El patetismo de un neófito
No soy alguien al que se le haya inculcado el gusto por la música desde la infancia ni, para suplir esta carencia, lo haya cultivado yo mismo cuando sentía que ella era capaz de moverme a la dicha cuando la escuchaba. Esto representa no sólo una grave carencia, sino una auténtica desgracia. No obstante, recuerdo que en septiembre de 1989 en Barcelona, durante la luna de miel de mis segundas nupcias, salía con mi esposa de visitar el casi terminado estadio olímpico de Montjuic cuando divisamos una banda estudiantil de música, con grandes instrumentos de viento y demás implementos propios de dichas bandas. La explanada exterior del estadio estaba casi desierta y mi mujer y yo nos sentamos ahí a escuchar los ensayos del grupo. Como digo, no es algo que necesariamente requiera de cultivarse profesionalmente, pues sería imposible explicarse cómo hasta los animales se sosiegan cuando cierta música se ejecuta cerca de ellos. No que yo me considere tal, pero casi. En fin, escuché la ejecuci...