Ya van dos veces que por casualidad disfruto de la misma plática televisiva entre dos personajes distinguidos del medio artístico y cultural de México: el dramaturgo Luis de Tavira y su sobrina Marina de Tavira, nominada al Óscar como mejor actriz de reparto por la película Roma. La charla, dentro del programa acertadamente llamado Léemelo, versa sobre libros, pero no desde la perspectiva pedante de los críticos literarios, sino desde la más despreocupada del simple lector, y en ella se leen párrafos de las obras comentadas, que dan pie a los sabrosos y sesudos comentarios que sobre ellas y sus autores se vierten.
En el presente caso se refirieron al Quijote, de Cervantes, El idiota, de Dostoievski, Rojo y Negro, de Stendhal, y Caminos de bosque, de Martin Heidegger, los tres primeros ya leídos por mí hace varios años y el último, apenas de reciente adquisición, movido yo por lo dicho en el programa.
Establecieron ellos una especie de paralelismo entre don Quijote y el protagonista principal de El idiota, Myshkin, y los contrastaron con Julien Sorel, el héroe de Stendhal. Pero lo que se dijo sobre la novela de Dostoievski me llevó a mí a releerla y disfrutarla como si nunca la hubiera leído, y dolerme, aún más que la primera vez, del trágico y doloroso sino de Myshkin.
Finalmente, y sin venir mucho al caso, cayeron en el libro de Heidegger, que aún no puedo comentar por estar apenas hincándole el diente, pero llamando poderosamente mi atención los comentarios que hicieron sobre el óleo de Van Gogh Schoenen (Zapatos) y leyendo lo que el filósofo alemán comenta sobre el cuadro en su libro.
Dice Luis de Tavira que en una ocasión llegó al Museo Van Gogh en Ámsterdam buscando otra pintura de Vincent, no Zapatos, y que ya no lo querían dejar entrar por ser casi la hora del cierre, pero que después de mil ruegos se lo permitieron con la condición de que se apurara. Sin embargo, cuál no va siendo su sorpresa al toparse con Zapatos, antes de llegar al cuadro que buscaba, y quedar casi tan embelesado como Heidegger.
Juro que yo sentí la misma emoción cuando me encontré frente a esta obra en un viaje que hice junto con Elena y los niños (en aquel entonces) a Europa. Me imaginé como el esforzado campesino que dentro de esos zapatos realizaba su ardua labor diaria en los campos de labranza, y se me enchinó la piel. No en balde De Tavira acuñó una frase dentro del multicitado programa que me fascinó: “La obra de arte representa la realidad que no encontramos en la realidad.” Y, como buen dramaturgo, estableció un paralelismo: “El actor en una obra de teatro representa la realidad que no encontramos en el personaje representado.”
¡Y ahí se las dejo!
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