No, no es un diario, es más bien un
almanaque donde el autor, Arnoldo Kraus (Debate, octubre, 2020), va desgranando
sus reflexiones a lo largo de los días, empezando el 19 de febrero de 2020 y
terminando el 11 de junio del “año de la pandemia”, 114 interminables jornadas
en total. A veces, esporádicamente, se refiere a hechos particulares de esos
días o de los que les antecedieron, pero, insisto, son pensamientos e ideas
producto de los angustiosos meses que nos
ha tocado vivir y que no se ve que vayan a finalizar pronto.
Arnoldo pone mayor énfasis sobre los que se podría decir son los principales protagonistas de sus relatos: los políticos y los pobres, aunque no por ello deje de citar profusamente a pensadores, filósofos, poetas y científicos, pero mayormente, reitero, se lamenta de la imbecilidad de los políticos (él no lo dice tan crudamente, yo sí) y se conduele con las carencias y sufrimiento de los pobres.
¿A qué ponerle mayor empeño, a la economía o a la salud? Si a lo segundo, los pobres sufren por partida doble: por el achicamiento de dicha economía que acaba con sus fuentes de trabajo y porque carecen de medios para atenderse adecuadamente en caso de infección, además de vivir en condiciones muy desfavorables. Si a lo primero, ya estamos viendo ahora mismo las consecuencias por la apertura de facto que se ha dado: contagios como nunca y muertes como siempre. De nuevo, mayoritariamente entre los pobres, que mueren en condiciones de vergüenza para la sociedad. Tremendo dilema.
A veces la lectura de Arnoldo se vuelve un tanto tediosa por reiterativa. No es casualidad que lleve leyendo a Kraus tanto tiempo -años-, primero en La Jornada, de donde, como a mí del periódico en el que colaboraba, lo corrieron por no plegarse a las “sugerencias” de sus directivos, y ahora en El Universal, en su columna dominical. Quizá también haya influido que terminé su libro en tres o cuatro sesiones al hilo, lo que no obstó para que me hiciera reflexionar, por ejemplo, sobre la muerte de mi madre hace ya casi 28 años: me vi claramente malcomiendo en un restaurante de comida rápida después del sepelio, en compañía de mi padre, Elena y entonces sólo Caro, chiquita, y experimentar un vacío tremendo -amén de una infinita tristeza-, al borde de un precipicio, por el cual sentí caer. Aunque únicamente fuera por esto, valió ya la pena leer el libro: me hizo “revalorar” la muerte.
Casi al final de su obra (9 de junio), Arnoldo Kraus escribe una conmovedora carta a su querido amigo Manuel Felguérez, pintor abstracto de la Generación de la Ruptura, fallecido el día anterior a causa del coronavirus.
Termino este artículo, que también lee Kraus, saludándolo y señalándole dos insignificantes gazapos que seguramente corregirá en ediciones posteriores de su libro: el 11 de marzo escribes que en el siglo XVIII poblaban la Tierra 980 mil habitantes, cuando en realidad eran 980 millones, y el 27 de marzo, para enfatizar el desasosegante ritmo geométrico al que crece la pandemia, incluyes las potencias de 2, desde 0 hasta 24, pero la 8 y la 9 son erróneas, pues en vez de 356 y 712 son 256 y 512. Además de tres o cuatro insignificantes errores ortográficos que si quieres luego te comento en un correo electrónico por separado.
¡Saludos y, dentro de lo que quepa, feliz año para todos!