sábado, 14 de diciembre de 2024

Caín

El día de mi cumpleaños le pedí a mi hijo Raúl que me obsequiara la tan anhelada por mí guía de lectura 1001 libros que hay que leer antes de morir, editada por Peter Boxall y José-Carlos Mainer (Grijalbo, 2016), y que me ha permitido avanzar aún con más celeridad en lo que constituye una de las grandes pasiones de mi vida.

Fue así como ataqué, en rápida sucesión, De ratones y hombres, de John Steinbeck, Nobel de Literatura en 1962; Un héroe de nuestro tiempo, de Mijíl Lérmantov, y Caín, de José Saramago, Nobel en 1998.

De las tres novelas, me quedo con la esplendorosa Caín, de Saramago. Qué descaro, irreverencia, erudición y hermosura para abordar los temas bíblicos teniendo como personaje central a Caín, al cual mueve el autor arbitrariamente de una época a otra, llevándolo del presente al pasado, al futuro y de vuelta al presente, haciéndolo partícipe y testigo de cuanto acontecimiento bíblico pueda imaginar el lector, empezando, obviamente, con la trágica historia del propio Caín.

Las continuas maldiciones de Caín contra dios (así, con minúscula), y hasta un puñado de disputas personales entre ambos, son memorables. Quienes hemos cuestionado la mayor parte de nuestras vidas el embrutecimiento que pueden llegar a producir las cuestiones religiosas y las creencias en seres divinos y sobrenaturales -pero a final de cuentas belicosos, injustos y vengativos-, obtenemos aquí una legítima retribución.

¡Bravo por Caín! Y no digo más, lean le novela.

Por otro lado, el libro de Steinbeck relata la historia de dos jornaleros, Geoge y Lennie, que llegan a emplearse de manera temporal a la propiedad de un patrón, pero su sueño de vida es llegar a tener la suya y trabajarla con denuedo. George es el guía y protector de Lennie, individuo éste de tamaño descomunal y con una fortaleza increíble, pero retrasado mental; por lo mismo, ajeno a toda maldad, y devoto y fiel seguidor de George. Circunstancias fortuitas llevan a Lennie a literalmente aplastar a la pareja del hijo del patrón, producto de la angustia provocada por la idiotez del individuo más que por alguna otra razón. El inesperado y triste final del relato deja frío al lector.

Finalmente, la novela de Lérmantov es la historia de Pechorin, un oficial del ejército, quien a través de su diario, que por casualidad cae en las manos del narrador anónimo del relato que nos lo da a conocer a nosotros, sus lectores, da cuenta de episodios dramáticos de su existencia, entre los que destaca su batida a duelo con un contrincante al que deja deshecho, no tanto por el disparo mortal como por la caída de éste a un despeñadero, y una disquisición final sobre la predestinación que no tiene desperdicio, pues la ejemplifica con la trágica muerte de un conocido, y con la cual concluye la novela.

Tres libros de muy recomendable lectura.

miércoles, 11 de diciembre de 2024

¡Qué huevos!

Perdón que me repita, pero la temporada lo reclama:

El crudelísimo invierno de 1983-84 fui asignado por IBM de México, donde trabajaba, al centro de soporte que la corporación tenía en Boëblingen, Alemania, cerca de Stuttgart, durante tres meses (diciembre a febrero). Las fiestas navideñas iniciaron el viernes 23, después del horario de oficina, y terminaron el lunes 26, pues la empresa en aquel país acostumbraba dar el día siguiente a la Navidad.

Los momios no me favorecían, ya que al no ser yo europeo, como la mayoría de los compañeros que ahí tenía y que podían regresar a sus países de origen cada dos semanas, no debía ausentarme del lugar sino hasta el fin de mi asignación, o bien los fines de semana o días feriados con el compromiso de regresar a la oficina al día hábil siguiente, de tal suerte que aquel viernes 23 en la tarde-noche fue de condolencias para mí por parte de todos mis colegas porque iba a permanecer solo, si así lo decidía, tres largos días en el pueblecito de Schönaich, donde residíamos. Yo no me sentía triste, pues pensaba tomar el coche que nos asignaban para nuestro desplazamiento e ir a Berna, Suiza, muy de mañana el sábado 24, sin embargo, un oriundo se me acercó y me dijo que tuviera valor y que tratara de pasármela lo mejor posible.

