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Mostrando entradas de enero, 2020

Gobernador por una noche

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Hace unos días soñé que durante un cónclave parecido al de los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación sus miembros estaban seleccionando, de entre ellos mismos, a quien sería el próximo gobernador del estado de Guanajuato, en sustitución del inane Diego, proceso en el que ¡yo participaba! Por supuesto, no me otorgaba a mí mismo ninguna posibilidad, pero cuando me vi encima con cuatro de los once votos en disputa, empecé a abrigar “esperanzas” y, a la vez, llenarme de terror, pues a la par de un gusto masoquista, me asaltaban el temor y la duda de qué coños podría hacer yo en el cargo, para el que con toda generosidad me consideraba inapto, por decir lo menos. Entre los presentes estaba Miguel Márquez Márquez, predecesor de Sinhue y su incuestionable padrino (en la tétrica jerarquía del abominable Yunque, presidido por su miembro más conspicuo, el siniestro Elías Villegas), lo cual era indicativo de que tendría que ser yo un gobernador panista. Cuando hube asegurado...

Inspiración citadina

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Finalmente, Elena y un servidor disfrutamos de cuatro días de vacaciones en el terruño (CDMX). Nos fuimos en uno de esos transportes privados que ahora ofrecen sus servicios en todas partes, muy cómodos, y que salen y llegan de lugares menos horrendos que las centrales camioneras. Nosotros, por ejemplo, salimos de Plaza Mayor y llegamos al Auditorio Nacional, y de regreso, a la inversa. Nos hospedamos, como de costumbre, en un hotel justo a espaldas de la embajada americana. Mejor ubicación, imposible. Apenas llegando, nos enfilamos, a pie, por todo Paseo de la Reforma hasta llegar a Mariano Escobedo y de ahí, a la derecha, alcanzar el lobby bar del Camino Real para echarnos unos tragos. Elenita se refinó dos tequilas y yo ¡tres bohemias!, con música ambiente de fondo. La razón principal de nuestro periplo era compartir al día siguiente la “tradicional” comida anual (apenas llevamos tres) con una vieja amiga mía de toda la vida en nuestro restorán favorito, pero mi esposa quiso ap...

El abuelo

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El otro día fui a correr al Parque Metropolitano. Mientras calentaba, vi que una joven de alrededor de 25 años iniciaba su trote. Me puse como meta alcanzarla una vez que hubiera terminado con mi calistenia. ¡Qué va! Una vez emprendida mi marcha, sólo divisaba a lo lejos cómo se alejaba más y más, pero de repente se detuvo, aparentemente algo no andaba bien con su iPod. Nunca imaginé conseguir mi meta tan pronto. Cuando pasé junto a ella, me saludó y me infundió ánimos con frases típicas entre corredores. Correspondí de la misma manera a sus enternecedoras palabras. No bien había yo recorrido unas cuantas centenas de metros cuando la chica me alcanzó y rebasó nuevamente, volviendo a alentarme con dichos similares a los anteriores. Otra vez la vi alejarse… y detenerse de nueva cuenta. Ella seguía alentándome entusiastamente cuando pasaba a su lado. Y así, no les miento, otras dos o tres veces más durante el largo circuito de siete kilómetros alrededor de la presa de El Palote. Con ...

El genial Gauss

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Hace muchos años escribí en estas mismas páginas un artículo en el que citaba al eminente matemático inglés G. H. Hardy, quien sugería que fue el enorme Johann Carl Friedrich Gauss el que dijo que si las matemáticas puras son la reina de las ciencias por su inutilidad, entonces la teoría de números es la reina de las matemáticas por su suprema inutilidad ( http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2013/07/la-inutilidad-de-las-matematicas_18.html ). Cuentan que cuando Gauss era un estudiante de no más de nueve años de edad, su maestro de aritmética, harto del barullo que los alumnos traían en el salón de clases, les ordenó sacar sus cuadernos y en una hoja calcular la suma (S) de los primeros cien números naturales, es decir S = 1 + 2 + 3 +… + 99 + 100. Con ello pensó que mantendría ocupados a los niños la hora completa de lección. Para su sorpresa, Friedrich necesitó de sólo unos pocos minutos para emerger con la respuesta, pero no únicamente eso. Me explico. El niño vio que...

"Dialogando" con mi radio

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El lunes 24 de agosto de 1987, en pleno interregno entre mis dos matrimonios, ocurrió el inverosímil hecho que a continuación relato. Primero el contexto. Por aquel entonces me preparaba con denuedo para correr el maratón de Berlín mes y medio después, el domingo 4 de octubre, después de haber participado decorosamente en el de Nueva York un par de años antes. Entrenaba todos los días, excepto, precisamente, los lunes. Además, como gozaba yo de las mieles de mi recuperada soltería, la semana anterior había acordado una cita para ir a comer con una hermosa chica de IBM, Norma, al restaurante Los Arcos, en Polanco. Por ello, tengo doblemente marcada tan indeleble fecha. Como los lunes no entrenaba, me levantaba alrededor de las seis de la mañana y encendía, como todos los días, el radio para no sentirme tan solo, lo mismo que, con el mismo propósito, todas las luces a mi alcance: obviamente las de la recámara y el baño, pero también la del pasillo. Lo que me gustaba de la estació...