Ayer que salía en reversa de Farmacias Guadalajara -torpe que me he vuelto-, no me percaté de que había un auto estacionado junto a la banqueta detrás de mí y me estampé contra él. De inmediato me apeé del mío y vi que el otro vehículo estaba abollado, no así el mío, cuya facia trasera únicamente se desensambló ligeramente. De vuelta al volante, le solicité a mi esposa, que me acompañaba, que me facilitara un papel para dejar un mensaje en el limpiaparabrisas del conductor del otro coche, solicitándole de favor que se comunicara conmigo y el número telefónico (fijo) de mi domicilio al que podría hacerlo.
Hoy en la tarde me llamó una dama atendiendo mi petición y le relaté los pormenores de lo que había sucedido, indicándome que el automóvil era de su marido porque el suyo estaba en el taller, pero que iría a ver y me llamaba de nuevo. Así lo hizo y me confirmó lo del golpe, inquiriéndome si estaba yo asegurado. Le respondí que sí, que no se preocupara y que me dijera la mejor forma de proceder para que el trámite no fuera engorroso para ninguno. Me informó que le llamaría a su esposo para que le indicara los pormenores de la póliza de su auto, y que se comunicaría conmigo por tercera vez para ultimar los detalles y que las aseguradoras se entendieran entre ellas.
- Muy bien -le riposté-, quedo a la espera.
Al poco rato sonó de nuevo mi teléfono:
- ¿Sí? -contesté, sabiendo que era ella-. ¿Ya tiene usted la información?
- No es necesario -respondió la dama-, dice mi marido que no se preocupe, que ese golpe ya lo traía su automóvil y que lo felicita por su honestidad.
- ¡No, hombre! -afirmé yo triunfante-, pues en este caso qué bueno que seamos honestos todos, pues bien se podría haber aprovechado cualquier otro para que mi compañía de seguros le arreglara gratis su golpe. Muchísimas gracias.
- Gracias a usted -concluyó ella-, pues se reconcilia uno con la gente por acciones así.
- Muy gentil, hasta la vista –terminé yo.
¡Increíble que “desgracias” como ésta hagan la vida más llevadera!