Para cuando regresé al acogedor hotel administrado por una simpática familia ese mismo viernes en la noche, ya todos mis compañeros habían literalmente emprendido el vuelo y el administrador me entregó las llaves del acceso principal del recinto diciéndome que también ellos abandonaban el pueblo y que me quedaría solo en el lugar, rogándome que me asegurara, únicamente por precaución, de cerrar bien la puerta. Tragué saliva con dificultad y tomé las llaves deseándoles felices fiestas.

Según lo planeado, emprendí la marcha al día siguiente y me encaminé a mi destino a través de Zúrich y Lucerna, pero para cuando llegué a Berna la noche ya era cerrada, a pesar de ser solamente las 6 y media de la tarde, y con un hambre voraz, pues no me había detenido para nada en el camino, excepto para poner gasolina. Obviamente, la mayoría de los negocios ya había cerrado, no así una pequeña fonda que apenas había iniciado el proceso, pero cuando quise ingresar, me topé con la puerta de cristal en las narices y una empleada enternecida que sólo me miraba cómo rasguñaba yo con una mano el vidrio como un perrillo que pide clemencia. La dama, visiblemente conmovida, me abrió y me puso en la mano una carta enmicada de la que seleccioné con el dedo lo primero que se me ocurrió.

Unos minutos después me fueron presentados un par de huevos fritos sobre sendas rebanadas de pan bimbo. ¡Qué huevos! Juro por mi madre que ha sido el más suculento manjar que haya probado nunca, de veras.

Terminada mi opípara cena, a buscar hotel. Conseguí uno buscando en el tablero que para tal propósito suelen tener en las estaciones de tren, no lejos de ahí. ¡Y a disfrutar la maravillosa ciudad! Pero cómo, con una noche tan oscura y con un frío que literalmente cortaba el rostro. Apenas recorridas unas cuantas calles, decidí, mejor, regresar al hotel, donde la familia que lo administraba y que ahí celebraba la Nochebuena se me quedó mirando de lo más extrañada y hasta temerosa mientras me dirigía a mi habitación ascendiendo las escaleras. Me deseé una Feliz Navidad y me acurruqué en la cama justo a las ¡nueve y media de la noche!

Pero al día siguiente, domingo 25, después del magnífico desayuno que suelen disponer en esos hoteles, a base de quesos, embutidos, pan fresquecito y crujiente, jugos, mermeladas, mantequilla y el mejor expreso del mundo, entré en euforia y, ahora sí, aunque el frío era igualmente intenso que la noche anterior, me puse a recorrer Berna, pero especialmente su calle principal, la del tranvía y el reloj, y el “pozo” de los osos, símbolo de la ciudad, al final de la avenida, esos que uno alimenta con lo que ahí venden para tal propósito, y que con sus manazas piden más agitándolas rítmicamente hacia sus pechos cuando uno cesa de aventarles. Muy simpáticos y tiernos, ciertamente.

Y el camino de regreso a “casa”, con una pernocta la noche del 25 en Lucerna, ¡maravillosa!, y la mañana del 26 de nuevo a Boëblingen, vía Zúrich, previo abastecimiento de gasolina en una vereda vecinal, donde la esposa del despachador, una encantadora joven con bebé en brazos, que dice hablar inglés, me sugiere una ruta alterna y, dice, muy hermosa, ante la mirada recelosa del marido, que no nos despega la vista mientras despacha. Sigo sus consejos. ¡Craso error! Se suelta una nevada como nunca y la hermosísima ruta alterna resulta de lo más peligrosa, y yo con las cadenas de las llantas para manejar en esas condiciones bien guardadas en la cajuela del carro y sin saber cómo colocarlas. Muchos accidentes en el camino, pero afortunadamente ninguno que me involucre, a pesar de haber prescindido todo el trayecto de las mentadas cadenas. Y una nueva noche solo en el hotel, todo mío, ya que mis compañeros no llegarán sino hasta la mañana siguiente.

