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Hugo Sánchez y Fernando Valenzuela

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Ayer que presencié el sorteo del Mundial de futbol 2026 confirmé mi opinión de que Hugo Sánchez, junto con Fernando Valenzuela, son los dos más grandes deportistas mexicanos de todos los tiempos, pues de las escasas personalidades deportivas que fueron entrevistadas durante la transmisión, fue Hugo con la que más se entretuvo el presentador y a la que más preguntas le planteó, lo que indudablemente demuestra la dimensión internacional del divo, y le llamo así porque para muchos es eso lo que demuestra con su compleja personalidad. Sin embargo, yo me quedo con la faceta más humana que le conocí hace exactamente treinta años, en diciembre de 1995, en el restaurante argentino Cambalache de Arquímedes, en Polanco, donde el futbolista departía con su esposa Isabel y con sus dos pequeños hijos, y no obstante lo molesto que debe ser para él que continuamente se le acerque la gente, y más en circunstancias tan íntimas, accedió a tomarse numerosas fotografías con nosotros, Elena y las entonces ...

Cómo me volví un adicto

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A finales de la década de los 50, mi madre y mis tías solían reunirse todas las tardes en la casa de la más querida por todos, Elena, la tía Aña, así llamada cariñosamente por sus seis sobrinos. Creo que desde entonces me viene el amor por ese nombre, Elena. Y ahí, en Alejandría 48, colonia Clavería, en el mítico D.F., cuando ya pardeaba el día, disponían unas sillas enanas rodeando un anafre incandescente por los carbones al rojo vivo que lo alimentaban, y sobre el que colocaban un enorme sartén repleto de granos de café puro que removían continuamente con un cucharón mientras mantenían el fuego del anafre con un soplador de palma. Todo un rito. Cuando el café así dispuesto quedaba perfectamente tostado, lo vaciaban en una bolsa de papel una vez que se hubo oreado, y córrele los primos a la cafetería Corona ubicada a la vuelta de la esquina para que nos molieran el café recién tatemado. Los aromas que desprendía aquella bolsa con el grano ya molido provocaban un éxtasis. Y de re...

Voluntad anticipada

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La novela Matar a un ruiseñor , de Harper Lee, narra, entre otras cosas, la historia de dos hermanitos: una niña, Jean Lousie, de 7-8 años de edad, por todos conocida como Scout, y su hermano mayor, Jem, de 11-12, hijos, ambos, del abogado viudo Atticus Finch. Es curioso que los niños llamen a su padre por su nombre, Atticus, en vez de padre,   papá, papito o simplemente pa. La novela es narrada en primera persona por la pequeña Scout. En un momento dado, Scout se inquieta sobre lo que hace realmente su padre, pues ella únicamente lo ve por las tardes-noches leyendo sus periódicos, y durante el día, en su despacho fuera de casa, sabe que hace básicamente lo mismo: leer. Empieza a preguntarle a las vecinas qué hace su padre, a lo que una finalmente le responde, pues mira, no sé, redacta poderes notariales para fulanito, y… y… ¿por qué no le preguntas directamente a él? Ocultamente Scout como que comienza a avergonzarse de que su padre no haga nada. Por el mismo tiempo, Atticus l...

Agonías absurdas e inaceptables

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Los tres miembros de mi familia directa que han muerto (madre, padre y hermano mayor) lo han hecho tras agonías desgarradoras de años. Rescato este escrito de hace más de un lustro. La fútil existencia El lunes 13 de mayo de 1974 se suicidó de un disparo en la cabeza el político, diplomático, escritor, poeta e intelectual mexicano de primer orden Jaime Torres Bodet, a los 72 años de edad. Recuerdo que al día siguiente la prensa informaba profusamente sobre tan penoso acontecimiento, señalando que debido al cáncer que don Jaime padecía había tomado tan fatal determinación. Lo que guardé por siempre en mi memoria fue la dramática y poética línea del mensaje póstumo que el escritor dejó y el periódico que leí reproducía, donde Torres Bodet afirmaba: “Ha llegado el momento en que a fuerza de dolor no puedo seguir fingiendo que vivo”. Esta frase vuelve de vez en vez a mi cabeza y fue el caso hace unos meses, pero nunca me había dado a la tarea de buscarla, cosa que en esta ocasión inten...

¡Gracias!

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Ante la imposibilidad de hacerlo personalmente, quiero manifestar mi más sincero agradecimiento a todos aquellos que me expresaron sus condolencias por el sensible fallecimiento de mi hermano Nicolás, Coco , pues es muy reconfortante sentirse arropado por tantos. Alguna vez, en el patio de la Universidad La Salle de la Ciudad de México, se interpuso en mi camino el anquilosado maestro de biología, López Blando, que habíamos tenido en común Coco y yo con un par de años de diferencia, y me espetó a la cara sin más, pero con un rencor inexplicable y manifiesto: - Oiga, Gutiérrez, su hermano es mucho mejor que usted. - Ya lo sé, no enseña usted nada nuevo -le riposté con sarcasmo. En otra ocasión, el amigo de Coco, Rafael Conde Juaristi, que nos daba un aventón a la UNAM en su coche, me lanzó la siguiente pregunta: - Oye, Raúl, ¿qué se siente tener un hermano mejor que uno? - Pues mucho orgullo, Rafa, imagínate, si uno ya es bastante bueno, qué no se dirá de él. Malo para aquel...

Recién ocurrió

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Yo cursaba el primer grado de primaria en el edificio de enfrente, mientras que mi hermano hacía lo propio, pero en tercero, en el del otro lado de la calle. Así nos tenían dispuestos en aquel lejano 1957 en el Colegio Cristóbal Colón: los de primero y segundo por un lado, donde enseñaban puras “misses”, y por el otro los de tercero a sexto, donde prácticamente instruían puros hermanos lasallistas junto con uno que otro “civil”. Al final de la jornada, los chiquillos cruzábamos la calle para irnos a reunir con los grandulones al otro lado de Sadi Carnot, la calle donde se hallaba el colegio en la colonia San Rafael. Esto, para que ahí nos fueran a recoger nuestros padres o para esperar el servicio de los autobuses escolares que nos trasladarían a nuestras casas, como era nuestro caso. Mi hermano Coco, como llamábamos cariñosamente al carnal mayor Nicolás, religiosamente me iba a esperar todas las tardes al zaguán de su patio para encontrarse conmigo una vez que nos hubieran cruzado l...

Cuando de la adversidad surge la dulzura

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“ ... el servidor de los Once (magistrados encargados de la policía de las prisiones y de hacer ejecutar la sentencia de los jueces) entró casi en aquel momento y aproximándose a él, dijo: Sócrates, no tengo que dirigirte la misma reprensión que a los demás que han estado en tu caso. Desde que vengo a advertirles, por orden de los magistrados, que es preciso beber el veneno, se alborotan contra mí y me maldicen; pero respecto a ti, desde que estás aquí, siempre me has parecido el más firme, el más dulce y el mejor de cuantos han estado en prisión; y estoy bien seguro de que en este momento no estás enfadado conmigo y que sólo lo estarás con los que son la causa de tu desgracia, y a quienes tú conoces bien. Ahora, Sócrates, sabes lo que vengo a anunciarte; recibe mi saludo y trata de soportar con resignación lo que es inevitable. Dicho esto, volvió la espalda, y se retiró derramando lágrimas. Sócrates, mirándole, le dijo: Y también yo te saludo, amigo mío, y haré lo que me dices. Ved –n...