el elevador y me atreví a presentarme y a inquirirle que si tal había sido ese primer acercamiento con Albert Einstein. Me lo confirmó, y aunque don Marcos ya bajaba del transporte, me apeé del aparato ahí mismo, a lo que con azoro aquél me preguntó que si no iba yo a otro piso. Sí, no importa, le respondí, únicamente quería pedirle a usted un favor. 

- Apenas nos conocemos y ya me quiere pedir usted un favor- se sorprendió.

- Bueno, apenas me conoce usted a mí, pero yo lo he visto con respeto y admiración durante toda la vida en la Universidad, y no me perdía ninguno de sus artículos en el periódico, como acabo de demostrárselo- le respondí.

- Bien, diga usted, y si está en mi mano poder ayudarlo, así lo haré- señaló con gentileza.

- ¡Precisamente!, está en su mano, permítame estuchársela con el mismo entusiasmo que hizo usted aquella vez con la de Einstein- finalicé.

Los dos reímos de buena gana, nos estrechamos la mano efusivamente y cada quien jaló para su respectiva consulta.

¡Había apretado yo la mano que había hecho lo propio con la de Albert Einstein! Como si lo hubiera hecho yo mismo. ¡Sí!