Treinta y cuatro años había vivido hasta aquella época, otros 41 han transcurrido desde entonces e, insisto, ¡qué huevos aquéllos! Es que yo creo que eran de granja y los de hoy son ya muy artificiales… o así los siento. 

sábado, 7 de diciembre de 2024

No todo lo que relumbra es oro

La evidente falla en mi anterior escrito, misma que no revelaré para no aburrirlos más (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/12/conjetura-de-una-conjetura.html), me llevó a sostener el siguiente diálogo con ChatGPT. Asombroso y divertido. Ahí se los dejo, y disculpas extemporáneas.

RGyM. Alguna vez se publicó un artículo científico que era una farsa sólo para demostrar la credulidad de la gente, y nadie lo refutó. ¿Me podrías dar más detalles?

ChatGPT. Sí, hay varios casos notables de artículos científicos creados como farsas o engaños para demostrar problemas en la revisión por pares, la credulidad de las revistas, o incluso la falta de rigor en ciertas áreas académicas. Uno de los casos más famosos es el Escándalo Sokal.

El Escándalo Sokal

En 1996, el físico Alan Sokal, profesor de física en la Universidad de Nueva York, envió un artículo titulado "Transgressing the Boundaries: Toward a Transformative Hermeneutics of Quantum Gravity" a la revista académica Social Text, una publicación prestigiosa en estudios culturales y teoría crítica.

  • Contenido del artículo: El artículo estaba lleno de jerga académica, afirmaciones absurdas y referencias pseudocientíficas. Sokal argumentaba, entre otras cosas, que la gravedad era una construcción social, todo en un tono que parecía alinearse con los principios de la teoría crítica posmoderna.
  • Publicación: La revista lo aceptó y publicó en un número especial sin someterlo a revisión por pares rigurosa.
  • Revelación: Después de la publicación, Sokal confesó en otro artículo que había escrito la pieza intencionalmente como una parodia para demostrar que algunas publicaciones en humanidades aceptaban artículos con argumentos absurdos si estos eran presentados de manera compleja y en sintonía con sus puntos de vista ideológicos.

Impacto

La farsa de Sokal generó un enorme debate sobre el rigor académico, la calidad de las revisiones por pares, y las posibles tendencias ideológicas en ciertas disciplinas. También destacó la importancia de mantener estándares de calidad en todas las áreas de la academia, incluidas las ciencias sociales y las humanidades.

Si tienes interés en otros casos similares, puedo contarte sobre eventos más recientes o relacionados con revistas de acceso abierto y pseudociencia. ¡Dímelo!

martes, 3 de diciembre de 2024

Conjetura de una conjetura

“Teorema”. Al menos una de las duplas (p, q) de números primos en que se descompone un número par 2n = p + q es tal que p + 2 o q + 2 es a su vez primo y

2(n + 1) = (p + 2) + q = r + q

o

 2(n + 1) = p + (q + 2) = p + r

donde r es el “nuevo” primo.

Lo anterior aplica incluso para todas las excepciones (38/40, 68/70, 80/82, 98/100, por citar algunas) si consideramos a 1 como primo, pues entonces

2n = 1 + (2n – 1)  

y

2(n + 1) = 1 + 2 + (2n - 1)

Por ejemplo:

38 = 7 + 31 = 19 + 19

40 = 3 + 37 = 11 + 29 = 17 + 23

no cumplen el postulado inicial, pero con 1 como primo:

38 = 1 + 37

y

40 = 1 + 2 + 37

estableciéndose mi “teorema” de manera general. 

Pero todo lo anterior, a su vez, ¡probaría la conjetura de Goldbach por inducción matemática!

Ya nada más me faltaría demostrar mi “teorema”, es decir, la conjetura de la conjetura de Goldbach, algo así como la conjetura de Gutiérrez y Montero. La gran diferencia es que yo estoy absolutamente seguro de la veracidad de lo que afirmo, y Goldbach no.

Les prometí que iba a hacer mi mejor esfuerzo. Lo estoy haciendo. Ahora sólo les pido a ustedes que hagan el suyo, toda vez que lo aquí discutido es de fácil comprensión si se empeñan en ello (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/11/todo-numero-par-mayor-que-2-es-la-suma.html).