El lunes 13 de mayo de 1974 se suicidó
de un disparo en la cabeza el político, diplomático, escritor, poeta e
intelectual mexicano de primer orden Jaime Torres Bodet, a los 72 años de edad.
Recuerdo que al día siguiente la prensa informaba profusamente sobre tan penoso
acontecimiento, señalando que debido al cáncer que don Jaime padecía había
tomado tan fatal determinación. Lo que guardé por siempre en mi memoria fue la
dramática y poética línea del mensaje póstumo que el escritor dejó y el
periódico que leí reproducía, donde Torres Bodet afirmaba: “Ha llegado el
momento en que a fuerza de dolor no puedo seguir fingiendo que vivo”.
Esta frase vuelve de vez en vez a mi
cabeza y fue el caso hace unos meses, pero nunca me había dado a la tarea de
buscarla, cosa que en esta ocasión intenté a través de Internet, pues era obvio
que ahí la encontraría junto con el mensaje completo del poeta. Mi intento
resultó tan banal como mi recuerdo, ya que lo único que encontré fueron
menciones tan triviales como la que yo suelto líneas arriba. Lo que sí hallé
fue una larga entrevista que Héctor Palacio le hizo en 1989 al también escritor
Rafael Solana, que fuera secretario particular de Jaime Torres Bodet cuando
éste ocupó la Secretaría de Educación Pública durante la Presidencia de Adolfo
López Mateos.
La entrevista de Palacio formó parte del
trabajo de investigación para la elaboración de su tesis profesional Obra diplomática y educativa de Jaime Torres
Bodet, y apenas hasta hace poco se comenzó a conocer ampliamente. Esta
entrevista lo tienta a uno a suponer que la mentada frase del poeta es
apócrifa. Juzgue el lector si no de la siguiente cita in extenso de la referida
entrevista:
Héctor
Palacio: ¿Aparte de escribir sus memorias, a qué otras
actividades solía dedicarse Torres Bodet en los últimos años de su vida?
Rafael
Solana: Solamente escribía sus memorias. Aquí puedo
decirle una cosa personal mía. Creo que don Jaime había ya proyectado terminar
su vida al concluir sus memorias y que la prolongó un año más porque yo le hice
notar que se necesitaba un último tomo más. Él decía que no se necesitaba
porque a esa época que va entre el final de Tiempo
de Arena (1955) y el principio de los otros volúmenes de sus
memorias, aludía constantemente. Yo le insistía mucho en que no bastaba que
aludiera, sino que tenía que organizarlo todo. Por fin lo convencí y se tardó
un año en escribir Equinoccio (1974;
en 1961 habían salido reunidos los primeros cinco volúmenes de sus Memorias) y el día mismo en que devolvió las pruebas a
la casa Porrúa, fue cuando se suicidó.
HP:
Usted escribió en el prólogo a su obra novelística, editada por EOSA, que él
renunció a la vida por designio propio. ¿Por qué eligió esto?
RS:
Él encontró que ya no tenía nada que hacer en la vida. Terminada su obra
literaria con la redacción de sus memorias, terminada su obra administrativa
con el remate de su segundo período [como secretario de Educación] y terminada
su obra diplomática al cumplir 65 años de edad -que es la edad que se pone de
límite a los embajadores-, encontró que no tenía nada que hacer. Su familia era
solamente su esposa, no tuvo hijos, ni sobrinos..., algunos sobrinos, pero más
bien del lado de su mujer. Entonces encontró que era ocioso seguir viviendo. Se
ha dicho que padecía de cáncer o de alguna cosa; nada de eso es cierto. Yo
estaba tan cerca de él que lo veía ir -lo acompañaba incluso- a ver a sus
médicos, uno de los cuales era Césarman (Teodoro) que vive, otro de los cuales
era el hijo de Marte Gómez, que vive también; otros eran los Cueto. Todos ellos
viven y podrían decir, si fueran solicitados, que don Jaime lo único que
padeció en el final de sus días fue una especie de fractura, una fisura en el
coxis de un tropezón que dio dentro de su propia biblioteca y que lo obligó a
guardar la silla de ruedas durante un corto tiempo y luego a caminar con un
bastón durante otro corto tiempo; pero esto no lo afligía, su vida intelectual
y mental era tan intensa como siempre.
Hasta aquí la cita.
Permítaseme concluir que si ya admiraba
a don Jaime por su coraje para quitarse la vida en una situación tan adversa
como la que yo suponía, ahora lo hago por partida doble al percatarme que sólo
lo hizo por la futilidad de la existencia, al encontrar “que ya no tenía nada
que hacer en la vida” y “que era ocioso seguir viviendo”. ¿Por qué aferrarse a vivir
después de los 70, cuando es uno todavía lúcido y fuerte, y pretender la
inmortalidad a los 80 o 90, que desgraciadamente son los años que la ciencia ha
logrado añadir al final de nuestra vida, no al principio, valga la inane perogrullada?
Si ni aun a los 70 tiene uno la
garantía, pues a esa edad, por ejemplo, mi madre murió con una salud totalmente
devastada a lo largo de sus últimos varios años de existencia, ¿qué necesidad,
digo yo -que estoy a pocas semanas de tan fatídico aniversario-, de retar más a
Satanás?
2 comentarios:
Buenas tardes, Raúl. ¿Cómo estás? Espero y deseo que muy bien.
Acabo de terminar de leer el artículo que público el periódico am ayer.
No es el primero que leo (de tu autoría), me agrada tu creación literaria, entre otras cosas, por extraña. Si. Tanto los temas como la forma de expresión me parecen raros y gratos por igual.
Ya habrá oportunidad de comentar puntualmente acerca de alguna de tus obras.
Lo que ahora me interesa es solicitarte, de la manera más atenta, que te mantengas con vida. Estoy seguro de que no es mucho pedir. Además estoy también seguro de que la época o etapa que vives es proclive a la bondad.
Para mí es importante que sigas colaborando con el periódico porque, de esa manera, puedo leer y reflexionar acerca de los tópicos y enfoques que le das a las circunstancias de la vida. Cosa que te agradezco.
Me gustaría conocerte en persona y tener una charla contigo, no sé si sea mucho pedir.
Te agradezco tu atención a este mensaje y por tu respuesta.
Atentamente.
Gabbónimo Patiño.
avidode-saber@yahoo.com
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