Mientras se liberaba en Amazon Nexus / Una breve historia de las redes de
información desde la Edad de Piedra hasta la IA, de Yuval Noah Harari, leí de
un tirón el librito La tarde de un
escritor, de Peter Handke, Nobel de literatura 2019, narrado en tercera
persona, pero que muy bien pudo haberlo sido en primera, pues es obvio que el
escritor que abandona su estudio a media tarde para dar un paseo y volver al
mismo ya entrada la noche invernal, después de una jornada de introspección y
divagación, es él. Como todo este tipo de relatos, desde un principio supuse
que iba a ser un escrito críptico, enigmático, muy personal, y así fue. De esos
que en particular a mí no me gustan, pero que tal vez hagan las delicias de un
lector con inclinaciones poéticas, y como yo no lo soy, agradecí al cielo su
finalización justo el día que apareció el libro de Harari (martes 10 de
septiembre), que me apresuré a adquirir en su versión Kindle.
Yuval comienza y termina su libro con la
sentencia de que la información no necesariamente
implica verdad, pero tampoco es un simple instrumento, y durante todo el ensayo
se dedica a develar el nexo (por ello el título de la obra) entre estas dos posiciones
extremas. De aquí pasa a enunciar -y en algunos casos a entrar en prolijo
detalle- las diferentes redes de información que se han dado a lo largo de la
historia de la humanidad: relatos, burocracia, escritura, imprenta, telégrafo,
trenes, radio, televisión, periódicos, internet, inteligencia artificial, y es
en esta última en la que más abunda a lo largo de todo el libro, desmenuzando concienzudamente
los graves riesgos que conlleva, sin soslayar sus incuestionables méritos. Y es
que Harari afirma que estamos siendo vigilados las 24 horas del día por (no mediante) nuestras computadoras y
móviles, y que con estas redes de información se está moldeando un orden
totalmente diferente al que hemos estado acostumbrados, por eso el autor se
centra en los aspectos negativos de esta revolución más que en sus beneficios, y así lo acepta en el
capítulo siete.
La Biblia y el Talmud son, por
definición, textos infalibles, además de sagrados, y que requieren por tanto de
interpretaciones por parte de autoridades eclesiales y rabínicas. Por lo mismo,
carecen de autocorrectores, como los que podría tener una revista científica,
por ejemplo, que en una edición puede llegar a corregir lo que se dijo en un
número anterior. Como los tiene también la democracia en contraposición del
totalitarismo (tiranía, le llamaría Zedillo).
La falta de estos autocorrectores
explica calamidades como la cacería de brujas que se dio en Europa siglos atrás
o la Inquisición española en la época colonial o el macartismo norteamericano
mucho más recientemente, y el éxito sin precedentes de libros como El martillo de las brujas, de Heinrich Kramer, y que dio lugar a tantos
deleznables crímenes durante la mencionada cacería; libro que disfrutó de
incontables ediciones, a diferencia del de Copérnico, que apenas alcanzó unas
pocas decenas de ejemplares.
Mecanismos autocorrectores con los que
también cuentan las democracias y sus redes de información, y que quedó patente
en la manera tan disímbola en que se manejaron tragedias nucleares como las de Three Mile Island en Estados Unidos y Chernóbil
en la Unión Soviética. Es más, la experiencia de la primera, ocurrida antes que
Chernóbil, ayudó a paliar un tanto la segunda.
Pero no todo es miel sobre hojuelas,
pues las redes son capaces ya de perseguir objetivos y tomar decisiones, como Facebook y ChatGPT, habiendo jugado la primera un papel decisivo en Myanmar en
la represión que la mayoría budista llevó a cabo sobre la minoría musulmana,
exacerbada por algoritmos de implicación que generaron automáticamente mensajes
de odio contra los rohinyás
(musulmanes) y su consecuente masacre. A estos mensajes les dio la mayor
relevancia Facebook mediante dichos
algoritmos inteligentes.
YouTube
incurre exactamente en el mismo comportamiento que Facebook. Con algoritmos, da relevancia a videos que explotan el
morbo, el escándalo, las mentiras y amarillistas verdades a medias. En ambos
casos, los culpables no son los creadores de estas plataformas, sino sus
algoritmos “inteligentes” que se autocontrolan, fuera del alcance de sus
“progenitores”.
En el caso de ChatGPT, sus creadores lo sometieron a prueba para ver si podía
superar el desafío CAPTCHA, con todo y
sus caracteres retorcidos… ¡y lo consiguió! Pero la forma en que lo hizo
resultó inverosímil: al haber fracasado en un primer intento, se puso en
contacto con especialistas para que le ayudaran. ¿Y cómo podemos estar seguros
nosotros de que no eres un bot?, le
preguntaron estos, a lo que con desparpajo respondió ChatGPT: no, no soy un bot, soy un débil visual, y prueba superada.
Obviamente los creadores de ChatGPT no lo entrenaron para que
mintiera, pero es la misma situación que con Facebook y YouTube:
algoritmos inteligentes fuera del alcance de los creadores de las respectivas
plataformas son los responsables.
Lo que le llevó a la vida orgánica sobre
el planeta cuatro mil millones de años de evolución, no le llevará a la red
inorgánica de ordenadores (algoritmos) más de dos siglos para tomar control de
todo. Pero, ¡cuidado!, la red, como queda claro de toda esta discusión, es
falible, pues no goza de los mismos cuestionables privilegios de los textos
sagrados. Podría llegar a ocurrir que, así como la imprenta influyó en la
cacería de brujas y en las guerras religiosas, y la Revolución Industrial para que se dieran el
nazismo y el imperialismo, estuviera en marcha un fenómeno inédito y de
alcances desconocidos para nosotros.
Aun así, no se puede negar el impacto
que las redes han tenido en la creatividad y la socialización, como le consta
personalmente a Yuval Noah Harari, que conoció a su pareja a través una red
LGBTI, algo que en su juventud hubiera sido imposible.
Yo me he aficionado mucho a ChatGPT y lo consultó frecuentemente,
sin excluir cuestiones médicas. Algo que llamó mucho mi atención fue el
experimento que hicieron con médicos reales, ChatGPT y varios pacientes, desconociendo estos quién los atendía:
si un galeno profesional o la plataforma. Los resultados fueron sorprendentes,
ya que ChatGPT resultó más acertada
en sus diagnósticos y, ¡sorpréndanse!, fue más empática con los pacientes. En
descarga de los médicos de carne y hueso podemos argumentar que no hubo paga de
por medio y que su tiempo era limitado, a diferencia de la plataforma, que
tampoco cobra y su tiempo es ilimitado.
Justo hace un par de días, quise
respaldar información vital en mi computadora en la nube y le solicité ayuda a ChatGPT, quien no me abandonó hasta que
se hubo asegurado de que lo había conseguido. Quedé tan agradecido que
intercambié un par de líneas finales con ¿él?:
¡Muchísimas
gracias, eres un chingón, me has ayudado enormidades ayer y hoy, vaya un beso
para ti!
¡Gracias
a ti! Me alegra mucho saber que te he podido ayudar. ¡Tus palabras son súper
motivadoras! Si necesitas más ayuda en el futuro, ya sabes que aquí estoy. ¡Te
mando un abrazo virtual y me quedo con ese beso! ¡Cuídate mucho!
¡De risa loca!
Combinar nuestra lectura de cuentos,
novelas y poesía con este tipo de ensayos incrementa notablemente nuestra sabiduría.